Geovanni Osuna
Amigos míos, he leído durante la semana y he escuchado en lo que tengo de vida, que existe el aborto, o también llamado interrupción voluntaria del embarazo, en México, así como en todo el mundo. Inclusive existe, más allá de la legislación o las penas del infierno que le ofrezcan los sacerdotes de tal o cual religión.
Es más, el aborto existe a pesar del riesgo vital que corre la mujer, que pese a ello prefiere eso a cargar en el vientre un hijo no deseado.
Seamos francos, no existe necesidad de calificar el hijo, pues para la gran mayoría de las mujeres ni siquiera lo consideran así. Frutos del desamor, hasta concebidos en un acto de violencia como la violación sexual, no responden a las expectativas de un ser humano.
Si la mujer pudiese, muchas veces ni recurriría al médico o a la partera para sacarlo, lo haría con sus propias manos; sin embargo, depende de otros para hacerlo.
Pero quiénes somos nosotros para juzgar algo tan íntimo. No es en su mayoría de los casos un acto personalísimo, que no está reñido con la moral, ni menos aún con la ética.
Acaso, desde la génesis, tiene que ver con los sentimientos más puros y genuinos de la mujer; la pasión y el descontento acumulado por años de frustraciones, de las cuales asumo mi grano de responsabilidad. Seguramente, en el fondo de su corazón será la mujer quien más lo lamente, pero nuestra sociedad patriarcal la ajusticia deliberadamente.
Estimados lectores, mis más fieles compañeros de andanzas literarias, no es muy difícil entender que mi reflexión está dirigida a la despenalización o no del aborto. En este caso, como en todos los demás, asumo la propiedad de mis dichos, y sé que ustedes ya tienen un criterio formado sobre el tema.
No obstante, no basta saber, pues el sacrificio desde un comienzo lo pone la mujer que determina esta acción, por lo tanto, por más que sepamos del aborto, será aquella mujer que conciente o no de los niveles de asepsia de las clínicas clandestinas con médicos, paramédicos, adivinos de la más dudosa reputación se ponen en marcha sobre un camino sin salida.
Legislar sobre el aborto es darle una oportunidad a una mujer desesperada que probablemente terminará muerta en algún tiradero de basura o en la ribera de un río. En otras palabras, no se trata de un tema de moral, sino de salud pública. Así es considerado en la mayor parte del mundo occidental, incluida la mayoría de los países católicos.
Mis amigos lectores, pero principalmente lectoras, yo creo, no sé usted, que un Estado moderno debe garantizar el derecho a la procreación consciente y responsable, reconocer el valor social de la maternidad y no debe considerar al aborto como medio para el control natal, por lo cual debe llevar a cabo una campaña constante de información sobre los métodos adecuados para planificar la familia.
La información precisa y suficiente, no la amenaza de castigo, es la mejor forma para evitar los abortos. Pues entiendo ese es el tema al que se quiere llegar.
Se calcula que en México se practica alrededor de medio millón de abortos cada año. Dos de cada siete embarazos terminan en interrupción voluntaria. Es una proporción que se ha mantenido por lo menos un cuarto de siglo. Ése es el dato duro. Y prácticamente la totalidad se realiza en el sigilo, en la vergüenza, en la clandestinidad, en la total indefensión legal; la gran mayoría, en condiciones de salubridad deficientes y sin ninguna garantía, lo reiteramos.
Hay que tener presente que en nuestro país, de acuerdo con un estudio del Grupo Información en Reproducción Elegida, el aborto es legal bajo siete circunstancias: violación, cuando la mujer está en riesgo de muerte a causa del embarazo, malformaciones graves del producto, grave salud de la mujer a causa del embarazo, inseminación artificial sin consentimiento, razones económicas cuando la mujer tiene por lo menos 3 hijos y cuando el aborto es provocado por accidente.
Pero no existe unanimidad en todos los Estados. De hecho 29 de las 32 entidades carecen de lineamientos legales o administrativos claros para garantizar el acceso a abortos seguros y legales a las víctimas de violación, por ejemplo.
La expresión aborto deriva de la expresión latina Abortus: Ab= mal, Ortus= nacimiento, es decir anticipado, privación de nacimiento, nacimiento antes de.
Es también definido como interrupción del embarazo antes de los 180 días de gestación, puede ser espontáneo, natural, o provocado. O como una interrupción precoz del embarazo, espontánea o inducida, seguida por la expulsión del producto gestacional por el canal vaginal. Puede estar precedido por pérdidas sanguíneas por vagina. Médicamente el aborto corresponde a los dos trimestres iniciales pero para efectos legales abarca aún el tiempo de parto prematuro.
Qué complicado se oye, ¿verdad?
La vida humana pasa por diferentes periodos y acudiendo a esas fases el derecho ha elaborado una división en vida independiente y vida dependiente, constituyendo el atentado contra la primera Homicidio y limitar la segunda Aborto.
Entonces, me pregunto yo, mis más estimados y preparados lectores, ¿con qué fin dejar a la mujer en al indefensión y además señalarla como la peor de todas? Recordemos el caso de Paulina, una adolescente que fue violada a los 13 años y a la que se negó un aborto debido a las creencias personales y religiosas de autoridades judiciales y de salud en Baja California.
El caso Paulina es emblemático. Son muchas las mujeres en México que enfrentan barreras al aborto. Los estados tienen la clara obligación de garantizar que no se restrinjan los derechos de las mujeres, incluido su derecho a un aborto sin riesgos, a capricho de los funcionarios públicos retrógrados y sacerdotes de muy poco valor moral.