ERIC VEGA
Sue nunca pensó que
su vida quedaría marcada
por un viaje de
placer a Puerto Vallarta
donde fue violada por
un taxista y dos beach boys
cuando caminaba desde un
restaurante, a dos cuadras de
su hotel, a su lujosa habitación.
Lo mismo me dijo Eva,
la estadounidense víctima
de violación tumultuaria a
las afueras del Daddy O, de
Cancún. O Rebeca y su hermana,
mexicanas violadas en
Acapulco en la playa de su
propio hotel cinco estrellas.
El caso de las mujeres españolas
victimadas en Acapulco
vuelve a poner sobre la mesa
el tema de la violencia sexual
y de cómo los políticos como
Walton, Alcalde de Acapulco,
no han tenido la voluntad para
estudiar y por tanto abordar
adecuadamente estos delitos
contra mujeres, niñas y niños.
Lo que no pueden olvidar es
que si hay violencia sexual
contra personas nativas del
País, la habrá contra sus visitantes.
Acapulco, Cancún, Puerto
Vallarta y Los Cabos son
ventanas de México al mundo,
la industria sin chimeneas
en la que se gozan las
bellezas, se reproducen las
virtudes y también los defectos
de la sociedad. Los
espacios de esparcimiento
a los que se va para olvidar los males del mundo y donde,
como miles de víctimas
ahora lo saben, la vida puede
quedar trastocada para
siempre. Y son los sitios de
playa específicamente donde
se elevan los índices de violencia
sexual por múltiples
razones; una de ellas es que
ésta industria vive de vender
la fantasía del placer y el goce
y detrás de esa máscara la
realidad social se fortalece.
La gente amable es más amable,
forma parte de la fantasía,
la gente violenta se oculta
bajo el silencio cómplice de
autoridades que protegen la
tranquilidad y el placer sólo
desde imagen, la forma, sin
reparar en el fondo.
El Alcalde Walton, al igual
que los gobernadores de
Quintana Roo y Jalisco, han
sido incapaces de abordar la
violencia sexual con realismo
y enfrentarla con presupuestos
que fortalezcan los
programas de prevención del
delito y atención de víctimas.
Y si, el discurso político está allí, pero lo aplastan de un
golpe seco las estadísticas.
Si Walton no tiene cifras,
que se lea el reportaje multipremiado
de Alejandro Almazán
"Acapulco Kids". Allí
Allan García de La Jornada
Guerrero comparte datos duros,
aportados por el DIF local:
Hay paquetes exclusivos
para pederastas que incluyen
hotel y niño. Costos: de 200 a
2 mil dólares, según el grado
de pubertad. Desde los cinco
años los prostituyen. A los 18
ya no sirven. Los que controlan
la prostitución infantil
en Acapulco son, sobre todo,
tailandeses. Después del turismo
y la venta de droga, la
explotación sexual infantil
es la actividad que deja más
ingresos en Acapulco. La mayoría
de los clientes son estadounidenses
y canadienses.
La violencia sexual se normaliza
en todos los ámbitos.
Según el estudio de Trata
en el sector turístico del El
Observatorio de Violencia
Social y de Género de Benito Juárez (OVSGBJ) y Sectur.
Los estados con mayor tasa
de explotación sexual son
Quintana Roo, Guerrero y
Jalisco. Los cuales superan
entre 22 por ciento y 134 por
ciento la tasa nacional. La sociedad
acapulqueña es la que
más normalización de la violencia
sexual presenta a nivel
social. Acapulco y Cancún
lideran la explotación sexual
infantil según UNICEF. En
Cancún, la tasa de violación
es más alta en víctimas de 10
a 14 años (105.1 por cada 100
mil habitantes), seguido por
el 70.4 de jóvenes de 15 a 19
años, y el de 20 a 24 años con
61.6 por ciento. Parecida a
Acapulco.
Los hombres que cometen
violación consumen alcohol
o drogas, tienen actitudes y
creencias que avalan la violencia
sexual incluyendo
fantasías sexuales coercitivas,
y culpan a las mujeres
de "excitarlos". Tienen un patrón
de conducta impulsivo,
antisocial y hostil hacia las
mujeres, y algunos sufrieron
abusos sexuales durante su
niñez, según el Observatorio.
La pregunta no es cómo
taparle el ojo al macho (nunca
hubo mejor metáfora). Perseguir
violadores es útil, pero
prevenir las conductas que
llevan a los hombres a violar
es la clave. Está demostrado
que prevenir la violencia sexual
requiere comprender
el fenómeno integralmente.
Urge unir esfuerzos estatales
con organizaciones civiles
expertas que trabajan contra
la Trata y la violencia de género.
Urge una fuerte inversión
económica para crear
programas de masculinidad
que integren a los niños y
hombres de la comunidad,
junto a campañas educativas
de prevención de violencia
sexual y doméstica en los hoteles
para hombres y mujeres.
El castigo jurídico sí, pero antes,
mucho antes la cultura de
la igualdad y el trato digno.
@lydiacachosi