Héctor Tomás Jiménez
'Para mi corazón
basta tu pecho, / para tu libertad bastan mis alas. / Desde mi boca llegará hasta el cielo /lo que estaba dormido sobre tu alma'.
Sor Juana
Los seres humanos aprendimos desde nuestra primera infancia a amar con toda el alma, a amar de manera incondicional, con un amor sincero, dependiente y sumiso, que con el tiempo, cuando tenemos capacidad de decidir, se transforma en un amor para toda la vida, en un amor para la procreación y la conservación de la vida.
El primer amor, dependiente y sumiso nos viene desde que abrevamos de nuestra madre la savia de vida, y más adelante, se convierte en una relación, una identificación de valores y modos de vida, en circunstancias espirituales, en un amor que une seres en movimiento continuo, en desarrollo constante, en evolución permanente, en crecimiento ordenado; entonces el amor se convierte en un compromiso de respeto, en decisión de ser uno siendo dos, y luego un nosotros, en un deseo ferviente de fundirse en la eternidad, así nace el amor del alma que se transforma en un sentimiento y una actitud con respecto al otro.
El amor transcurre en diversos niveles, uno muy cercano entre hombre y mujer pues para que tenga lugar este amor es necesaria la cercanía, un amor dotado de una cualidad particular, pues resulta ser la experiencia de vida más intensa, la experiencia absoluta de amor desde lo más profundo del alma. Es la etapa en la que el amor es poesía, en que el amor fluye desde dentro y se transforma en lágrimas misteriosas que esconden ansias y desconsuelos, velos que envuelven las finas notas encantadas de música tenue, en sinfonías de melódicos arrullos, en palabras de amor que son presencia inacabada de un compromiso ineludible de ser luego un nosotros para siempre.
El amor del alma se basa en la fe y no en el temor, no tiene registro de errores ni lleva un archivo de heridas, el amor verdadero es el primer paso para la reconciliación. Aquí no existen las imprudencias, eso pertenece al nivel de los reclamos, pues el amor verdadero es justo, y no se limita al plano físico, sino a una unión con nivel espiritual y mental, intenso y duradero.
El encuentro de almas gemelas rechaza cualquier distinción de raza, nacionalidad o credo, desde que hay un nivel básico de afinidad que garantice el inicio de la relación y su supervivencia. El amor de almas gemelas es inagotable, no disminuye a medida que avanza la relación, aumenta cada día más. No existe enamorado, amante o amado, mucho menos divisiones, desuniones o desilusiones.
El amor de las almas gemelas subsiste en otros planos y en otras vidas, es eterno. Y tiene otra especial característica, si el hombre y la mujer se sienten atraídos, la pasión resulta entonces irrefrenable, misma que procede del cuerpo y es la expresión de una fuerza creativa que mantiene todo en movimiento. Y es que en el ámbito de este amor no poseemos el control, ni somos capaces de mantener la sensatez. Hay quien dice que esto es primitivo, algo demasiado espontáneo e intuitivo. ¡La realidad es que en este amor aparece lo divino de la manera más absoluta!
El amor así es una fuerza creadora que mantiene todo en movimiento y el amor es el espacio en el que se condensa esta fuerza, que es la que posee los efectos más vastos e inmensos. Quien permite quedar impregnado por las circunstancias de esta fuerza consigue hacerla permanecer a su lado para el resto de su existencia, sin que nadie pueda ceder ni separarse de las consecuencias de una experiencia de este tipo.
El amor del alma es un amor del corazón que se muestra en una actitud de benevolencia, o en una actitud de compasión, o de gozo y alegría. Este amor resulta ser eros, un amor más allá de la cercanía del amor de cuerpos. En el caso de un hombre y una mujer, este amor transcurre como filia a lo largo del día, de manera tal que se complementa al amor corpóreo, conformando los dos tipos de amor una unidad indisoluble. Así es como el amor pasional, eros, se convierte en amor del alma, entonces la relación adquiere madurez, una forma acabada de eterno compromiso, sustancia viva de ser el uno para el otro en el respeto mutuo, y donde también se convierte en un estrobo, tan fuerte como el acero pero tan frágil como el cristal.
JM desde la Universidad de San Miguel
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