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"Análisis: Escenas de un matrimonio"

"Andrés Manuel López Obrador y el PRD, confrontados en una cama doble convertida en campo de batalla. Cada quien en su esquina aventando almohadas, tirando platos, provocando pleitos, destazándose entre sí"

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24/12/2007 00:00

    SAÚL VALDEZ / MARIANA LEY

    Allí a la vista de todos: la agonía de una pareja que no sabe cómo serlo. Llena de heridas mutuas y repleta de recriminaciones compartidas. Atrincherada en la angustia de aquellos que juraron quererse toda la vida y ahora no logran andar juntos ni un pedacito de ella.
    Andrés Manuel López Obrador y el PRD, confrontados en una cama doble convertida en campo de batalla. Cada quien en su esquina aventando almohadas, tirando platos, provocando pleitos, destazándose entre sí.
    Los radicales contra los moderados; los intransigentes contra los colaboracionistas; los lopezobradoristas contra todos los demás. Emulando a diario la obra magistral de Ingmar Bergman, "Escenas de un matrimonio", y demostrando tantas desaveniencias como sus protagonistas. Una izquierda infelizmente casada y por ello, políticamente debilitada.
    Una izquierda que transforma victorias en derrotas, triunfos en fracasos, avances en retrocesos. Capaz de acumular capital político para, un par de semanas después, acabar con él. Capaz de promover un acuerdo de paz entre los jefes de la familia sólo para romperlo al día siguiente.
    Dos bandos en disputa por todo: la táctica y la estrategia, el partido y su conducción, el liderazgo y quién debe asumirlo, la Reforma Electoral y qué posición tomar frente a ella. Ante la mirada atónita de la familia que los rodea y la desilusión de quienes quisieran, quisiéramos, ver un poco más de madurez. De colaboración. De congruencia. De voluntad para no necesariamente pensar de la misma manera pero por lo menos pensar juntos.
    Porque como marido pegalón, AMLO golpea al PRD por aprobar una Reforma Electoral diseñada a la medida de sus agravios y redactada con el afán de remediarlos. Porque como esposo abusivo, López Obrador patea a la mujer que le sirve la mesa y luego le reclama haberlo provocado a portarse así.
    "Paleros", grita Andrés Manuel a quienes frenan los spots financiados con dinero público. "Vendidos", grita Andrés Manuel a quienes sacan a los medios y a los empresarios de la contienda electoral.
    "Traidores", llama Andrés Manuel a quienes intentan remodelar al IFE para recuperar su credibilidad. "Legitimadores", llama Andrés Manuel a quienes insisten en darle techo institucional a la izquierda en vez de dejarla a la intemperie. "La Reforma Electoral es más de lo mismo", le dice a Carmen Aristegui, cuando el Consejo Coordinador Empresarial intenta ampararse ante sus efectos precisamente porque no es así.
    Pero desde la perspectiva del marido magullador, no tiene caso remodelar el recinto familiar; hay que destruirlo. Desde el punto de vista de AMLO, no tiene sentido componer las tuberías, reforzar la vigas, pintar las paredes, darle techo y cobijo a quienes han nacido allí. Hay que dinamitar, destrozar, refundar. Hay que oponerse a todo y definirse siempre desde allí.
    Tumbar la casa de todos aunque dentro de ella muera la izquierda electoral. Y como esposa victimizada, las porciones lopezobradoristas del PRD agachan la cabeza, caen de rodillas, piden perdón, aguantan los golpes y sienten que se lo merecen. Rectifican y votan contra las modificaciones al COFIPE.
    O las aprueban calificando de "respetables" las cachetadas que reciben de AMLO por hacerlo. O se aferran a la candidatura de Genaro Góngora y se niegan a pensar en candidatos alternativos aunque ello conduzca de nuevo a la automarginación destructiva. O postergan la integración del IFE sin entender el costo político, y público, que el PRD asumirá con ello.
    "No es factible la moderación dado el momento que vive el país", repiten unos y otros. "No queremos una izquierda dócil, legitimadora o modosita", insiste Alejandro Encinas.
    Así, las múltiples esposas de AMLO colocan a la izquierda en una falsa disyuntiva: la resistencia heroica o la cooptación deleznable; la refundación total o la preservación del statu quo; la denostación completa al régimen o la claudicación ante él. Como si no fuera posible otro tipo de relación y como si no fuera viable otra forma de hacer política.
    Como si el PRD no pudiera apoyar y criticar, colaborar y frenar, empujar desde abajo y negociar desde arriba. Como si no fuera deseable diagnosticar problemas y también proponer soluciones. Como si no fuera viable denostar al sistema y también transformarlo. Como si sabotear la renovación del IFE fuera una posición progresista, cuando resulta ser todo lo contrario. Como si el objetivo de un matrimonio fuera la confrontación diaria y no la conversación constante.
    Porque los costos en que incurre la pareja dispareja son cada vez más altos y cada vez más obvios. Ella habla y él la contradice; ella camina y él le mete el pie; los perredistas aprueban reformas y AMLO se apresta a descalificarlas; los legisladores intentan resolver los problemas que la elección de 2006 evidenció y López Obrador anuncia que no tienen solución.
    Lo único que logran con su desarmonía disfuncional es la felicidad de los matrimonios de conveniencia que los rodean. La continuación del romance PRI-PAN y el fortalecimiento de la bigamia Gamboa-Beltrones.
    Al pelearse consigo misma como lo hace, la izquierda consigna al país a seguir bailando con la más fea. Obliga a Felipe Calderón a continuar cortejando a los más corruptos. Coloca a los mexicanos a la merced de alianzas que los han expoliado y buscarán cómo seguir haciéndolo. Peor aún: pone al PRD en una posición precaria donde día tras día pierde credibilidad. Y apoyos. Y votos. Y la esperanza de cambiar al país sin incendiarlo primero.
    Ahora bien, muchos en la izquierda dicen que AMLO es nadie sin el PRD y el PRD es nada sin AMLO. El matrimonio de la izquierda recalcitrante con la izquierda institucional llegó para quedarse, reiteran. De ser así, las dos partes tendrán que coordinarse más y lastimarse menos.
    Gandhi escribió alguna vez que aprendió el concepto de la no-violencia por primera vez en su matrimonio y López Obrador haría bien en seguir el sentido de sus palabras.
    Es entre las cuatro paredes que albergan a AMLO y al PRD donde debe darse la reconciliación, la colaboración, la coordinación. Es allí donde debe declararse el cese de las hostilidades y el principio de una estrategia común.
    Es allí donde debe surgir un liderazgo capaz de ver a la política como una serie de problemas sistémicos con solución, y no como una serie de batallas campales sin fin. Porque de no ser así, quienes han padecido los sinsabores de este mal matrimonio pensarán que ha llegado la hora de abandonarlo.
    Parafraseando lo que escribe Ángeles Mastretta en su nuevo libro Maridos, no hay persona que no se merezca varios años de viudez. Y al contemplar el matrimonio iracundo e irascible de AMLO con el PRD, la viudez se antoja.