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"Análisis: Político Pinocho"

"Ante ese Partido Verde que no lo es, Bernardo de la Garza parecía hecho de otra cosa. De una madera más sólida, más fuerte, más empeñada en ser puente que pocilga. Y por eso sorprendió su efímera independencia. Su rápida conversión. Su ve"

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12/12/2005 00:00

    SAÚL VALDEZ / MARIANA LEY

    Había una vez una marioneta llamada Bernardo de la Garza. Desde niño, Bernardo siempre soñó con ser un político de verdad, de carne y hueso. Quería ser aceptado, aplaudido, querido. Y para ello gastó más de 150 millones de pesos en "spots" televisivos y espectaculares por todo el país.
    Dijo palabras como "reformas" y "propuestas" y "plataforma". Repitió frases como "las causas en las que nosotros creemos". Y poco a poco su nariz comenzó a crecer; poco a poco se fue alargando hasta que los zopilotes del PRI pudieron pararse sobre ella. Mintió tanto que no logró convertirse en un ser humano con alma. Con sentimientos. Con principios. Allí acabó la historia y no tuvo un final feliz.
    Lástima porque al principio todo iba tan bien. Bernardo escondía los hilos que lo movían. Ocultaba la madera verde con la cual estaba hecho. Parecía un pequeño prometedor porque sabía hablar y moverse como tal.
    Seré diferente, insistía. Seré fresco, subrayaba. Seré un verde verdadero, sugería. Una y otra vez con 40 mil 130 segundos en la pantalla y mil 972 promocionales en la televisión. El político en favor de un México "limpio y exitoso". El que garantizó que no iría a ningún lado si el partido grande con el que se aliara no asumiera sus propuesta de campaña. El que no buscaba curules en el Congreso ni asientos en el Senado. El que no hablaba de prerrogativas y posiciones en el Gobierno federal. El que simple y sencillamente mintió.
    Como su partido lleva años haciéndolo, desde que fue creado para dividir al voto opositor en vez de promover alguna mejora ambiental. Desde 1991 el Partido Verde dice que defiende las mejores causas pero se alía con las peores. La política nacional como negocio familiar. La actividad "democrática" al servicio de una organización cleptocrática. Un partido impugnado por sus estatutos y sus líderes y sus prácticas y sus video-escándalos y sus documentos falsificados. Sobreviviendo a base de alianzas tramposas y campañas mediáticas que también lo son.
    Viviendo desde la elección del 2000 con un millón de pesos diarios en prerrogativas públicas. Gastándolos en casas para la familia fundadora y sus allegados; en viajes para Jorge Emilio González y sus amigos; en comidas caras y discotecas exclusivas. Usando 300 millones de pesos al año como si fueran suyos.
    De Jorge Emilio González, a.k.a "El Niño Verde", queda poco por decir que no se ha dicho ya. La actitud fatua y la mirada perdida. La frivolidad documentada y la amoralidad constante. Un mal chiste que fue electo al Senado. Escurridizo, resbaladizo, huidizo. Muestra viviente de la sordidez de la política en México y testimonio fehaciente de todo lo que no funciona en ella.
    Un político de esos que cortaría un árbol, se pararía encima de lo que queda de él y daría un discurso sobre la conservación ambiental. Un político que negociaría una "mordida" para permitir la construcción de un hotel en una zona ecológica. De ése tamaño es su cinismo. De ése tamaño es su pequeñez.
    Y sus palabras lo reflejan: "Lo único que el Partido Verde pretende es que la cosas funcionen bien ()". Demostrando al hablar que el discurso político, como escribió Orwell, está diseñado para que las mentiras suenen a verdad y el asesinato sea respetable.
    Ante ese Partido Verde que no lo es, Bernardo de la Garza parecía hecho de otra cosa. De una madera más sólida, más fuerte, más empeñada en ser puente que pocilga. Y por eso sorprendió su efímera independencia. Su rápida conversión. Su veloz prostitución.
    Pasó de no pedir nada a exigir un piso mínimo de 17 diputaciones, 5 senadurías, 6 por ciento del voto. Pasó de no pensar en el dinero a hacer cualquier cosa para conseguirlo. Pasó de "no tener experiencia para robar" a encamarse con quienes llevan años haciéndolo. Y mientras lo hacía lo negaba. Mientras negociaba seguía insistiendo que no era así. Perdiendo con ello credibilidad a cada paso, declaración tras declaración. Convirtiéndose en todo aquello que juró no ser. Volviéndose igual de narizón que todos los demás, con el pico tan grande como cualquier otro tucán.
    Nadie puede negar su habilidad; nadie puede dejar de reconocerla. Bernardo de la Garza diseñó un plan incuestionablemente exitoso. Gastó para posicionarse y luego venderse. Gastó para promoverse y luego rendirse. Gastó más que ningún otro candidato presidencial porque en el fondo nunca pensó en serlo. Gastó para ser colocar un producto en el mercado y saltar al carrito de quien estuviera dispuesto a pagar el precio más alto por él.
    Sabía lo que estaba haciendo y por eso terminó frotándose las manos y abriendo la cartera. Por eso incluso anunció antes de la transacción: "Se le sale la baba a los tres partidos de siempre". Y allí estaban el PAN, el PRI y el PRD, en el pasillo del supermercado de la política. Contemplando la cara "fresca" del joven Bernardo, preguntándose si el producto ofrecido contenía 3 millones de votos. Preguntándose si valía la pena pagar tanto por él.
    Y lo que al PAN le pareció "false advertising" al PRI le pareció elixir de la eterna juventud. Lo que el PAN no estuvo dispuesto a desembolsar, el PRI lo hizo sin miramientos. Por miedo. Por ansiedad. Por afinidades electivas entre temperamentos similares. Porque demasiadas encuestas colocan a Roberto Madrazo en tercer lugar y cayendo.
    De allí la necesidad de aprobar al vapor una "reforma" a la Ley Federal de Salud que le limpiara la cara a una alianza manchada. De allí el imperativo de negociar algo que le permitiera al Partido Verde hablar de condiciones cumplidas. De allí la resignación "dolorosa" de Bernardo de la Garza a cambio de 8 senadurías, 41 legisladores, 6.6 por ciento del voto. Un negocio redondo.
    Un negocio que la ley electoral permite y avala. Porque las reglas que regulan a las coaliciones tienden a volverlas perversas. Porque las alianzas permiten la supervivencia de los partidos más pequeños, pero no necesariamente los partidos más representativos. Porque las alianzas no crean mayorías legislativas estables, sino incentivos políticos indeseables.
    Las alianzas partidistas no funcionan para avanzar agendas, sino para asegurar prerrogativas. Las coaliciones no existen para gobernar mejor, sino para cobrar más. Los partidos coaligados no marchan juntos para servir a la población, sino para servirse del erario.
    Hoy por hoy, nadie sabe por quién vota; eso lo determinan los partidos. Nadie sabe a quien empodera; eso lo decide una negociación. Nadie tiene la capacidad de decidir qué partido chico debe sobrevivir; eso lo define una subasta. Un sistema disfuncional produce organizaciones políticas que los reflejan.
    Organizaciones políticas repletas de líderes que se salen con la suya, llenas de políticos perpetuos que buscan sobrevivir antes que representar. Saltando de negociación en negociación, de arreglo en arreglo, revelando la baja opinión que tienen del electorado.
    En su vida política, Bernardo de la Garza habla diariamente con personas que quieren obtener algo o evitar algo. Pero más allá de este "círculo rojo" de individuos que buscan proteger sus privilegios, Bernardo probablemente percibe a una masa amorfa de ciudadanos invisibles. Se topa con ciudadanos que se quejan mucho, pero exigen poco: apáticos, indiferentes, resignados. Y el comportamiento reciente del candidato verde revela lo que piensa en realidad de ellos. Cree que puede engañar a la mayor parte de la gente la mayor parte del tiempo.
    Como intenta hacerlo ahora. Como quiere hacerlo ahora. Diciendo que fue un asunto de proyectos comunes con el PRI y reformas compartidas por quien lo dirige. Asegurando que el verde no se volverá negro aunque acaba de demostrar que lo es. Hablando de las causas en las que cree después de sacrificarlas todas. Argumentando que la alianza pactada "nos dará la oportunidad de ser más útiles al país" luego de darle la espalda. Mintiendo más y convenciendo menos.
    Cuando las encuestas revelan que Roberto Madrazo transforma en lodo todo lo que toca y lo hará con Bernardo de la Garza también. Cuando muchos saben que su buena reputación no es transferible y además ya se esfumó. Cuando todos miran su nariz y cómo aumenta en longitud. Convertido en un Pinocho partidista que jamás podrá decir: "Qué ridículo era como marioneta. Y qué contento estoy ahora que me he vuelto un niño de verdad".