Héctor Tomás Jiménez
Con mucha frecuencia, los seres humanos conocemos nuevas personas, y casi de inmediato, y como un defecto de formación, empezamos una tarea de juzgarla por lo que de esa persona percibimos y hacemos juicios acerca de ella, algunos positivos pero muchas veces, también juicios negativos. Así es como decimos: Me pareció agradable, se ve que es sincero, tiene una agradable presencia, no se que tiene que prefiero no tener que tratarlo, entre otros.
Juzgar es un acto reflejo y lo hacemos como un mecanismo de defensa frente a lo que desconocemos, pues al no tener ninguna referencia real de esa persona que nos es desconocida, nuestra mente procesa de inmediato una imagen en función de lo que percibimos a través de los sentidos, sobre todo de la vista y el tacto, pues al mirarla y saludarla, tenemos un primer contacto, y después, al escucharla y ver sus modales al momento de hablar, terminamos haciendo un juicio de aquella persona.
Podemos ver que juzgar es algo natural y consustancial, por lo que debemos aprender es a hacerlo dentro de los límites de lo positivo, y si por alguna razón la persona nos refleja a nuestros sentidos rasgos negativos, debemos de ser lo suficientemente corteses y generosos y retirarnos sin mayor preámbulo.
No debemos olvidar que si actuamos juzgando a las personas por las apariencias, que esta es una actitud que puede generalizarse en nuestra sociedad, y de la misma manera seremos juzgados por los demás. Debemos estar consientes de que seguramente, no nos gustaría enterarnos de lo que la gente piensa de nosotros por la primera impresión que generamos o simplemente por nuestra apariencia.
Por esta razón, y por el respeto que todas las personas nos merecen, nunca debemos juzgar a priori, y si pasado el tiempo hay rasgos en la personalidad de alguien que no nos gusta, aún así debemos ser respetuosos en el trato.
Siempre debemos tratar a las personas como a nosotros mismos nos gustaría ser tratados, esta es la mejor actitud para aprender a conocer a las personas, pues al ser gregarios por naturaleza y saber que no podemos vivir aislados, nuestra convivencia debemos fincarla siempre en actitudes positivas.
Muchas veces pasamos por alto que la primera impresión no es la que cuenta, y que después de cierto tiempo de conocer a alguien, terminamos diciéndonos a nosotros mismos: ¡Vaya, no es tan desagradable como pensé!, lo que nos confirma lo inútil que es juzgar a priori a las personas antes de conocerlas.
Uno no puede juzgar y dejar de establecer vínculos con alguien tan solo por su modo de vestir, o por como habla, pues a pesar de que estos son rasgos de una personalidad, lo que más vale en una relación afectiva y amistosa, son los sentimientos de las personas, su bondad, su generosidad, su altruismo, su entrega incondicional, sus convicciones entre otras.
El ser humano vale por su esencia y contenido, y no tanto por la forma; lo importante de las personas no son sus apariencias, sino sus sentimientos. A veces la personas que mas criticamos y juzgamos son las que mas nos enseñan las cosas de la vida, razón por la cual, antes de juzgar a las personas y criticarlas, debemos conocer sus sentimientos.
Hasta aquí, podemos ver que hay una tendencia generalizada en los seres humanos a juzgar anticipadamente a los demás, por lo que debemos preguntarnos: ¿Por qué todos juzgan a todos, y sobre todo, de manera equivocada? ¿Cuál es la razón de esta actitud? La respuesta es muy fácil de entender pero muy difícil de comprender. Cada uno de nosotros proyectamos o introyectamos en el otro, nuestros propios defectos o las virtudes que deseamos. Es decir, una persona no nos agrade en la primera impresión, por el simple hecho de que vemos reflejadas nuestros egos y defectos, y en cambio, una persona nos agrada desde el primer momento, por que vemos en ella ciertas virtudes que carecemos. ¡Tan simple como eso!
Samuel Aun Weor, afirmo en una conferencia donde el tema era ¿Por qué juzgamos a los demás?, lo siguiente: "Los defectos que cargamos en nuestro interior, nos vuelven injustos para con el prójimo; nosotros nos amargamos la vida con nuestros defectos, y lo que es más grave, se la amargamos a los demás. ¿Y usted que piensa ala respecto? JM Desde la Universidad de San Miguel.
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