|
"Falsocracia"

"Asado a la plaza"

""
08/11/2013 00:00

    Uno de mis secre­tos peor guarda­dos es que no soy mazatleco, sólo presumo de serlo. Nací en el DF y pasé mi primera infancia aprendiendo a añorar la tierra en que no había nacido, como práctica de herencia paterna.
    Veníamos los veranos, no sé si todos, no sé si unáni­memente, a Mazatlán. Re­cuerdo que visitábamos al tío Adrián, a quien le gustaba contarnos las historias de su hermano Fernando, mi abue­lo. Me acuerdo que se sentaba en la sala, detrás de un timón que hacía la mesa de centro, y que en el patio ha­bía un árbol de guanábanas que la tía Tuchi despulpaba con las manos.
    Recuerdo el mar, frente al Hotel Playa. Me recuerdo corriendo entre las sombras porque la arena quemaba, y sentándome en el suelo, por­que las sillas de playa que­maban aún más. Soñaba en­tonces con las islas, que eran las únicas que había visto en mi vida, y me imaginaba que detrás de sus cerros se ex­tendían países completos, celosamente guardados de mi vista.
    Como buen sino, me acuerdo mucho de la comida. Íbamos al Doney, a donde se desayunaban los domingos, y era el lugar más elegante del mundo.
    Comíamos en Cerritos, bajo estricta búsqueda de espinas. A la fecha aún me asombra la habilidad con que el señor de los cocos blande su machete.
    Y cenábamos en El Túnel, a donde mi papá visitaba con mucho cariño a una señora que fue nana de mi abuelo, y al que llamábamos el túnel del tiempo, porque se tardaba tanto en servir. Yo pedía To­nicol o refrescos de naranja, y tomaba tantos, que me da­ba vergüenza y los escondía debajo de la mesa. Pedíamos raspados de leche quemada y nos comíamos los chiles güeros con tostadas. Rara vez quedaba apetito para los pla­tos inmensos, rebosados de lechuga, del Asado a la Plaza.
    El Asado a la Plaza debe ser el hermano de en medio de la comida sinaloense, ignorado entre mariscos y jamoncillos, entre pescados zarandeados y coricos, entre machacas, tamales barbo­nes y nanchis con chile. Si alguno merece, sin embargo, llamarse sinaloense, es este plato de carnes fritas, tapado de verduras, que las mamás de esta tierra preparan sudo­rosas en las cocinas.
    Sin el manjar del mar y su liviandad cocina con limón, el Asado a la Plaza mira al pasado agrícola de Sinaloa y lo corona con su variedad. Aguacate, zanahoria, cala­baza, cebolla, repollo, papa, tomate, ajo, chiles güeros y alteraciones personales, pa­san de la cocción a la fritura, del cuchillo a la licuadora, en un plato complejo, rico, completo, poderoso.
    Recuerdo que me tomaba el jugo de tomate, que venía en minúsculas jarritas de metal, y empezaba la titánica tarea de comer la orden. La gula servía de trance para convertir el placer de comer en aniquilación de la co­mida. Salíamos adoloridos a caminar por la Plazuela Machado, que en aquellos tiempos carecía de cuidados. Nos asomábamos a las ca­tacumbas del semiderruido teatro y leíamos las leyendas de Ángela Peralta, que papá se apuraba en desmentir.
    La mayor gracia del Asa­do a la Plaza es que, a dife­rencia del resto de la comida sinaloense, que depende de frescura y exoticidad, pue­de prepararse en cualquier lado, si se tiene el esmero su­ficiente. Sépase que hoy, a 7 mil kilómetros de distancia, mi casa huele a fritura, pero extrañé menos mi mar.
    jevalades@gmail.com