Héctor Tomás Jiménez
Seguramente muchas veces nos hemos preguntado qué es lo que hace que cada ser humano sea único e irrepetible, y la verdad, bajo la premisa de que todos disfrutamos del mismo origen de la vida, es decir del mismo embrión divino, todos somos seres iguales, y las diferencias las podemos encontrar en la multiplicidad genética y en las diferencias de los ambientes sociales en los que convivimos.
Hay una noción que intrínsecamente nos hace ser diferentes, y es el de la dignidad humana, valor ético que se encuentra inserto en nuestro código genético y nos permite compartir las diferencias como personas. Esto es así, por el simple hecho de que el hombre, con su inteligencia, es capaz de trascender y trascenderse en el mundo en que vive y del que forma parte, es capaz de contemplarse a sí mismo y de contemplar el mundo de manera trascendente.
La noción de dignidad humana ha estado siempre presente en la historia de los distintos pueblos y culturas, y muy a pesar de que la historia registra supremacías y sojuzgamientos entre los hombres, la dignidad humana persiste a lo largo de los siglos y por generaciones. La dignidad humana no es un atributo que cada individuo tenga por sí solo, independientemente de los demás, pues los seres humanos somos seres sociales, ya que vivimos en comunidad y la vida en sociedad nos convierte en personas y, como tales, debemos entablar con los demás una relación de igualdad.
A pesar entonces de que como seres humanos somos individuos únicos e irrepetibles, todos en general, algunos de una manera y otros de otra, estamos en una constante búsqueda de nosotros mismos y en el logro de nuestro bienestar humano, a través de nuestra estabilidad física, psicológica, emocional y social, lo que en otras palabras significa en nuestro crecimiento y desarrollo como personas.
Es por ello que en un mismo seno familiar, es común encontrar que cada hijo sea único e irrepetible, aunque disfruten de algunos rasgos que los identifican como hermanos, incluso aun en los casos de hermanos gemelos, que físicamente son muy iguales, las diferencias las podemos encontrar en actitudes, conductas, gustos, aficiones e incluso en intereses personales. Esto es lo que al fin y al cabo es lo que hace que cada ser humano sea especial, único e irrepetible.
Con el paso del tiempo vamos formando nuestra propia identidad personal, la que nos hace ser diferentes de los demás, pero que la vez nos permite estar insertos en un grupo social determinado, que guía de cierta manera nuestro proceder. Como miembros de un cierto espacio social, debemos ser capaces de adaptarnos e ir incorporando a nuestro diario vivir, normas, valores, emociones, motivaciones, limitaciones, que nos restringen a la hora de tomar decisiones, pero que nos permiten ir avanzando paso a paso en la vida; es por esto que debemos ir desarrollando aptitudes que nos enseñen a desenvolvernos de buena manera en la sociedad.
Nuestro mayor reto es ir conociendo nuestro yo interior: ¿Cómo soy, cómo me comporto, qué quiero, por qué lo quiero?, entre otros elementos, para estar al tanto de cómo enfrentamos y resolvemos los retos que se nos presentan cada día.
A medida que vamos creciendo, conociendo y compartiendo experiencias de vida, vamos abriendo paso un pensamiento lógico y abstracto, con la capacidad de reflexión y conciencia que muchas veces se imponen en la práctica de la vida. Todo esto nos permitirá comprender los hechos que antes eran confusos para nuestra mente, de esta forma seremos capaces de evaluar a través de un pensamiento complejo escenarios de distinta índole.
Es evidente que todos los seres humanos somos diferentes, en distintos aspectos como son el origen étnico, la capacidad sensorial, el manejo de las emociones, la conexión espiritual entre otros, características que nos distinguen a unos de otros. Sin embargo, no podemos dejar de aceptar que por encima de cualquier diferencia, todas las personas somos iguales en nuestra naturaleza humana; esto significa que todos somos libres, pensamos, amamos, creamos, nos relacionamos y construimos nuestro propio destino. Estas capacidades y características nos diferencian del resto de las criaturas de la naturaleza y, por lo tanto, transforman la existencia de los seres humanos en algo especial.