"Carlos Monsiváis: Del laicismo como desarrollo civilizatorio"

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27/03/2005 00:00

    SUGEY ESTRADA / JESÚS LÓPEZ / HUGO GÓMEZ

    A una mujer adúltera se le conoce porque clava la mirada en el piso Entre 1911 y 1940, el integrismo batalla contra la secularización y, como examina Jean Meyer en sus acercamientos a la Cristiada y al sinarquismo, el sentimiento religioso se vierte en la defensa de una cultura (las tradiciones, la obediencia al poder eclesiástico, la negativa a la educación laica, la protección del patrimonio agrario). No reduzco el universo católico de México a la Cristiada y al sinarquismo, pero en el odio al laicismo estos movimientos definen la actitud última "del fundamentalismo", tanto en su apasionamiento sacrificial (su abundancia de mártires) como en su intolerancia ardiente (su abundancia de verdugos). Su condición de católico no ablanda al presidente Manuel Ávila Camacho, que ordena "contener a la derecha", lo que desemboca en la matanza impune de un grupo de sinarquistas en León (en 1942), otro de esos crímenes desaparecidos oficialmente, sublemante la resistencia al Estado disminuye o cesa. Ya instalado en la resistencia simbólica al Estado laico en la capital, y en la intolerancia en el resto del país, el tradicionalismo se debilita. En provincia hay campañas de exterminio contra los protestantes, en la capital se le encarga al escándalo frenar la amplitud de criterio. Un caso notorio: en 1948, Diego Rivera en su mural "Un domingo en la Alameda", una síntesis histórica y legendaria de México, incluye al gran liberal Ignacio Ramírez con un cartel: "Dios no existe" (una frase de un texto de 1837: "Dios no existe. Los seres y la Naturaleza se sostienen por sí solos"). De inmediato y como si la frase fuese un hechizo diabólico, se desata la ira fundamentalista, y al Hotel del Prado, sede del mural, llegan unos estudiantes a borrar la frase, no vaya a deprimir al Altísimo. Al cabo de agresiones incontables, Rivera cede y manda borrar la frase. Para la derecha, a mitades del Siglo 20, un ateo es todavía el equivalente de un hombre con un ojo en la frente. En la primera mitad del Siglo 20, se mantienen como datos de la creencia absoluta los ritos: bautismo, confirmación, bodas, ceremonias de acción de gracias, extremaunción. Como de costumbre, estos actos, además de la carga de fe individual, ratifican las redes sociales. "El habla del paraíso" es también, y de modo predominante, el habla de la visión grandilocuente de la sociedad. Se pertenece al grupo, al sector, acatando los requisitos eclesiásticos. La teocracia y el medievalismo dependieron por entero de un hecho: cada persona sabía su lugar en la sociedad, y el centro lo compartían el poder clerical y el político. La pérdida de fe en los milagros, la desmiraculización de que habla Max Weber, es un avance de la sección secular. El deseo de inmovilizar las creencias en el tiempo se escinde en los anhelos de construir el reino de Dios sobre la tierra, y en las maniobras para perpetuar el poder económico y político. En el primer caso, cada día más escaso, el ejemplo más notable es un pueblo de Michoacán, que a partir de 1970 ó 1971 deviene la Nueva Jerusalén, experimento milenarista de Papá Nabor y Mamá María de Jesús, guías, en la vida cotidiana y en los templos, de las prácticas devocionales y de los deseos de la Virgen del Rosario. A esta movilización "contra el mundo" corresponden las persecuciones de protestantes y el episodio criminal de agosto de 1968, en San Miguel Canoa, Puebla, cuando el cura Enrique Meza Pérez (jamás detenido o llevado a declarar) exhorta a los feligreses a proteger su fe contra la invasión de "comunistas, violadores de mujeres que vienen a incendiar las cosechas". El pueblo lincha a cuatro excursionistas de la Universidad Autónoma de Puebla, y al campesino que les daba alojamiento. Entre 1980 y 1999, para ponerle fechas a un proceso incesante, las relaciones cordiales entre política y religión se acentúan. Se acaba el "nicodemismo" (de Nicodemo, un personaje de los Evangelios, que se veía clandestinamente con los apóstoles al comienzo de la era cristiana). Los políticos advierten la fuerza del clero, la izquierda no quiere ser acusada de "jacobina" y las grandes corporaciones religiosas (el Opus Dei y los Legionarios de Cristo en primer lugar) no alcanzan a la mayoría de la población, pero sí uniforman las declaraciones de fe de las élites y se vuelven muy poderosas en lo económico y lo político. Crecen sin medida las universidades particulares, se acentúa la influencia clerical sobre las esposas de empresarios y políticos, se desdeña por anticuado el anticlericalismo, y se glorifica el poderío de un clericalismo en nada distinto al del Siglo 19. Bueno, sí en algo: ahora cree en las inversiones). Las guerras de religión son ya cosa del pasado, pero las "guerrillas de religión" siguen muy vivas. Y los fundamentalistas de la derecha se niegan a aceptar a la diversidad, el equivalente mexicano del multiculturalismo; para ellos lo diverso atenta contra la esencia de la patria, la religión y la identidad nacional. Pensar y actuar de modo distinto, aunque perfectamente legal, resulta perversión moral, acción de "moscas" y "lobos rapaces", según comenta Girolamo Prigione, embajador del Vaticano en México. A su vez, el cardenal de Guadalajara, Juan Sandoval Íñiguez, afirma: "Se necesita no tener madre para ser protestante". Durante la era del PRI, se mantiene el apego formal a la libertad de conciencia sin defenderla verdaderamente en los casos de agresiones y linchamientos de los disidentes religiosos. Al iniciar el Partido Acción Nacional sus triunfos en la década de 1990, y al derechizarse un gran sector de la clase política, los panistas y sus aliados ven llegado su momento: quieren "adecentar" el arte, prohibir las minifaldas, censurar películas y obras de teatro, prohibir la programación televisiva que "atente contra la familia". Fracasan en casi todo, pero sus éxitos parciales se advierten en riesgos y conquistas que se creían irreversibles. Un punto de vista muy compartible. El 27 de enero de 1999, el subsecretario de Educación Pública, Olac Fuentes Molinar, responde categórico a la demanda panista de educación religiosa en las escuelas públicas: "El artículo tercero constitucional es muy claro al establecer la educación lacia. "El laicismo en la educación básica es una conquista nacional. Está presente en la estabilidad y en la paz en las últimas décadas, y es un precepto constitucional. Somos respetuosos de las distintas expresiones (de fe). "Pero una cosa es la libertad religiosa que está establecida en la Constitución y otra es la presencia de religiones en la educación. Debemos ser cuidadosos del pluralismo de ideas y creencias, pero en el ámbito de la educación básica no nos conviene confundir esos espacios". El laicismo es una conquista irreversible.