1. Ayer pregunté a mis alumnos de teología, muchachos informados y estudiosos, si habían caído en la cuenta de que, el pasado domingo, Don Sergio Méndez Arceo hubiera cumplido 100 años, de no ser por la muerte que lo sorprendió en 1992. Ninguno supo darme razón del personaje, demostrando lo injusta que es la historia con quienes llevan una vida diferente a los parámetros de comportamiento eclesial establecido.
2. Les recordé que el entonces joven Padre Sergio, con apenas 44 años de edad, llegaba en 1952 a la Diócesis de Cuernavaca, de la que sería su Obispo. Como sucederá después con Samuel Ruiz, Méndez Arceo era conocido por su capacidad intelectual, se doctoró en Historia de la Iglesia, y por su ortodoxia católica. Nadie imaginaba en aquellos años el vuelco tan grande que daría Don Sergio, como se le conoció hasta su muerte.
3. Algunos de sus historiadores sostienen que Méndez Arceo se adelantó, al menos una década, a la reforma litúrgica promovida por el Concilio Vaticano II, en 1965. Afirman que las remodelaciones hechas a la Catedral de Cuernavaca, y las profundas innovaciones a las prácticas culturales promovidas por Don Sergio eran señales de lo que vendría después a nivel mundial: una liturgia de comunión y participación, ya no de admiración.
4. Sin embargo, siempre he creído que la renovación litúrgica no era el objetivo fundamental de los reformadores conciliares, sino la idea de la Iglesia que se vivía hasta entonces en las comunidades católicas. El Concilio invitó a pasar de una iglesia piramidal, en la que había niveles de dignidad y escalafones de responsabilidad, a una de tipo circular, en la que se prefería la igualdad frente a Dios y la división de tareas.
5. Pero Don Sergio no sólo tenía preocupaciones ligadas a la teología, sino que también apoyó a dos personajes que en la Cuernavaca de aquellos días causaron un gran impacto: Gregorio Lemercier, monje benedictino que además de fomentar la renovación en el arte litúrgico promovió el psicoanálisis en su congregación, e Iván Illich, fundador del después famoso Centro Intercultural de Documentación.
6. El apoyo al ecumenismo fue otra de sus características, y se sentía orgulloso de ofrecer su diócesis a cientos de refugiados chilenos, que escaparon a la dictadura de Pinochet. Su interés por los asuntos latinoamericanos le valió ser elegido miembro del Tribunal Permanente para los Pueblos y, aunque criticado por algunos de sus hermanos obispos, muchos otros lo consideran como el profeta del Siglo 20.
7. La última vez que lo vi fue en Roma, en 1983, cuando presentó al Papa su renuncia al obispado de Cuernavaca por la edad, 75 años, que había alcanzado. Venía de Cuba, después de someterse a una operación de la próstata. Me admiré de su energía, de su vitalidad, raras en un hombre ya casi anciano. Ojalá que sus preocupaciones no encuentren el mismo silencio que, parece, la historia le quiere obsequiar a este rico personaje.
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