"Con el libro que está por editarse, Del Villar seguirá librando su lucha, una lucha que siempre dio bastante en solitario, y sin muchas posibilidades de triunfo, pero que él vivió con intensidad y como la única forma digna de pasar por esta ti"
Jaime Félix Pico
Imágenes._ De las decenas de imágenes que tengo en la memoria de Samuel Del Villar, elijo dos separadas por casi tres decenios, que es casi el tiempo en que le conocí y le traté como colega. La primera corresponde al momento en que acababa de morir Daniel Cosío Villegas, personaje al que Samuel y yo teníamos en alta estima. Vuelvo hoy a ver a Del Villar una noche de marzo de 1976 en la redacción de Excélsior, el de Julio Scherer, fumando, frente a la máquina de escribir y algo desbordado por la emoción, situación frecuente en él, mientras daba forma a un artículo en que sintetizaba lo que ambos considerábamos el gran legado de Cosío: su inteligencia y conocimiento, tanto del pasado como del presente, su determinación de contribuir a modificar una realidad inaceptable, todo esto combinado con un claro sentido de la ética, del deber ser, y con la pasión y angustia por el destino de México. A 29 años de distancia, un juicio sobre Samuel Ignacio del Villar Kretchmar no puede ser muy diferente de aquel que ambos habíamos hecho sobre Cosío Villegas. La otra imagen es muy reciente: Samuel, poco antes de cumplir los 60 años, sentado en una esquina de su pequeño cubículo de El Colegio de México, acompañado del escolta al que tenía derecho como ex Procurador de la Ciudad de México, y al que había transformado en su puntual ayudante de investigación, sentado horas y horas frente a su computadora, con un claro sentido de la urgencia y la determinación de ganarle tiempo al tiempo o, más exactamente, de ganarle a la muerte que él sabía, y que intuíamos los que convivíamos con él, que ya estaba ahí, para poder concluir un libro donde, entre otras cosas describía, analizaba y denunciaba ese gran crimen que la corrupción sin medida de la clase política del régimen anterior, con la complicidad de la actual, había perpetrado contra el interés nacional mexicano a través del Fobaproa y el IPAB, con un costo de 1.3 billones de pesos. Ya internado en el hospital y muy débil, siguió con el trabajo. Y sólo cuando puso punto final al manuscrito, le permitió a la muerte que procediera a cerrar el círculo de su vida. No soy el único que le va a echar de menos, aunque estoy absolutamente seguro que serán varios, muchos, los que no lo harán, pues por la forma de vida que eligió, Del Villar hizo tanto amigos como enemigos de fondo. El verdadero sistema político._ Como hombre público, del Villar sólo llegó a ser realmente conocido en 1997, al asumir el cargo de Procurador General de Justicia del Distrito Federal tras la victoria electoral del PRD y del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas. Para entonces, el personaje ya llevaba centenares de cuartillas llenas de pasión y publicadas en la prensa, ya cargaba la experiencia de quien había pasado por una variedad de puestos en la administración pública, por todos los niveles de la academia, de la licenciatura al doctorado y, sobre todo, por la militancia en un partido del gobierno primero, el PRI, y luego en otro de oposición y en un sistema autoritario: el Partido de la Revolución Democrática. Expresado así su currículum vitae, no se le hace justicia porque no se distingue mucho del de otros, de ahí que conviene ir más a fondo y destacar lo singular del personaje. La originalidad de Del Villar estuvo en la fuerza de su convicción fundamental y en las acciones que llegó a tomar por esa razón. Y lo medular de esa convicción no es difícil de resumir pero sus implicaciones son muchas: en México, la corrupción de la vida pública es de dimensiones enormes, al punto que desde hace tiempo el fenómeno no constituye una excepción sino la regla fundamental de la cosa pública, desde el nivel más bajo al más alto. Su análisis jurídico, económico y político, le llevó, nos llevaba, a concluir que en México la estructura de la corrupción pública es el verdadero sistema político, lo demás, las estructuras constitucional, jurídica, social, de partidos, de grupo de interés, etcétera, resulta ser lo de menos, lo secundario. Para algunos, Samuel del Villar no era considerado un radical porque la estructura de su análisis no correspondió nunca a alguna de las variedades del marxismo o del socialismo, entre otras cosas, porque su formación académica en las áreas de derecho y de economía, le condujo a abrevar en las fuentes de los valores liberales y democráticos. Sin embargo, en México y en muchos otros lugares, es cada vez más claro que, el que alguien haya optado en determinado momento por alguna de las variantes de las ideologías revolucionarias, no es garantía de que su análisis y menos su conducta, correspondan realmente a las propias de quien está comprometido con la búsqueda efectiva de un cambio de fondo y positivo en los valores y las prácticas políticas de una sociedad. La raíz del radicalismo de Del Villar, su intolerancia frente a las muchas formas que asume en México, y en el resto del mundo, la corrupción pública, se encuentra en una mezcla de su estupenda preparación académica con su catolicismo. Fue capaz de combinar una muy buena preparación jurídica, con conocimientos de economía, política e historia, con una convicción profunda de que la tarea del ser humano es el servicio a los demás, en particular a los que menos se pueden defender, y que el compromiso con preceptos tales como el "amarás a tu prójimo como a ti mismo", "no matarás" o el "no mentirás", debe de ser, sin reservas, intransigente. La preparación._ Samuel recibió y aprovechó muy bien, una educación de élite. De escuelas privadas pasó a la Facultad de Derecho en la UNAM, para después solicitar admisión en lo que hoy es la universidad de mayor prestigio en Estados Unidos y, probablemente, en el mundo: Harvard. No fue poca cosa lograr el ingreso y menos sacar el doctorado en la Harvard Law School. Pero al lado del derecho, donde se preparó tanto en el tipo de derecho que domina en México como en el mundo anglosajón, lo que le permitió el rico enfoque comparativo, también se interesó en la economía, al punto que pudo dar cursos sobre el tema a estudiantes de licenciatura en ciencias sociales. Su tesis de doctorado, que nunca encontró el tiempo para traducir y publicar en la coyuntura adecuada, es decir, la de fines de los 1970, era una combinación de derecho y economía aplicada de manera crítica a casos concretos de la realidad mexicana contemporánea. Del Villar ingresó al Centro de Estudios Internacionales de El Colegio de México en 1973, sus cursos fueron lo mismo de derecho constitucional que de análisis económico y comercio internacional, pero también fue profesor de economía política en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM. Su energía la encausó entonces menos a la investigación y más por los artículos académicos en revistas como Foro Internacional o en ensayos cortos y combativos propios de las secciones editoriales de los periódicos, Excelsior o La Jornada, o de los artículos de las revistas políticas, como Razones o Proceso. La carrera política de Del Villar se inició, como la de muchos otros de su misma condición y clase, dentro del PRI y de la administración pública. Sin embargo, ello no le impidió ser parte del periódico Excelsior encabezado por Julio Scherer, que se enfrentó al presidente Luis Echeverría y que, por ello, sufrió en carne propia la expulsión y el escarnio. El fin del sexenio de Echeverría le hizo concebir esperanzas, por lo que aceptó ser consultor de la presidencia durante el Gobierno de José López Portillo, experiencia que concluyó con una segunda desilusión. Bajo Miguel de la Madrid, Samuel asumió, ni más ni menos, que la enorme empresa que significaba llevar a la realidad la promesa presidencial de renovar moralmente la vida pública mexicana. Tomó tan en serio el mandato y su papel de descubrir y atacar desde dentro la corrupción pública, que pronto se convirtió en un problema político para el presidente y para algunos de los que hasta entonces habían sido sus compañeros de viaje. Su idea era que la "renovación moral" no fuera un eslogan más del tipo de "la marcha al mar" o "arriba y adelante", pero erró por tercera vez. En esas circunstancias, tomó una decisión que lo separó definitivamente del antiguo régimen: renunció a su cargo y cortó las ligas con una presidencia, un partido y una clase política donde corrupción y carrera exitosa eran sinónimos. Camino a Damasco._ Fue en la coyuntura del triunfo de Carlos Salinas y sus seguidores dentro del gobierno de la no renovación moral de De la Madrid, y en el momento en que Cárdenas y los suyos dentro del PRI se decidieron a desafiar al poder presidencial en nombre de la democracia, que Samuel del Villar se marchó con los disidentes. Su adhesión al Frente Democrático Nacional primero y al PRD posteriormente, se debieron menos a una orientación de izquierda o a un cálculo político que a una decisión moral. Una vez en el PRD, no dudó en enfrentarse a la parte más cruda del salinismo. Un buen ejemplo se encuentra en su defensa jurídica, en 1990, de aquellos perredistas que en Aguililla, Michoacán (15 mil habitantes), y encabezados por Salomón Mendoza, habían ganado el poder municipal en las urnas al PRI en diciembre de 1989, pero que lo perdieron frente a una represión brutal del gobierno, que los acusó de narcotraficantes y a Mendoza, lo torturó y lo acusó de posesión de armas prohibidas. La lista de los defendidos por Samuel aumentó a lo largo del Gobierno de Salinas, y continuó durante el de Ernesto Zedillo, pues fue él quien se hizo cargo de representar los intereses de las viudas de los asesinados en el vado de "Aguas Blancas" en Guerrero. El retorno._ En 1997, tras apoyar a Cárdenas para ocupar el cargo de jefe de gobierno en el Distrito Federal, Samuel volvió al gobierno, esta vez como Procurador (1997-2000). Ahí su combate fue tanto interno, purgando a la policía judicial lo mismo que rediseñando su sistema de capacitación, como externo. Sus enemigos fueron importantes, poderosos, y lo mismo se enfrentó a la IBM, que a Televisión Azteca, cuando logró revertir el golpe que la televisora pretendió darle a Cárdenas a raíz del asesinato de Francisco Stanley que pidió entonces públicamente la renuncia del Jefe de Gobierno, al mostrar los nexos del artista con el mundo de las drogas. Del Villar no sólo combatió la corrupción del viejo sistema, sino también del nuevo. En calidad de responsable de la Comisión para la Legalidad y la Transparencia del PRD, investigó las irregularidades denunciadas en las elecciones internas de ese partido en marzo del 2002. Para entonces Samuel estaba ya enfermo y de retorno a El Colegio de México y no le entusiasmó la tarea, pero la aceptó por obligación, confiando en que una "renovación moral" del PRD aún era posible. La conclusión de su estudio, que finalmente fue desatendido por las autoridades perredistas, fue demoledora: todos los tipos de fraudes que el PRI había orquestado en el pasado para impedir la autenticidad del sufragio, los habían vuelto a cometer los bandos en pugna dentro del PRD. Si las elecciones no se declaraban nulas y se reponía el proceso, y si no se modificaban los ordenamientos legales del partido para impedir que el fraude se repitiera, en las siguientes elecciones el fenómeno se reiteraría y el PRD no estaría en posibilidad de ofrecer a México la alternativa política y ética que se suponía era su razón de ser. Obviamente a Del Villar no le hubiera alegrado ser considerado profeta, pues lo que él preveía ocurrió puntualmente en el 2005. Con el libro que está por editarse, más un par de capítulos en otros, también por venir, Samuel del Villar seguirá librando su lucha, una lucha que siempre dio bastante en solitario, y sin muchas posibilidades de triunfo, pero que él vivió con intensidad y como la única forma digna de pasar por esta tierra. Algunos le vamos a extrañar y a necesitar.