"Conviene precisar que no es el número lo que define a la democracia, sino el respeto irrestricto a la minoría independientemente de cómo vota"
NOROESTE / REDACCIÓN / SHEILA ARIAS
Muy probablemente cuando Winston Churchill calificó a la democracia como la peor forma de gobierno después de las demás, estaría pensando en la forma en que algunos emperadores romanos por medios poco ortodoxos, pero con la simpatía de la mayoría llegaron al poder, así como la forma democrática con la que legítimamente Adolfo Hitler fue electo. Hoy nos asombra y decepciona que personajes tan descalificados como Hank Ron, Ulises Ruiz hayan sido electos en un sistema democrático y Hugo Chávez en Venezuela también recientemente convalidado en el poder mediante un referendo, instrumento válido y aceptado por la forma democrática de gobierno. Mi percepción es que la democracia ha funcionado durante siglos con eficacia, especialmente en el mundo civilizado más desarrollado y puede seguir operando, pero para que funcione bien requiere del requisito indispensable de una amplia participación ciudadana como factor legitimador en el origen, porque evita que los menos mediante medios ilegales se alcen con la victoria, como sucedió en Oaxaca y en Tijuana, en donde sólo votó un tercio de los empadronados. Por otra parte conviene precisar que no es el número lo que define a la democracia, sino el respeto irrestricto a la minoría independientemente de cómo vota, pues el criterio meramente numérico conduce a la tiranía de la mayoría. En tales casos no falló la democracia, sino quien falla es el ciudadano que por varias razones no acude al cumplimiento de su deber cívico político ya sea porque los partidos políticos no lo han educado lo suficiente explicándole el verdadero sentido y misión de la democracia, de la que espera todo a cambio de nada y en nuestro país se da más este vicio, ya que nuestro sistema paternalista así nos deseducó durante el siglo pasado. También deja de votar debido a que por hambre o indignidad venden su credencial de elector al peor de los candidatos. Este desencanto por la democracia se presenta hoy en los pueblos subdesarrollados de América Latina, África y algunas regiones de Asia, no así en los países civilizados de esos mismos continentes pues en estas latitudes no se dan los desaseos durante los procesos, ni durante el día de la elección, tampoco se da en tal medida el espectáculo que han dado algunos partidos políticos y autoridades en nuestro país, en buena medida por la corrupción rampante que los ha permeado. Desde luego que la pobreza, la ignorancia, la marginación pero sobre todo la impunidad son los factores que juegan un papel decisivo en la disfuncionalidad democrática, basta ver en qué medida han propiciado e impulsado a estos factores negativos los que se han beneficiado con los estragos que han causado al país tales factores. Estas consideraciones las hago debido a que la semana pasada leí en este diario la entrega que semanalmente hace el analista poblano Manuel Díaz Cid con el título Decepción por la Democracia en cuyo análisis luego de cuestionar el porqué del voto inexplicable emitido a favor de los pésimos candidatos postulados por el PRI para gobernar en el Estado de Oaxaca y el municipio de Tijuana; más adelante Díaz Cid se cuestiona cómo un hombre: Mesiánico, con antecedentes turbios, desprecio por la ley, proceso en curso, colaboradores corruptos e impunes, ofensas a sus gobernados pagadas por el erario y nula transparencia, (López Obrador) encabeza todas las encuestas para Presidente de la República... El analista después de estas consideraciones recurre al politólogo inglés John Dunne de la Universidad de Cambridge que en su libro titulado La Agonía del Pensamiento Político Occidental, se pregunta: ¿Poseen todavía las tradiciones de la comprensión de la política, que se han desarrollado en Europa durante los dos últimos milenios y medio capacidad residual suficiente como para orientarnos ante el mundo tal y como lo tenemos hoy ante nosotros? Siguiendo este pensamiento el mismo analista poblano afirma: Comenzamos a entrar a un terreno peligroso en el que debemos empezar a cuestionarnos si no estamos al final de una época y al inicio de otra que significa sin duda el desmoronamiento de las viejas herramientas que nos dieron certeza. Ante estos profundos cuestionamientos que van mucho más allá de las coyunturas electorales que se están dando en América Latina, me parece muy difícil llegar a una conclusión contundente y mi optimismo me lleva a pensar que dada la naturaleza humana, siempre gregaria y cada vez más solidaria, la democracia seguirá teniendo mayor vigencia en tanto que logremos irla perfeccionando, en vez de degradarla con tantos adjetivos que aquí le han adosado y, en tan despiadado manoseo, todos la presumen, pero muy pocos la respetan y menos aún la viven. rinber@cln.megared.net.mx