Héctor Tomás Jiménez
De nueva cuenta, pido mil disculpas por hablar en primera persona, pero es para mí algo imposible de evadir, pues el día de hoy es muy especial para mi esposa y para mí, aunque en realidad lo es para toda nuestra familia, nuestros hijos y nuestros nietos.
Aprovecharé esta fecha especial, para contarles mi propia historia de amor, pues al día de hoy, han pasado 38 primaveras desde aquel lejano primero de mayo de 1971, cuando lleno de amor y entusiasmo por unirme a la mujer que amo y he amado siempre desde entonces, pronuncié el "Sí acepto" en el templo de Fátima. Ella, al igual que yo, aceptó unirse en matrimonio, con la convicción de que era un sí perdurable, un sí para siempre, un sí que hasta ahora no acepta condiciones por que fue una afirmación de amor para toda la vida, llena de blindaje contra las adversidades, que no han sido pocas, pues al fin y al cabo, el matrimonio es la unión es entre dos seres en proceso de perfectibilidad.
Así hemos concebido el amor y el matrimonio, una unión perdurable y para toda la vida.
Ella, Irma Alicia mi esposa, tiene una idea muy clara del amor, que se resume en una frase que ha acuñado y que me conmueve, a pesar de parecer una paradoja, pues en más de una, por no decir en varias ocasiones a lo largo de nuestra vida en común, hemos comprobado que tiene una gran validez.
Ella dice que: "el amor es tan fuerte como un estorbo y tan frágil como un cristal", y en efecto, la fortaleza del amor se alimenta de las convicciones de la fidelidad y el respeto y en cambio, la fragilidad del mismo, está regida por las malas actitudes y la flaqueza ante la oportunidad de la infidelidad.
El amor se sustenta entonces, en el amor y el respeto, dos palabras que adquieren dimensión en el tiempo, pues a pesar de pronunciarlas frente al altar y frente a los hombres en la antigua epístola de Don Melchor Ocampo, en aquel momento son solo parte del protocolo de la unión.
El verdadero significado de estas palabras, está en el convivir diario con la persona amada, y es entonces cuando se prueba la fortaleza del estorbo, o la debilidad del cristal.
Hace algunos años, leí un hermoso libro titulado Los Misterios de la Vida escrito por Osho, un maestro espiritual hindú, precursor de la enseñanza centrada en abordar desde distintos ángulos, la cuestión del desarrollo de la conciencia humana hasta alcanzar el grado de la iluminación.
En su libro, Osho escribió una hermosa definición del amor, muy diferente a lo que estamos acostumbrados a leer como significado del amor.
El dice que:
"El amor es la luminosidad, la fragancia de conocerse a uno mismo, de ser uno mismo. Es alegría desbordante. El amor ocurre cuando descubres quién eres; entonces no puedes hacer otra cosa que compartir tu ser con los demás. El amor ocurre cuando te das cuenta que no estás separado de la existencia, cuando te sientes en una unidad orgánica con todo lo que existe. El amor no es una relación, es un estado de ser; no tiene nada que ver con nadie más. Uno no se 'enamora', uno es amor. Y por supuesto cuando uno es amor, uno está 'enamorado'; pero eso es un resultado, una consecuencia. Ese no es el origen del amor, su origen es que uno es amor".
Así es como nosotros, mi esposa y yo hemos concebido el amor dentro del matrimonio, una oportunidad donde cada uno de nosotros somos amor en si y por sí mismos, una vivencia, un estado emocional que nos permite sentirnos unidos con la existencia de nuestro yo interno y con el yo interno de la persona amada.
Esta concepción espiritual del amor, es también la llave de su fortaleza y perdurabilidad.
En efecto, uno de los secretos del amor perdurable, es aprender a vivir los años juntos en cada una de sus etapas.
Durante la primera juventud, mantener los detalles del amor, en la madurez temprana, vivir juntos el desarrollo y el crecimiento de los hijos y de los nietos, en la madurez adulta, sabernos necesitados el uno por el otro, y en la tercera edad, vivir juntos, estrechándonos las manos y contemplando nuestros recuerdos, haciendo de cada instante y de cada momento, un motivo para vivir.
Nosotros aún estamos disfrutando de la etapa de nuestros hijos y nietos, y sólo le pido a Dios que nos de el tiempo suficiente para vivir solo de nuestros recuerdos y podamos vivir festejando más allá de nuestras bodas de oro. Estas son también parte de mis "huellas de vida".
Tanto mi esposa como yo estamos seguros de que la vida no es para siempre, pero en nuestra definición del amor perdurable, éste sí es para siempre, pues se prolongará más allá de de los hijos de los hijos de nuestros hijos.
Gordita, con todo mi amor como desde hace 38 años. JM Desde la Universidad de San Miguel.
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