"Cuando Juan S. Millán impuso a Jesús Aguilar Padilla como candidato del PRI a la gubernatura llevaba todas las evidencias de buscar la edición sinaloense de un maximato"
Noroeste / Pedro Guevara
Cuando Juan S. Millán impuso a Jesús Aguilar Padilla como candidato del PRI a la gubernatura llevaba todas las evidencias de buscar la edición sinaloense de un maximato.
Los apetitos millanistas por establecer una jefatura política por fuera de los márgenes institucionales, una vez que él dejaba el Gobierno del Estado, eran tanto un hecho inédito como una posibilidad.
Al perder el tricolor la Presidencia de la República se abría el escenario para que brotaran nuevas relaciones políticas en el PRI.
Sin un priista en Los Pinos, el poder político del partido fundado por Plutarco Elías Calles se fragmentaba, distribuyéndose entre los gobernadores, la presidenta o el presidente del partido y los coordinadores de sus bancadas en la Cámara de Diputados y en la de Senadores.
Como siempre, siendo fiel a su tradición y a pesar del cambio, las decisiones fundamentales del partido se seguirían tomando cupularmente y recurriendo a procesos informales y, si no ocultos, sí opacos. Los ejecutivos estatales no rompieron esa inercia.
Los gobernadores pasaron a ser las piezas políticas principales del PRI una vez que éste fue desalojado de la silla presidencial.
En Sinaloa, esto lo aprovechó sin riesgos y contratiempos Juan S. Millán para imponer a su protegido Jesús Aguilar Padilla como al abanderado del PRI en la campaña de 2003.
De hecho, el rosarense le hizo la precampaña al cosalteco. Fuera de unos cuantos sectores políticos y sociales de la capital del estado poca gente conocía al entonces jefe de los diputados tricolores.
A través de un desmedido e ilegal gasto mediático, sobre todo utilizando la televisión con recursos públicos, pudo posicionarse a Aguilar Padilla antes de la campaña oficial. El estratega de esa batalla fue Millán.
Al ser Aguilar hechura política de Juan Sigifrido Millán, el cetemista de Rosario pensó que a lo largo del sexenio, mediante los millanistas que dejó en el gabinete, tendría la paternidad política extra constitucional sobre su entonces hijo predilecto. Sin embargo, teniendo el manejo del presupuesto público, Aguilar Padilla compró a los que parecían fieles millanistas y los atrajo a su lado, desdibujando las intenciones del ex gobernador de establecer un maximato estatal.
Juan S. Millán nunca cejó en sus esfuerzos por mantener una fuerte presencia y presión dentro del PRI y el Gobierno de Aguilar Padilla.
El político rosarense siempre pensó que tenía el derecho de ingerencia porque había llevado a Aguilar de la mano hasta hacerlo Gobernador.
Mientras que la candidatura del PRI a la gubernatura le costó a Millán un enfrentamiento con Ernesto Zedillo y Francisco Labastida y una inversión política propia, a Aguilar Padilla no le costó nada: se la entregó Millán pensando que el cosalteco se le iba a subordinar.
En el viejo sistema priista, los gobernadores acataban las órdenes del Presidente de la República y no podían enfrentar sus decisiones, incluso las arbitrarias.
No estaba en ellos elegir a su sucesor porque a éste lo ungía el Presidente.
Cuando los priístas perdieron la silla presidencial, quedó en los gobernadores el derecho monárquico de elegir al candidato tricolor para la gubernatura.
Pero como era una situación nueva, las reglas del juego, por supuesto nunca escritas, no quedaban claras.
Algunos gobernadores pensaron que podían establecer maximatos estatales, entre los cuales estaba Millán Lizárraga.
Los priístas no pudieron institucionalizar la vida política partidaria en Sinaloa ni en otros estados del País después de la derrota presidencial en 2000.
Es decir, no quisieron o no pudieron respetar sus reglamentos para que sus candidatos a puestos de elección popular fueran escogidos por sus militantes mediante asambleas o elecciones internas y no mediante el clásico y autoritario dedazo.
Ante esa incapacidad, lo que se impuso fue el poder elector antidemocrático de los gobernadores.
Los priístas llaman erróneamente disciplina institucional la subordinación al autoritarismo de los gobernadores.
Los poderes fácticos, como lo es cuando un gobernador escoge arbitrariamente a los candidatos de su partido, no tienen nada que ver con la institucionalidad.
Ésta solo existe cuando se procede bajo leyes y reglamentos. De paso, habría que decir que a nivel del Ejecutivo Federal Felipe Calderón imita a la perfección a los viejos presidentes priístas.
Millán y Aguilar Padilla sostuvieron prácticamente desde el inicio del actual sexenio un duelo para ver quien albergaba el poder.
El rosarense definió una retirada táctica temporal para reiniciar el pasado julio los intentos para quitarle al Gobernador el poder de decidir quien será el candidato tricolor en 2010.
En este juego de ajedrez, el primer movimiento lo hizo Millán. Lanzó a Malova para medir la concentración y los reflejos políticos de Aguilar Padilla y Jesús Vizcarra.
La maniobra desconcertó al Gobernador y a su favorito, pero atinaron contraatacar con varios movimientos.
El principal de todos fue el de aparentemente meter en el redil a Mario López Valdéz cuando lo invitó a un desayuno para exigirle "institucionalidad", rodeado de los padillistas.
Nadie puede dar por muerto al sagaz y experimentado Millán Lizárraga. Claro que él no sería quien rompiera con el PRI; eso es impensable, y menos cuando existen muchas posibilidades de que el PRI regrese a Los Pinos.
En apariencia, Aguilar Padilla ha recuperado la iniciativa en la disputa para ver quien da el dedazo, pero es muy probable que Millán intente otras jugadas.
En la recta final del sexenio, Millán quiere ejercer el atributo final de la tradición presidencialista tricolor, y ahora "gobernadorista": el destape del candidato, para establecer una nueva versión del maximato, ahora a nivel estatal.
Plutarco Elías Calles impuso a 4 presidentes: Pascual Ortíz Rubio, Abelardo Rodríguez, Emilio Portes Gil y Lázaro Cárdenas, aunque éste último se le rebeló y lo envió al exilio acabando con el maximato.
Juan S. Millán, impuso como candidato a Jesús Aguilar y ahora lo quiere hacer con Mario López Valdéz.
La gran diferencia es que Millán no pudo dominar a Aguilar y por lo tanto no cuenta con todo el poder para ungir a "Malova". Pero lo va a intentar.
El escenario del rompimiento de Millán y "Malova" con el PRI es prácticamente imposible.
Los acercamientos de Millán con otros partidos y más particularmente con el PRD son simples maniobras de distracción.
El rosarense, como siempre, juega con el PRD. Ya lo hizo una vez y, con la complicidad de los perredistas, lo está volviendo a hacer.
No todas las cartas están echadas. Faltan varias partidas para que se aclare la disputa.
Sin embargo, lo más probable es que se cumpla la tesis final del tercer capítulo de El Príncipe, el clásico de Maquiavelo, que reza así:
(Hay) "una regla general que rara vez o nunca falla: el que ayuda a otro a hacerse poderoso causa su propia ruina.
Porque es natural que el que se ha vuelto poderoso recele de la misma astucia o de la misma fuerza gracias a las cuales se lo ha ayudado".
Millán encumbró a Aguilar Padilla pensando que iba a repetir la historia, a nivel estatal, de Plutarco Elías Calles, pero al parecer se equivocó, y con ello causó su propia ruina.
Si pierde la batalla con Aguilar, a lo largo de un sexenio más, por lo menos en Sinaloa, vivirá en la ruina política.