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"Reflexiones"

"Cuando se pierden la fe y la esperanza"

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01/09/2012 00:00

    Héctor Tomás Jiménez

    En todo ser humano, existe una disposición natural hacia el bien, así como la capacidad para la práctica de la virtud, como valor supremo de lo bueno, capacidad que facilita la adquisición de las mismas virtudes cuando se ponen los medios adecuados para ello. Hay que recordar que llamamos "virtud" a la disposición habitual del hombre, misma que es adquirida por el ejercicio repetido de actuar consciente y libremente en orden a la perfección o al bien. Un principio teologal de la Iglesia católica nos señala que: "La virtud para que sea virtud tiene que ser habitual, y no un acto esporádico o aislado; es como una segunda naturaleza a la hora de actuar, pensar, reaccionar, sentir". Debemos estar conscientes que lo contrario a la virtud es el vicio, que es también un hábito adquirido por la repetición de actos contrarios al bien.
    La Iglesia católica nos habla de tres virtudes teologales o infusas, la fe, la esperanza y la caridad. Estas virtudes teologales fundan, animan y caracterizan el obrar moral del cristiano así como informan y vivifican todas las virtudes morales. Estas virtudes son infundidas por Dios en el alma de los fieles para hacerlos capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna. Son la garantía de la presencia y la acción del Espíritu Santo en las facultades del ser humano.
    Hoy, nos ocuparemos de dos de ellas, de la fe y la esperanza, cuya presencia y trascendencia en el ser humano le permiten una vida plena dentro del orden moral, de tal manera que cuando son trastocadas o minimizadas, la estructura moral del ser humano se resquebraja a tal punto que en la conciencia, se abren las puertas a la desesperanza y el desaliento, dos estados de ánimo que hacen que el hombre pierda todo ánimo por la vida.
    La esperanza y la fe van siempre acompañadas y se retroalimentan mutuamente, mediante la esperanza el ser humano mantiene viva la flama del amor a Dios y a sus semejantes y en consecuencia todas sus obras están orientadas a un propósito común y a la expectativa de ser mejores personas y de hacer siempre el bien a los demás, lo que por añadidura nos da la seguridad de una compensación dentro del orden del universo, lo que también conocemos hoy en día como la ley de la atracción. Una excelente definición de Esperanza, nos la da el poeta Ovidio (Año 43 a.C), cuando dice: "La esperanza hace que el náufrago agite sus brazos en medio de las aguas turbulentas, aun cuando no vea tierra por ningún lado". Esto significa en esencia que el hombre por naturaleza se aferra a la vida y no a la muerte.
    Por su parte, la fe nos permite mantener la confianza y la seguridad de una vida plena en armonía con el universo y sus leyes fundamentales. Hay una hermosa frase atribuida a la Madre Teresa de Calcuta que dice: "El fruto del silencio es la oración, el fruto de la oración es la fe, el fruto de la fe es el amor, el fruto del amor es el servicio y el fruto del servicio es la paz".
    Una historia real que nos ejemplifica muy bien lo que sucede cuando se pierden la fe y la esperanza. La crónica dice así: "El día 27 de enero de 2009, en un suburbio de Los Ángeles, California, Ervin Antonio Lupoe, de 40 años de edad, le dio muerte a su esposa Ana y a sus cinco hijos, tras ser despedido de su empleo, y luego se suicidó. Según comentaron las autoridades, dejó una carta póstuma donde explicaba que tomó la decisión por mala situación económica y estar ahogado en deudas. En el funeral, el Pastor de la Iglesia dio un mensaje a la comunidad diciendo: Cuando sucede una tragedia de esta índole, de alguna manera morimos un poco todos los padres del mundo. En todo momento, el rol de los padres es orientar y proteger a sus hijos, aun a riesgo de su propia seguridad, e inclusive, su vida. Los niños son tan inocentes y vulnerables en todo sentido, que lo único que realmente tienen a su favor para sobrevivir, aprender a vivir y ser felices, son sus padres; por tanto, que alguno de éstos los violente o les haga daño, es seguramente la mayor tragedia. ¿Qué sentimiento o carencia puede tener tanta fuerza para transformar el amor paterno y conyugal en terror y destrucción tal que acabe con la vida? La única explicación que encuentro es la de que, por falta de valores espirituales y fe en la protección de Dios, el hombre pierde una de sus trincheras frente a la desventura, como es la esperanza y con ella, su propia razón". (Fin de la crónica). JM Desde la Universidad de San Miguel.

    udesmrector@gmail.com