JANNETH ALDECOA/ JOSÉ ALFREDO BELTRÁN
Balaceras a diario con focos rojos impresionantes y; sin embargo, ya no hay quien se asombre, ni por el número de víctimas, circunstancias, hora del día o de la noche y lugares concurridos de transeúntes y céntricos, donde suceden los hechos.
El asombro, la zozobra y el temor son sentimientos humanos que se han desterrado de estas latitudes: vivimos y, esto se ha repetido hasta el cansancio, en un polvorín que explota en el minuto menos esperado, siempre dejando un panorama de desastre e indignación, rabia e impotencia.
Lo malo es que los culiacanenses estamos sometidos a dos fuegos, ambos sumamente peligrosos, creados por mentes obtusas donde caben todas las desgracias preñadas de refinada maldad.
Lo malo es que en esta indignidad que nos rodea es incubada por dos sectores altamente letales: por un lado la presencia de quienes se dedican al perverso negocio de las distintas drogas, en todas sus formas y variantes; y, por la otra, las distintas policías con toda su trauma de fechorías, ahora puestos a desempeñar una labor que les asienta muy bien, porque les da facilidad de desarrollar sus negras actividades.
A como se han acentuado los acontecimientos, los ciudadanos y las familias no sabemos de quienes cuidarnos más; si de los traficantes con toda su cauda de delitos o de las policías con la autorización y licencias para hacer daños a los ciudadanos.
No, no es ocioso que nos pongamos a analizar algunos de los delitos más recientes, sobre todo el de la colonia Guadalupe Victoria, al oriente de esta ciudad.
Según versión policiaca, a las 0.45 horas del día 13 de este mes se recibió una queja en el sentido de que un sujeto escandalizaba tirando balazos al aire frente al número 3773 de la calle Jesús Ureta, de aquella colonia.
Al llegar los policías, Pablo Montión Labrada y Arturo Derás al domicilio mencionado les salió al encuentro un individuo, que los guardianes del orden pensaron que era la persona que minutos antes había pedido la presencia de la policía para someter al orden a quien escandalizaba.
Cuentan los policías que la persona que salió al encuentro de ellos fue Margarito Diarte Machado, quien inmediatamente sacó una pistola de entre sus ropas y les comenzó a disparar, hiriendo a los dos policías en las piernas y rodillas, para inmediatamente refugiarse en su casa, desde donde, parapetado, les siguió disparando con su arma.
Explican los implicados que la balacera duró aproximadamente dos horas, tiempo durante el cual se concentraron en el lugar de los hechos alrededor de 200 policías, así como elementos del ejército nacional, en apoyo de la policía. Se entabló una balacera interminable; debe haber sido aquello un verdadero infierno.
Y así lo acusan los múltiples impactos de proyectiles incrustados en las paredes del humilde inmueble donde se refugiaba Margarito: una pistola resistiendo contra doscientos policías; la situación parece inverosímil. Hasta que los policías decidieron "gasear" la casa para que saliera de su escondite el supuesto agresor.
Varios razonamientos no encuadran en la trifulca. Entre ellas, la principal, que tuvieron que darle muerte al supuesto delincuente, pues después de dos horas de cruzar balazos, no es creíble que un pobre diablo de 64 años de edad, vende periódicos, como lo era Margarito, armado con una sola pistola, haya mantenido a raya por tanto tiempo a más de 200 personas, perfectamente pertrechados.
Aquí se antojan dos decisiones: que la policía está muy mal preparada para enfrentar casos como el de Margarito y, vencidos, decidieron cortar por lo sano: tirar a matar, antes que recurrir a otros métodos más acordes socialmente.
El hombre sensato y preparado echa mano de recursos menos dañinos. Domina potros y potrancas cerreros, sin causarles daño, cura a fieras y toda clase de animales salvajes, sin causarles males y hoy la policía masacró a un ser humano que cualquiera que sea la situación es un miembro de la sociedad y es su obligación inconformarse ante tal desventura.
Sí, había herido a dos personas y amenazaba con su escuadra más desaguisados, pero de ahí a que se mate como un perro rabioso o como animal salvaje, hay mucha diferencia.
¿Con cuántos balazos destrozaron el cuerpo de Margarito?, este dato, claro, no se dará a conocer como tampoco se hará a la luz en las circunstancias cómo fue masacrado Margarito, sólo entendemos que pronto, muy pronto se doblará esta triste página y todo en paz y los guardianes del orden a seguir cometiendo fechorías, tras fechorías. Ellos se lucen dando puntapié y golpizas, cuando el reo está tirado en el suelo, esposado e indefenso.
El domingo siguiente al del triunfo "de la masacre", el Alcalde de Culiacán convoca a una marcha por la paz, tomando como pistas las calles de la ciudad, evento al cual sólo acuden los niños de algunas escuelas; es decir, el material humano más moldeable que no puede decir no porque están bajo el mando de los maestros y de sus padres, pero sin comprender el tamaño del problema.
Una marcha más de las muchas que se han efectuado en repetidas ocasiones y con el mismo fin; sin embargo, la delincuencia sigue creciendo en sus manifestaciones, porque ni siquiera la marcha de carácter nacional que se efectuó el 27 de junio de 2003, en la ciudad de México, sirvió para nada, a pesar de lo tumultuosa que fue.
A las policías, cualquiera que sean, deben ser severamente advertidas por los jefes políticos, que su presencia es con el fin de resguardar la integridad de los ciudadanos y sus pertenencias.
En México no existe la pena de muerte por ningún motivo, que quitarle la vida a alguien constituye un grave delito.
En la capital de la república, acaban de atrapar a la mata-viejitas; en Culiacán, en un solo acto tenemos doscientos congregados que masacraron sin misericordia a Margarito Uriarte.