"Dama bella, dama ingrata; en el efecto de Pigmalión"
Lupishen Tirado
En el origen de la historia, Ovidio (poeta latino del siglo I d.C.) narra en sus Metamorfosis el mito griego de Pigmalión y Galatea. Un mito que a través de los años -digamos más de dos mil-, de tanto repetirse ha influido en el desarrollo humano como si se tratara de un código de la creación, por lo menos la literaria.
Porque en nuestros días ha tomado formas de experimentación científica, como de entretenimiento tanto en cine como en teatro y más aceptadamente en la comedia musical. Se trata, en lo primero, del llamado "efecto de Pigmalión" que analiza, de manera constante, las acciones y reacciones en lo escolar, lo social y familiar, donde se perfilan resultados positivos y negativos en una secuencia casi inseparable; y de lo segundo la imaginería teatral culminada en una hermosa producción musical que relata, precisamente, la acepción y decepción de quien se propuso transformar a una bella mujer (zafia, de arrabal y ordinaria) en una dama de la alta sociedad que deslumbró a los jóvenes de su tiempo.
De la primera hay una extensa bibliografía de estudios que analizan esa condición humana de lograr un otro yo perfecto que luego se le cae como estatua inerte que frustra tan íntima inclinación. De lo segundo, ha llegado a Culiacán, en un esfuerzo encomiable de la SAS de presentar en un teatro singular (el MIA) la comedia musical de Mi Bella Dama que tantas ilusiones ha fomentado, y con no menos frustraciones ha pasado a la historia escénica.
El mito a la escena;
la comedia a lo real
Pero vayamos por orden, primero el mito:
Hubo un rey en la isla de Chipre (hoy República), llamado Pigmalión que durante muchos años buscó a la mujer perfecta para casarse. Al no hallarla, se dedicó a esculpirla en mármol a la que llamó Galatea. La hizo tan bella que se enamoró de ella.
Una noche soñó que la estatua tenía vida; y fue tal su vehemencia que la pidió a Afrodita le hiciera el milagro de convertirla en la mujer que tanto había codiciado. La diosa lo hizo; por eso al despertar, la diosa le dijo: "mereces la felicidad, una felicidad que tú mismo has plasmado".
En los finales del Siglo 19, un autor teatral islandés de nombre George Bernard Shaw, tomando el relato de Ovidio escribió su Pigmalión aplicado a una florista de Londres que deambulaba en el Covent Garden, a la salida del teatro de la ópera. Pero con Bernard Shaw la historia cambió de giro con cierto dramatismo. La obra se publicó en 1913 y tuvo un éxito extraordinario.
Se trata de un profesor de fonética que hace una apuesta con un amigo acaudalado de que en seis meses podría cambiar a la florista en una dama que pudiera alternar con lo más alto de la sociedad londinense. Acordada la apuesta, toda la trama gira alrededor del aprendizaje del buen decir y el mejor comportarse en sociedad. Al cabo del tiempo, gana la apuesta y la dama es admirada por cuantos la tratan. Pero aparece un pretendiente del que la florista se enamora, cuando el maestro había hecho lo mismo.
La obra de Bernard Shaw termina con el abandono de su amada para irse con el enamorado de la alta sociedad, dejando al maestro reprimido y casi arrepentido de su creación. Los críticos teatrales han dicho que aquí, con Bernard Shaw empieza a plantearse el problema del "efecto Pigmalión"; es decir, de quien se enamora de su creación, que es como enamorarse de sí mismo, y que finalmente la frustración lo doblega.
El éxito redobla las
expectativas de vida
Tras probar su gran éxito por el mundo teatral, quienes originalmente pensaron en producir un filme, convinieron en componer una pieza musical, la que estrenaron en 1956. En este musical, llevado al género comedia, se mantiene el desenlace de Shaw; pero en la posterior película, estrenada en 1964, se impone la condición romántico mercadológica, de concluir la obra con la vuelta de la protagonista al cobijo de su maestro.
Respecto del "efecto Pigmalión", la controversia se sitúa en: ¿qué es más, lo positivo o lo negativo? Lo primero se apoya en el aumento de la autoestima; lo segundo cuando la autoestima disminuye o desaparece. Con Pigmalión el efecto superó las expectativas, pero siguiendo el género literario y musical, se citan a Geppeto con su Pinocho, a la Violetera que hizo famosa Sarita Montiel y a la muñeca Olympia de Los Cuentos de Hoffmann, con quienes el final no fue del todo feliz.
Los estudiosos del tema abordan el "efecto Pigmalión" en tres estancos lógicos: educativo, laboral y social. Rosenthal y Jacobson lo estudian desde la perspectiva de la teoría de la profecía autorrealizada (Wikipedia).
Educativo, laboral y
social por Pigmalión
En lo educativo, es común que el profesor muestre preferencias por quien o quienes cree que puedan alcanzar altos niveles o los más capacitados para lograr objetivos superiores. Hay resultados en ambos sentidos, y las expectativas suelen confirmarse o debilitarse en la medida que se avanza en la formación.
En lo laboral suele ocurrir algo parecido cuando un jefe se empeña en que sus empleados realicen funciones cada vez de más alto rendimiento. Sucede entonces que quienes se sienten motivados, aprecian más las distinciones del jefe que la dedicación al trabajo, y es entonces cuando la autoestima desde arriba abate a la autoestima de los de abajo.
En lo social la tradición cultural asigna normas de comportamiento que se espera sean adoptadas por sus miembros. Generalmente implícitas, estas normas imponen códigos de conducta que no son fáciles de rehuir. Lo que empieza como una imitación por parte de los hijos de lo que hacen sus padres se convierte en su propio modo de ser. Esto quiere decir que las personas adquieren un rol a partir de los demás, y acaban creyéndolo propio.
Se puede decir entonces, que somos lo que los demás esperan que seamos. El sociólogo Merton, en 1948, aplicó este concepto al ámbito sociológico, idea que podría explicar parte de la crisis económica actual. Este autor dice que el miedo a una quiebra bancaria, en un inicio sin fundamento, lleva a que los ciudadanos retiren sus depósitos de dicho banco por lo que, efectivamente, lo llevan a la quiebra. También aplica dicho concepto a los prejuicios sociales desde el mismo planteamiento.
¿Estará México a la espera de un "efecto Pigmalión"? Por lo pronto, hay ver y oir a "My Fair Lady".
adrian.garcia@noroeste.com