"Desde el viernes, Echeverría está sometido a arresto domiciliario, pues un magistrado ordenó su aprehensión, por genocidio, atribuyéndole participación en la matanza de Tlatelolco. El ex Presidente no votará en la jornada electoral de hoy."
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Un día especial
El ex Presidente Luis Echeverría no votará en la jornada electoral de hoy. Roberto Madrazo, el candidato presidencial de su partido no podrá contar con ese sufragio.
Desde el viernes, Echeverría está sometido a arresto domiciliario, pues un magistrado ordenó su aprehensión, por genocidio, atribuyéndole participación en la matanza de Tlatelolco.
En el curso de la próxima semana otro juez decidirá si inicia proceso en su contra. Es probable que lo deje en libertad. Pero, por lo pronto, hoy no podrá salir de su domicilio en San Jerónimo Lídice, en el sur de la Ciudad de México. Miembros de la Agencia Federal de Investigaciones se lo impedirían si pretendiera hacerlo. Su casa es su prisión.
Aun si la resolución judicial contra Echeverría fue tomada sólo en función de términos procesales, a cuya observancia estricta está obligado el juzgador, el que un hombre emblemático del sistema autoritario priista esté hoy en prisión, por más que sea virtual y provisional, genera efectos electorales, porque se produce en vísperas de una jornada particular, singularísima.
El partido que hizo elegir a Echeverría el 5 de julio de 1970, su partido, mostró irritación y acusó el golpe, como si la medida se dictara ahora con el propósito de dañarlo.
En cambio, el partido del gobierno, que insistió en gloriarse, vanagloriarse aun en los días de veda propagandística (así lo hizo el Secretario de Hacienda, por ejemplo) puede añadir a su hoja de resultados este producido por la Fiscalía especial creada por el Presidente Fox.
Y la multitud que escuchó el miércoles a Andrés Manuel López Obrador rendir especial homenaje "al movimiento de 1968" experimentará la satisfacción que se expresa en la fórmula autoestimulante y multiusual de "sí se puede".
La prisión de un ex Presidente, poderosísimo, que dispuso en rigor estricto de vidas y haciendas, agrega un dato más de peculiaridad a esta fecha.
Hoy se consuma (aunque sus secuelas continuarán por la vía institucional durante julio y agosto) el primer proceso electoral realmente contendido y equilibrado, sometido a arbitraje jurídico y a una voluntad política central.
Todavía hace seis años, pese a sus flaquezas, gobernaba un Presidente dotado de plenos poderes, de amplísimos poderes si queremos matizar la contundente expresión anterior.
Al reconocer la victoria de la oposición, la primera en la historia mexicana admitida por el poder, el Presidente Zedillo ejerció el arbitraje político que en ese momento era necesario para reforzar el de carácter jurídico que ahora, sin necesidad de tal apuntalamiento, da certidumbre a la elección.
El proceso que hoy llega a su punto culminante generó varios malestares en la sociedad. Ofendió su altísimo costo y su vacuidad (y, en sentido contrario, hizo acendrar la conciencia de que ésta sea la última campaña prolongada, onerosa y centrada en las descalificaciones).
Abrió el riesgo de que la capacidad de los ciudadanos de construir el gobierno, que es un instrumento de concordia, se convirtiera en su contrario.
Oleadas de rumores dispersos en Internet, mensajes televisados, mentiras impresas, produjeron miedo y odio, dos de los ingredientes de que debe prescindir la democracia en general y de modo específico su expresión más visible, el voto, cuya emisión es ejercicio de inteligencia y voluntad.
La pretensión de sembrar discordia y engendrar temores había sido desplegada antes, aunque ahora adquirió alcances y resonancias más eficaces. Se reciclan hoy patrañas, advertencias y chismes que en 1988 presentaban a Cuauhtémoc Cárdenas como encarnación del mal.
Hasta los chistes de entonces, ilustrativos de las dolencias de un sector timorato y desdeñoso circulan de nuevo: el niño que, alborozado lanza porras al candidato de la izquierda, contesta, cuando se le pregunta con extrañeza por su extravagante conducta, que lo hace porque sus padres anunciaron que al triunfo de tal candidato radicarán en Miami. Y él ha sido enseñado a querer tal destino.
Es singular esta jornada por la vasta movilización social que implica. El voto será ejercido por más de 40 millones de personas, porcentaje mayoritario de los 71 millones inscritos en el padrón. Recibirán los sufragios no funcionarios o dependientes del gobierno como era regla hasta hace un cuarto de siglo, sino ciudadanos comunes y corrientes elegidos al azar, que suelen admitir más con gusto que embarazo el nombramiento para ser parte de la mesa directiva de casilla.
Los miembros de los consejos electorales (uno federal, 32 locales, 300 distritales) tienen su origen en acuerdos partidarios, más o menos satisfactorios para las partes y están sujetos al escrutinio de los propios partidos participantes y de diversos modos de examen ciudadano.
La jornada de hoy será además supervisada por miles de observadores nacionales y extranjeros. Cuarenta y tres empresas e instituciones quedaron autorizadas por el IFE para realizar encuestas de salida y conteos rápidos, mecanismos estadísticos que miden tendencias, y cuya difusión está regulada y favorece el cotejo y contraste de cifras, por lo que no puede tener éxito (no duradero al menos) la difusión de datos amañados.
No está cancelado por completo algún intento de manipulación de esos sondeos, pero es posible atajarlo, e impedir que genere desconcierto.
El fraude cibernético, cuya posibilidad parece alentada por el uso irregular del padrón por el Partido Acción Nacional, y por el exitoso trabajo de invasores que prolongan hasta la última hora el embate contra López Obrador al usurpar su página web con un mensaje ridículo; el fraude cibernético, digo, está excluido.
Una intromisión exitosa podría, admitámoslo como reducción al absurdo, deformar los datos del programa de resultados electorales preliminares, pero aun si generara peligrosa confusión no podría modificar los resultados que constan en los paquetes electorales, cuyas actas, avaladas por cientos de miles de representantes de los partidos, son la materia del cómputo distrital el miércoles y de los siguientes pasos del escrutinio.
La contienda partidaria ha tenido tres protagonistas (y las dos fuerzas restantes no por exiguas quedarán al margen del reparto de ganancias electorales).
La intención del voto por la Alianza por México (PRI y PVEM) parece rezagada en las mediciones de los encuestadores, pero aun así la elección producirá tres tercios de semejante dimensión.
Ninguna fuerza aplastará a otras. Quizá haya equilibrio a la hora de sacar cuentas: una coalición ganará quizá la Presidencia pero sus contendientes compensarán su posición en esa contienda con avances y consolidación de su emplazamiento legislativo.
Si los rumores disolventes atendieran a una mínima racionalidad deberían tener en cuenta, cuando asustan con la imaginaria pretensión de López Obrador de perpetuarse en el cargo que, de producirse tal aberración en su ánimo, le sería imposible concretarla.
Miguel Alemán, Luis Echeverría y Carlos Salinas dieron muestra abierta de cuánto les satisfaría ser reelegidos. Y no pudieron, pese a la plenitud de sus ponencias, avanzar un milímetro en su pretensión. Menos podría hacerlo quien conviva con un Congreso dividido y un Constituyente permanente inmanejable a capricho.
Los tres candidatos principales fueron dirigentes políticos, encabezaron los partidos que los postulan. Madrazo y Calderón ganaron experiencia legislativa, el primero en las dos cámaras federales. El segundo dirigió además su bancada. Sólo ha participado en el gabinete federal (como fue regla para ser candidato en el antiguo sistema), si bien sólo permaneció en él unos 17 meses, menos de ocho en Banobras y nueve en Energía.
Los dos aspirantes tabasqueños tuvieron experiencia de gobierno durante más de un lustro. López Obrador, dos veces candidato a gobernar una entidad que hoy en el censo de 2000 tenía cerca de 2 millones de habitantes rigió una que cuenta con casi 9 millones.
Si se me permite expresar mi preferencia, digo que votaré por la coalición Por el Bien de Todos. Su programa pone énfasis en el crecimiento económico en pos del bienestar y la equidad social, y su candidato presidencial vive una vida diferente y ajena a la que disfrutan, con cargo al erario, quienes nos han gobernado, más para servirse que para servir.
El pasado presente. El 5 de julio de 1970, el miércoles hará 36 años, fue elegido Presidente de la República Luis Echeverría Álvarez, quien hasta septiembre anterior había sido Secretario de Gobernación del Presidente Gustavo Díaz Ordaz.
Casi cuatro décadas después Echeverría se halla bajo arresto domiciliario. Un texto legal reciente, que parecería habérsele destinado, aunque obviamente tenga alcance general, exime de purgar prisión en reclusorios a las personas mayores de 70 años.
Echeverría cumplió 84 el 17 de enero. Ascendió peldaño a peldaño en la escala política, desde que concluyó sus estudios de abogado en la Universidad Nacional.
Su inicial padrino político fue el General Rodolfo Sánchez Taboada, designado por el Presidente Alemán para encabezar a partir de 1946 el naciente Partido Revolucionario Institucional. Además de hacerlo su secretario particular le confió diversas encomiendas en el partido.
Cuando Sánchez Taboada, como correspondía al ritual respecto del líder del partido, fue designado Secretario de estado (de Marina, en su caso) por el Presidente de la República cuya elección había organizado, Echeverría fue nombrado director de Administración.
Muy pronto subió de rango, cuando las necesidades políticas de la Secretaría de Educación Política no eran adecuadamente enfrentadas por su titular José Ángel Ceniceros. Como oficial mayor de la SEP le correspondió ser la contraparte del sindicato magisterial.
Allí anudó sus primeros nexos políticos trascendentes, con el dirigente Manuel Sánchez Vite, a quien impulsaría al Gobierno de Hidalgo y al que designaría líder nacional de su partido, aunque no tardara en romper con él y en echarlo de ese cargo.
Su eficacia en la SEP lo condujo de nuevo a la cúpula partidaria, como oficial mayor del PRI, durante la campaña electoral de Adolfo López Mateos.
El nuevo Secretario de Gobernación, Gustavo Díaz Ordaz, lo nombró Subsecretario, y encontró en él a un fidelísimo colaborador, capaz de leerle el pensamiento y mostrarse permanentemente a sus órdenes. Se retiraba de su oficina sólo al comprobar que el Secretario lo había hecho. Se ganó así la oportunidad de sustituirlo.
Cuando Díaz Ordaz fue candidato presidencial lo dejó encargado del despacho y lo nombró Secretario de Gobernación el 1 de diciembre de 1964.
Frío y calculador, silencioso y reticente, Echeverría alimentó las inclinaciones autoritarias de Díaz Ordaz, y desde esa perspectiva enfrentó los conflictos sociales que empezaron a florecer a mediados de los 60.
El sostenido crecimiento económico generado por el desarrollo estabilizador, y la capilaridad social posible a través de la educación propiciaron la ampliación y el afianzamiento de una clase media que pronto se halló a sí misma insatisfecha, pues no se sentía representada por los mecanismos del poder institucional.
La rebelión sindical de los médicos, al comenzar el Gobierno de Díaz Ordaz, la crisis universitaria provocada por el propio régimen en la UNAM y otros establecimientos, y sobre todo la movilización estudiantil del verano y otoño de 1968 constituyeron episodios en que creció la sintonía del Presidente y su Secretario de Gobernación.
La crisis de ese año surgió de hechos en apariencia nimios, pero que reflejaban la creciente desazón de los sectores medios y la irrupción de los jóvenes ansiosos de reconocimiento como personas en todo el mundo.
Esos hechos fueron explotados hábilmente por el sigiloso y torvo ministro del miedo y el odio, como se conocía en aquellos tiempos a los ocupantes del principal despacho de la casa Cobián, en Bucareli.
Cuando creció la inquietud social en pos de libertades públicas, Díaz Ordaz creyó encontrarse ante una conspiración comunista para derribarlo del poder y establecer un régimen dictatorial y de economía centralmente dirigida en México. Nada más lejos de la verdad, pero Echeverría se sumó a la paranoia presidencial y así ganó su favor.
Frente a los partidarios del diálogo con los estudiantes movilizados, que una semana tras otra mostraban su fuerza en infinitas marchas en la Ciudad de México, Echeverría siguió a Díaz Ordaz en su tesis de la conjura, que en su calenturienta imaginación comenzaría por evitar la celebración de los 19 Juegos Olímpicos. Juntos decidieron esa suerte de "solución final" que tuvo lugar en Tlatelolco.
Previamente, decenas de jóvenes y militantes políticos habían sido detenidos, sin que ello supusiera mengua de la movilización, sino que la alimentaba.
Convocado un gran mitin en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, el 2 de octubre, un ataque militar (dirigido por el Estado Mayor Presidencial) provocó la muerte de un número indeterminado de manifestantes inermes, la prisión de cientos de militantes y el descabezamiento de la movilización.
Ese fue uno de los momentos del genocidio por el que ahora se le retiene preso en su casa y acaso se le enjuicie.