|
"Análisis: Enpantallados"

"Día tras día, decisión tras decisión, los políticos de México demuestran que prefieren salir en la pantalla antes que proteger el interés público, es el caso de Creel"

""
27/06/2005 00:00

    SAÚL VALDEZ / MARIANA LEY

    "Quién gobierna?" Preguntaba el politólogo Robert Dahl en un texto clásico. "Quién gobierna?" preguntan los mexicanos pasmados frente a lo que contemplan. Porque parecería que en este país, no gobiernan los representantes de la población sino los dueños de la televisión. Día tras día, decisión tras decisión, los políticos de México demuestran que prefieren salir en la pantalla antes que proteger el interés público. Que prefieren escuchar las demandas de los cabilderos antes que atender las necesidades de la población. Antes que hacer prefieren aparecer. Están sometidos, doblegados, enpantallados. Ese es el caso de Santiago Creel. El político poseído por la pantalla. Poseído por el deseo insaciable de salir en ella. Dispuesto a hacer todo para lograrlo, aún a costa de quien fue y aquello por lo cual peleó. Y por ello quienes fueron sus amigos, sus colegas, sus colaboradores lo miran con una sorpresa que raya en el desdén. El ex Consejero ciudadano conocido por su independencia, demuestra que no la tiene. El ex Congresista admirado por su honorabilidad, revela que la ha perdido. El luchador de la democracia no duda en debilitarla, una y otra vez. Concesión tras concesión, gana la pantalla pero pierde el respeto de quienes lo ven allí. Los argumentos del candidato Creel son cantinflescos. Ridículos. Espurios. Otorga concesiones para la operación de casas de juego y no sabe explicar por qué. Otorga permisos para los books seis días antes de su salida y no puede rendir cuentas por ello. Abre la puerta de atrás a quienes quieren instalar casinos y no quiere reconocerlo. Se enrosca, se retuerce, se tropieza con su propia lengua. Un día dice una cosa para contradecirse al siguiente. Un día se lava las manos y al otro, las usa para golpear a sus críticos. Pasa de la evasión, a la mentira, al cinismo en menos de una semana. Habla como un hombre dispuesto a vender su alma por un "spot". Dispuesto a pactar con el diablo a cambio de un horario triple a. Allí arrodillado frente a un aparato. Porque Santiago Creel no está pensando en el país sino en sí mismo. No está pensando en la población sino en cómo conseguir su voto. No está pensando en qué hacer sino en cómo llegar. Y por eso le arrebata un monopolio a Jorge Hank Rhon para entregárselo a Emilio Azcárraga Jean. Por eso rompe un monopolio priista para formar un duopolio creelista. Por eso le pasa la culpa a un "Consejo Consultivo" sin voto y con conflicto de intereses. Por eso "democratiza" el mercado de las apuestas con todo lo que eso entrañará: la transferencia cotidiana de la riqueza. De los books a sus dueños. De quienes apuestan en las casas de juego a quienes las controlan. De los pobres a los ricos. Ese es Santiago Creel. El que democratiza actividades que le harán daño a México. El que dice en la pantalla, "somos muchos los que queremos el cambio", cuando ya demostró que no forma parte de esa mayoría. El que crea la percepción generalizada de colusión, de quid pro quo, de concesiones a cambio de "spots", de permisos a cambio de apoyos. El que promete regular en bien de la sociedad pero lo hace en bien de su candidatura. El que dice luchar por la transparencia pero toma malas decisiones en su nombre. Por su parte, Televisa hace lo que siempre ha hecho. Usar el peso y el poder que tiene para obtener concesiones del Gobierno. Presionar hasta donde puede para ver qué tanto consigue. Empujar hasta donde encuentra resistencia. Lo logró antes y lo sigue logrando ahora. Y es una lástima, porque pierde la reputación que había ido construyendo y gana el oprobio de la población. Pierde credibilidad aunque gane permisos. Pierde la oportunidad de construir una nueva relación con el poder, porque sigue negociando tras bambalinas con él. De nuevo, la televisora revela donde está parada: cerca de Los Pinos y lejos del interés público. Pero el problema fundamental no está en las oficinas de Chapultepec sino en las oficinas del Ejecutivo. En las oficinas del Congreso. En las oficinas de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes. En las oficinas de cada priista, de cada panista, de cada perredista. En las oficinas de quienes deberían regular intereses particulares pero no lo hacen. Que deberían tomar decisiones en función del interés público pero no lo hacen. Que deberían oponer resistencia a las demandas de las televisoras pero no lo hacen. Que caen en el círculo vicioso de aliarse con ellas para llegar al poder y por eso arriban con las manos atadas. Llegan amordazados. Llegan comprometidos. Llegan con la intención de regular pero ya no pueden hacerlo. Y lo mismo ocurre en torno a la nueva Ley del Mercado de Valores. En ella está en juego algo más grande de lo que parece; no es solo un asunto técnico, es un asunto político. Su aprobación o congelamiento va a demostrar quién gobierna en México: el Gobierno a través de sus autoridades regulatorias, o la televisión a través de sus operadores. Va a demostrar si en este país, durante "el Gobierno del cambio" el interés de un empresario cuenta más que el interés público. Va a demostrar si el Congreso será capaz de aprobar una ley necesaria y modernizadora, o la postergará sólo porque sus miembros quieren seguir saliendo en la televisión. Hace apenas unas cuantas semanas, el Congreso parecía haber entendido eso. Había un consenso para aprobar la ley, incluso por parte del PRD. Pero de pronto, los legisladores cambiaron de opinion. Emilio Chuayffet cambió de opinion y la razón parece clara. Como han señalado diversos medios el viraje se debe a la presión de Televisión Azteca. A la presión de operadores que, según se reporta, han llegado al grado de decirles a los legisladores que si aprueban la ley, no tendrán acceso a las pantallas y a las campañas políticas que quieren llevar a cabo allí. Y esa presión no es poca cosa: más del 60 por ciento del presupuesto de los partidos, recursos que provienen del erario, se va a pagar campañas en la televisión. Esa presión, de ser cierta y tener impacto, sería muy grave. Constataría la doblegación total del gobierno a la televisión. La rendición de los políticos frente a la pantalla. Una pantalla cuestionada y cuestionable. Ricardo Salinas Pliego se encuentra bajo investigación por las autoridades regulatorias estadounidenses, por una transacción que intentó ocultar, de la cual se benefició con 109 millones de dólares. Según la Securities and Exchange Commission (SEC), esas ganancias pertenecen a los accionistas minoritarios de TV Azteca. La nueva Ley del Mercado de Valores busca evitar que eso ocurra y vuelva a ocurrir. Busca crear una Bolsa Mexicana con credibilidad, con regulación, con operaciones transparentes, con protección para todos los que invierten su dinero en ella. Parecería que el Sr. Salinas Pliego se opone a la nueva Ley precisamente por eso. Porque puede llevar a cabo transacciones sin informarle a sus accionistas y servirse las ganancias sin compartirlas. Y los costos los paga y los seguirá pagando el país. Así como hay un Salinas Pliego discount, habrá un México discount. Cuando los inversionistas extranjeros comiencen a emigrar. Cuando vean que la Bolsa Mexicana es una bolsa de república bananera en vez de una Bolsa de Primer Mundo. Cuando digan que el Gobierno no tiene la capacidad de aprobar una ley como las que existen en otras latitudes. Cuando vean que México simplemente no quiere tener prácticas empresariales modernas. Allí está la responsabilidad del Congreso. Allí está la responsabilidad de los políticos. Allí está la responsabilidad de los candidatos que ahora, frente al 2006, quieren constatar su compromiso con el cambio. Allí está la oportunidad de demostrar que les interesa el interés público y no solo la protección de intereses particulares. De demostrar que quieren hacer y no solo aparecer. De demostrar que pueden tomar decisiones y no sólo seguir órdenes. Que no están arrodillados. Que no están coludidos. Que no están enpantallados. PD: En aras de la transparencia, explico a los lectores que colaboré con la división de Noticieros Televisa en la producción de tres programas basados en el libro "Gritos y susurros: experiencias intempestivas de 38 mujeres". El equipo con el cual trabajé tiene mi respeto por su profesionalismo.