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"Tinieblas"

"Dice el dicho que elogio en boca propia es vituperio. Por lo pronto es poco elegante, lejano a la modestia. Hay que resignarse, siempre habrá alguien así."

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14/08/2007 00:00

    ALEJANDRO MONJARDÍN / SHEILA ARIAS / JANETH ALDECOA

    Pero lo que en las personas es intolerable convertido en sistema nacional puede ser además disfuncional. Los mexicanos delatan una altísima falta de credibilidad en los argumentos y datos públicos.
    Y no es para menos, la mula no era arisca, las cifras oficiales fueron durante décadas una verdadera danza que seguía los ritmos siempre festivos que marcaba "el señor Presidente".
    Los informes presidenciales de los años 70 eran maratones de autoelogios seguidos de cascadas de aplausos. Ante la ausencia de verdadera pluralidad en el poder era difícil argumentar en contra.
    La información, falsa o real, estaba en manos de los funcionarios, era vista como su patrimonio. No había manera de desmentirlos, tampoco de ratificar sus dichos.
    Pero el México de hoy es por fortuna muy diferente. La confrontación real de fuerzas políticas se ha extendido a todo el territorio, la alternancia también se ha generalizado.
    El acceso a la información pública es la puerta de entrada a una nueva cultura de rendición de cuentas. México madura. Sin embargo la falta de credibilidad sigue siendo uno de los peores lastres de nuestra vida pública.
    Los mexicanos en lo general siguen desconfiando de las verdades oficiales. El avance democrático no se ha reflejado en un aumento de la credibilidad. El desconcierto permanece.
    Una población con baja escolaridad, poco más de ocho años en promedio, con escaso conocimiento de los asuntos nacionales, y sin referentes claros y firmes de lo que ocurre en el país es un espléndido caldo de cultivo para la demagogia. Eso si es un peligro.
    ¿Ha aumentado o disminuido la pobreza? ¿Somos hoy más ricos o más pobres que hace diez o veinte años? ¿Cuáles son los principales retos de la salud pública? ¿Cómo ha evolucionado la educación?
    Los mexicanos no saben qué creer porque además no confían en sus diputados, en sus senadores y por supuesto menos aún en los partidos políticos.
    El desprestigio de los principales actores es un gran obstáculo para lograr credibilidad Otro problema grave radica en que la fórmula para difundir las verdades públicas es la misma del régimen autoritario: son los propios funcionarios los encargados de difundir sus logros, absurdo.
    El tiempo que pierden en esa actividad merece reflexión aparte. Por ello de entrada el ciudadano desconfía y con razón. Ellos generan la información, se autoevalúan y nos dan a conocer su versión de las cosas. Por allí no vamos a llegar muy lejos.
    A lo anterior debemos agregar que, como ocurre en todos los países, los gobiernos en turno tienden a exagerar logros y sus opositores a inflamar las carencias. El ciudadano queda en medio, es carne de cañón de los manipuladores.
    Hemos llegado a tal grado de desconcierto que ni siquiera los logros evidentes que hemos tenido como país, que los hay y varios, son aceptados.
    El país cuenta con instancias de evaluación como lo son el INEGI, el Instituto Nacional de Salud Pública, el Instituto Nacional de Evaluación Educativa, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo y muchas otras, pero ninguna tiene el peso político necesario para contrarrestar la brutal falta de credibilidad.
    Un ejemplo, en las últimas semanas se han dado a conocer dos estudios, uno del INEGI y otro del CONEVAL, que demuestran una disminución de la pobreza extrema. Por supuesto se perdieron en el vendaval noticioso.
    ¿Qué hacer? ¿Esperar un cambio en el comportamiento de nuestros políticos? ¿Permitir que el desconcierto siga en beneficio de los demagogos? ¿Cómo premiar o castigar? Hay una salida viable: la creación de una suerte de Instituto Nacional de Evaluación de la Gestión Pública.
    Debería tener el perfil de un órgano de estado, como lo es el IFE o la CNDH, con un cuerpo directivo cuya designación pase por el Legislativo, de preferencia por el Senado.
    Su misión sería dar crédito a las carencias y a los logros de la administración. Habrá quien respingue al imaginar otro enorme cuerpo burocrático. Pero no tiene porque ser así.
    El Instituto tendría simplemente que verificar y homogeneizar, corregir en su caso las metodologías de las evaluaciones que ya se realizan o inducir las que falten. Sería tanto como una cara pública y política independiente que ayude a generar certidumbres, a fomentar la credibilidad.
    Desde hace varios años Transparencia Mexicana ha hecho esta propuesta a gobiernos estatales, en particular al de Sinaloa. Los gobernadores padecen el mismo problema.
    Pero, por la forma cómo ha evolucionado la percepción pública, o deberíamos decir involucionado, vale la pena reflexionarlo para el nivel federal. Reforma ha demostrado que, por primera ocasión, los medios tienen mayor credibilidad que la presidencia, que la CNDH, que la Suprema Corte, que el IFAI.
    Están 10 puntos porcentuales por arriba de los gobiernos municipales, más de 20 por encima de los senadores y diputados y 30 de los partidos políticos.
    Que bueno que los medios se ganen la confianza de los ciudadanos, que mal que las instituciones públicas retrocedan.
    Una sociedad que descree de todo es una sociedad enferma. Una sociedad que no tiene certidumbre sobre sus logros es una sociedad que languidece.
    Una sociedad confundida puede ser presa de las peores mentiras. México se merece dejar atrás la zozobra y acceder a verdades públicas que con seriedad nos digan donde se ha fracasado y qué se ha hecho bien.
    Todo debate democrático necesita referentes claros. Que triste sería que nuestra democracia genere tinieblas.