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"Reflexiones"

"Dios siempre llega en el momento justo"

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23/01/2010 00:00

    Héctor Tomás Jiménez

    Todos los domingos por la tarde, después del servicio religioso, el pastor de una iglesia y su hijo de 11 años iban al pueblo a repartir folletos con la palabra de Dios; sin embargo, cierto domingo, que amaneció lluvioso y con un frío intenso, el niño, se abrigó bien y le dijo a su padre: "'¡Vámonos papá, ya estoy listo!' '¿Listo para qué?'", preguntó el papá. Para ir a repartir nuestros folletos, dijo el niño.
    El papá respondió: "Pero hijo, esta muy frío afuera y está lloviznando!" Entonces el niño miró sorprendido a su padre y le dijo: "¡Pero Papá, la gente necesita saber de Dios aún en los días lluviosos!" Ante la negativa del padre del padre, con cierto desespero, el niño le dijo: "¡Papá!, ¿puedo ir yo solo? Por favor". Su padre titubeó por un momento y luego dijo, "Hijo, tú puedes ir, pero ten cuidado por favor". Emocionado dijo el niño: "¡Gracias papá!" El niño caminó muchas calles del pueblo, repartiendo los folletos a las personas que encontraba.
    Después de dos horas bajo la lluvia y con solo un folleto en las manos, se detuvo en una esquina y volteo a ver si veía a alguien a quién dárselo; las calles estaban totalmente desiertas. Entonces él se paró frente la primera casa que vio, y tocó el timbre varias veces y esperó, pero nadie salió. Finalmente el niño decidió irse, pero algo lo detuvo, volteó de nuevo hacia la puerta y comenzó a tocar el timbre y a golpear la puerta fuertemente. Él seguía esperando, algo lo mantenía ahí frente a la puerta.
    Decidió tocar nuevamente el timbre y esta vez la puerta se abrió suavemente. Salió una señora de mirada muy triste que en voz baja le preguntó: "¿Qué puedo hacer por ti, hijo?" Con unos ojos radiantes y una sonrisa que le cortaba las palabras, el niño dijo: "¡Señora, discúlpeme si la molesté, pero sólo quiero decirle que Dios realmente la ama, y vine para darle mi último folleto, que habla sobre Dios y su gran amor". El niño le dio el volante y se fue. Ella solo musitó: "¡Gracias hijo y que Dios te bendiga!".
    Al siguiente domingo por la mañana el pastor estaba en el púlpito y durante el servicio religioso preguntó: "¿Alguien tiene un testimonio o algo que quiera compartir?" En una de las últimas filas estaba sentada una señora mayor de edad, que se puso de pie para dar su testimonio. Con una mirada radiante y gloriosa y con los ojos en llanto dijo:
    "¡Nadie en esta iglesia me conoce, pues nunca había estado aquí, incluso todavía el domingo pasado no era cristiana! Mi esposo murió hace un tiempo atrás dejándome totalmente sola en este mundo, pero el domingo pasado fue un día particularmente frío y lluvioso, y también lo fue en mi corazón.
    "Ese día llegué al final del camino, ya que no tenía esperanza alguna ni ganas de vivir, entonces tomé una silla y una soga y subí hasta el ático de mi casa, amarré y aseguré bien un extremo de la soga a las vigas del techo; entonces me subí a la silla y puse el otro extremo de la soga alrededor de mi cuello.
    "Parada en la silla, tan sola y con el corazón destrozado, estaba a punto de tirarme cuando de repente escuché el sonido fuerte del timbre de la puerta. Entonces pensé, 'esperaré un minuto y quien quiera que sea se irá'. Esperé y esperé, pero el timbre era cada vez más insistente. Entonces me pregunté: '¿Quién podrá ser a estas horas y en este día tan lluvioso?'. Solté la soga de mi cuello y fui hasta la puerta, mientras el timbre seguía sonando cada vez con mayor insistencia.
    "Cuando abrí la puerta no podía creer lo que veían mis ojos, frente a mi puerta estaba el más radiante y angelical niño que jamás había visto. Su sonrisa, ¡ohhh!, ¡nunca podré describirla! Las palabras que salieron de su boca hicieron que mi corazón, muerto hace tanto tiempo, volviera a la vida, cuando dijo con voz de querubín: '¡Señora, sólo quiero decirle que Dios realmente la ama!'.
    "Cuando el pequeño ángel desapareció entre el frío y la lluvia, cerré mi puerta y leí cada palabra de aquel folleto. Entonces fui al ático para quitar la silla y la soga. Ya no las necesitaría más. Como ven, ahora soy una feliz hija de Dios padre.
    Es por ello yo que hoy vine personalmente a decirle ¡Gracias! a ese pequeño Ángel de Dios que llegó justo a tiempo y de hecho, rescató mi vida de una eternidad en el infierno.
    Todos los feligreses estaban llorando. El pastor fue con su hijito, lo tomó entre sus brazos y lloró con él inconsolablemente. Probablemente la iglesia no volvió a tener un momento más glorioso. JM. Desde la Universidad de San Miguel.

    udesmrector@gmail.com