"Don Ernesto Corripio nacido el 29 de junio de 1919, ingresó a muy temprana edad al seminario palafoxiano de Puebla"
Noroeste / Juvenci Villanueva
A pesar de la importante obra que realizara el anterior Arzobispo primado de México: el Cardenal Ernesto Corripio Ahumada, sus últimos años de vida, su muerte y su sepelio transcurrieron en un bajo nivel de relevancia, cumpliéndose con ello ese proverbial sentido de humildad cristiana que desarrolló este Pastor ejemplar a lo largo de toda su existencia.
Don Ernesto Corripio nacido el 29 de junio de 1919, ingresó a muy temprana edad al seminario palafoxiano de Puebla, de donde pasó cumplidos apenas 16 años a estudiar a la Roma atormentada por el régimen mussoliniano. En la ciudad eterna se ordenó sacerdote el 15 de octubre de 1942 en plena Segunda Guerra Mundial.
En 1952 muy joven, a los 33 años, fue nombrado obispo auxiliar de Tampico, su ciudad natal. Posteriormente, en 1967, Pablo VI lo nombró Arzobispo de Oaxaca, en 1976 lo trasladó a Puebla y un año después a la Ciudad de México como Arzobispo primado.
En 1979 Juan Pablo II lo creó cuarto Cardenal mexicano de la historia tras José Garibi Rivera, Miguel Darío Miranda y José Salazar López.
A él le tocó ser artífice de ese parte aguas de la historia reciente de México en el tránsito de un régimen jurídico en el que la Iglesia Católica y las denominaciones religiosas no tenían reconocimiento jurídico, aunque sí múltiples responsabilidades, al régimen legal instituido a partir de 1992 en que se dio un paso positivo pero insuficiente para consagrar el derecho a la libertad religiosa.
En los tres periodos en que le tocó conducir los trabajos de la Conferencia del Episcopado Mexicano supo estar a la altura de las circunstancias, propugnando un diálogo fecundo aunque difícil con los distintos actores sociales, políticos y económicos de la nación.
Injustamente cuando hablamos de esa época y de esa reforma constitucional, mencionamos a personajes como el nuncio apostólico Girolamo Prigione o el Presidente Carlos Salinas de Gortari, cuanto que la figura de Corripio fue fundamental.
En una emocionada semblanza, el Cardenal Norberto Rivera recordó que "mi querido antecesor, recibió con inmenso amor por vez primera en México a Su Santidad Juan Pablo II, fue un decidido misionero y desde su ferviente amor mariano, convocó a la Misión Guadalupana y exitosamente introdujo la causa de beatificación de San Juan Diego, destacando también con ello la sencillez y el valor de nuestras culturas indígenas, pues era especialmente sensible ante la injusticia social que atestiguó personalmente cuando fue Arzobispo de Oaxaca, donde fue un férreo y valiente defensor de nuestros hermanos indígenas."
El lema episcopal que escogiera: "Mi vivir es Cristo", fue la síntesis de su vida misma. Una vida marcada por el deseo del dialogo apostólico fructífero que busca convencer y de ninguna manera vencer a aquél a quién se presenta el modelo de Cristo como un ideal plenamente accesible, como para que se convierta en guía permanente de toda una vida en servicio a Dios y a las criaturas.