"El antiemprendimiento"

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24/05/2014 00:00

    Éric Vega

    Quizá porque el cen­tro de atención de esta columna es analizar desde una perspectiva ética la agenda nacional, en el transcurso de esta semana tres colegas me enviaron una noticia que está convirtiéndose en una charla recurrente en los pasillos de algunas universidades de Ja­lisco, Sinaloa y Veracruz. La noticia tiene que ver con "Tu Teto", un negocio ubicado en la ciudad de Guadalajara, Ja­lisco.
    Tal como explica un promocional que aparece dentro de su página en Fa­cebook, "Tu Teto, se dedica al espectacular servicio que hará que te olvides de tus ta­reas para siempre. Nuestro secreto está en nuestros Te­tos especializados que se de­dicarán a hacer cada trabajo único y original, asegurando que quedarás satisfecho con tu calificación" Además de la perorata, el promocional exhibe algunas "dramatiza­ciones" donde el protagonis­ta estelar es el propietario de la peculiar organización: David Díaz Calderón.
    Los 64 mil 376 "likes" que aparecen en su portal hacen patente que el sitio es muy concurrido por estudiantes desesperados/as que requie­ren los servicios de "un Teto" dispuesto a realizar cualquier tipo de tarea, siempre y cuan­do se pague por ello. Entre más compleja, laboriosa, es­pecializada o condicionada por los tiempos de entrega, la tarea se cobra a un precio más alto, "regla básica de los ne­gocios", según refiere David Díaz, un jovencito fracasado en los estudios, que parece ha­ber encontrado una vía legal y eficaz para llenarse los bolsi­llos sin mucho esfuerzo. Gra­cias a su falta de prejuicios, este joven que se autodefine como "un empresario ambi­cioso", ha hecho del engaño una jugosa fuente de ingresos.
    La forma en que opera su organización es muy sencilla. El interesado/a puede acceder a los servicios de "Tu Teto" por vía virtual o presencial. Si el servicio es virtual, el/la interesada deberá ingresar a la página de Facebook y desde ahí enviar la tarea requerida vía correo o "inbox". Poste­riormente recibirá una coti­zación y, una vez que se llegue a un acuerdo económico (para trabajos simples ya hay tablas de pagos), el cliente deberá liquidar la deuda en alguna tienda Oxxo o en un banco Santander. Una vez que se ha realizado el pago, la tarea se remite al cliente para que éste la presente/entregue a quien corresponda. La vía presen­cial es tan práctica como la anterior; basta que el/la in­teresada acuda a las oficinas (¡ubicadas en la Colonia La­drón de Guevara!) para expli­car su necesidad y ahí mismo se le asignará "el Teto" que trabajará el encargo.
    Los procesos de compra-venta, el estatus legal, así como los ingresos hacen su­poner a David Díaz que dirige una empresa en mayúsculas. ¿Hasta dónde está en lo co­rrecto el audaz "empresario"? ¿Qué rasgos del carácter, tal como lo refirieron Vanessa Robles y Míriam Padilla en "El Informador", tiene este inescrupuloso veinteañero, para ser considerado el em­presario del año?
    Responder desde la ética a ambos cuestionamientos, im­plica revisar la relación me­dios-fines, verificar las conse­cuencias implicadas en el acto de "vender y comprar tareas" y, tal como anuncié la semana pasada, identificar los rasgos de un verdadero empresario, para contrastarlo con el pro­pietario de "Tu Teto".
    ¿Cuál es el fin de una or­ganización empresarial? Una perspectiva miope y anticuada diría que el fin de una empresa es generar utilidades. Otros, en el mis­mo tenor, dirán "maximizar la utilidad". Dicho axioma se acompaña de una serie de argumentos que, si los reflexionamos con deteni­miento, son difíciles de sos­tener. Hagamos una prueba.
    Supongamos que alguien, cuestionara al propietario de "Tu Teto" la moralidad de su negocio. La racionalidad del esquemita empresarial de David Díaz Calderón, retaría a su interlocutor con pregun­tas tan "agudas" como éstas: ¿Quién no desea tener más ganancias? ¿Quién quiere arriesgar su capital sin reci­bir a cambio el mayor bene­ficio posible? ¿Quién invierte "creatividad", tiempo, dine­ro y esfuerzo para obtener sólo un beneficio marginal? Aunque sugerentes, los tres argumentos que encapsulan las preguntas son fáciles de refutar.
    Abundan los empresarios que encuentran en la filan­tropía un bien más relevante que el rédito económico. Se cuentan por montones las personas que emprenden un proyecto que traerá más be­neficios sociales, que ganan­cias económicas individua­les. Pululan los casos de per­sonas que dedicaron su vida entera a servir a los demás, aunque ello les haya impli­cado invertir una gran canti­dad de tiempo, recursos ma­teriales e, incluso, su salud. Al final del día, ninguno de estos empresarios se sentirá defraudado o desmoralizado por lo ganado. Un empren­dedor social encuentra en el beneficio a los demás el logro y éxito personal. Para quien verdaderamente sabe de su relevancia y función, "ha­cer empresa" implica mucho más que sólo hacer dinero; implica la apuesta, franca y clara de la búsqueda equili­brada de una triple cuenta de resultados: financieros, so­ciales y medioambientales.
    Y para que la gestión em­presarial se dé en el marco un ciclo virtuoso, es necesario que la búsqueda de esta triple cuenta de resultados, se reali­ce a través de medios buenos, buscando, a la vez, fines que serán compartidos y entendi­dos como buenos por todos los implicados. En el caso de "Tu Teto", ninguna de estas con­diciones se cumple. El "clien­te" debe engañar a su desti­natario final (al profesor/a) haciéndole creer que la tarea entregada es el resultado de una investigación y esfuerzo personal. Una forma curiosa de engaño que tiene un efecto "bumerang", ya que quien en­gaña tiene que engañarse a sí mismo. Ciertamente el cliente alcanzó una buena nota (abun­dan los testimonios de éxito en la página de "Tu Teto"), pero el conocimiento no lo alcan­zó. Todo estudiante que en el futuro quiera ser reconoci­do como un profesionista de excelencia, deberá dominar el conocimiento, la técnica y conducirse conforme a la virtud, si acaso quiere gozar del prestigio y los réditos que éste confiere. Y tan cierto como eso, resulta que nadie queremos estar en manos de un médico, una abogada, una contadora o un arquitecto que pagó la mitad de sus tareas es­colares a los 50 "Tetos" que David Díaz tiene contratados en su negocio.
    Por lo dicho, el "ambicio­so empresario", a lo más que puede aspirar, es al rótulo de ambicioso, pero no al de em­presario. Éstos son de otra cepa, de otra madera, la cual se vuelve preciosa gracias a sus virtudes. Un empresario, en mayúsculas, por ejemplo, lo fue Don Eugenio Garza Sada, un hombre que llevó a cabo tres propósitos de vida a partir de su quehacer em­presarial: volver a la cerve­cería Cuauhtémoc una de las líderes mundiales en su ra­mo, fundar nuevas empresas para contribuir a la transfor­mación económica y social del Monterrey de los años 40 y, como producto de dicha ganancia económica, abrir escuelas, hospicios, fundar el Tecnológico de Monterrey, liderar distintos patronatos y ayudar a personas en con­diciones de vulnerabilidad. Don Eugenio sí fue un empre­sario en el sentido amplio del término. Don Eugenio fue la contraparte de David Díaz, un jovencito que tiene por virtud hacer del engaño una floreciente fuente de ingre­sos. Oportunismo que pros­pera con la mediocridad de quienes buscan sus servicios.
    @pabloayalae