"El arte de amargarse la vida"

""
23/08/2014 00:00

    Sugey Estrada/Hugo Gómez

    La vida es bella, dice Roberto Benigni, pero no la pinta color de rosa; por el contrario, se le complica al trasladarlo con su familia a un campo de concentración.
    El protagonista no se amargó la vida; evitó que su hijo captara las penalidades que soportaban los prisioneros, y pensara que participaban en un juego.
    En la existencia de cada persona no todo es vida y dulzura, pero tampoco es solamente un valle de lágrimas. El entusiasmo o la amargura con que se tomen los acontecimientos dependen de la actitud de la persona, como afirma Paul Watzlawick en El arte de amargarse la vida.
    "Un hombre quiere colgar un cuadro. El clavo ya lo tiene, pero le falta un martillo. El vecino tiene uno. Así pues, decide pedir al vecino que le preste el martillo. Pero le asalta una duda: ¿Qué? ¿Y si no quiere prestármelo? Ahora recuerdo que ayer me saludó algo distraído. Quizás tenía prisa. Pero quizás la prisa no era más que un pretexto, y el hombre abriga algo contra mí. ¿Qué puede ser? Yo no le he hecho nada; algo se habrá metido en la cabeza. Si alguien me pidiese prestada alguna herramienta, yo se la dejaría enseguida. ¿Por qué no ha de hacerlo él también? ¿Cómo puede uno negarse a hacer un favor tan sencillo a otro? Tipos como éste le amargan a uno la vida. Y luego todavía se imagina que dependo de él. Sólo porque tiene un martillo. Esto ya es el colmo.
    "Así, sale precipitado a casa del vecino, toca el timbre, se abre la puerta y, antes de que el vecino tenga tiempo de decir "buenos días", nuestro hombre le grita furioso: "¡Quédese usted con su martillo, zopenco!"
    ¿Amargo mi vida? ¿Reacciono negativamente?

    rfonseca@noroeste.com
    @rodolfodiazf