Sugey Estrada/Hugo Gómez
La prudencia es una de las virtudes más celebradas. Quien es prudente obra con medida; calibra el cuándo, dónde y cómo debe actuar. "No lo hagas si no conviene. No lo digas si no es verdad", aconsejó Tito Livio.
Los egipcios representaron a la prudencia como una serpiente con tres cabezas: perro, león y lobo, porque habría que tener la astucia de la serpiente, la paciencia y fidelidad del perro, la fuerza del león y la agilidad del lobo.
El término prudencia tiene la misma raíz latina de providencia, que significa ver para adelante o por adelantado. Es, pudiéramos decirlo así, como una "sabiduría práctica"; por eso se considera que el prudente es justo y procede con cautela y cordura. No en balde Gracián la consideró un arte y Tomás de Aquino la llamó "madre de todas las virtudes".
Sin embargo, no se debe confundir con la inacción, comodidad o falta de decisión. "La prudencia no es esa extraña forma de comodidad que nos invita a dejar de hacer lo que debemos hacer cuando ello trae problemas o disgustos a alguien", dijo José Luis Martín Descalzo.
"La prudencia no es una 'virtud' maniatadora que nos invita a apostar siempre por el 'no' en caso de duda o de riesgo", añadió. "Prudente sería, entonces, el que nunca asume un riesgo. El egoísta que prefiere no tener problemas a cumplir con su deber... Y no es prudente el que se calla la verdad. Es prudente el que reflexiona con seriedad sobre el modo y ocasión de decirla".
El hombre prudente, para Jesús, es el que escucha su palabra, la pone en práctica y edifica su casa sobre roca, no el que se abstiene de hacerlo para evitarse problemas.
¿Actúo con prudencia? ¿Evito meterme en dificultades?
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