"Las empanadas de cazón sí las conozco, y se llaman empanadas de cazón", le dije. Fue así como terminó la ruta dantesca de Susan por la gastronomía venezolana. Desde el día en que llegué a Caracas, me hizo comer hallacas que no eran más que tamales, arepas que no eran más que gorditas, carne mechada que era carne deshebrada, y platos grotescos de filetes, frijoles negros y plátanos fritos con nombres que disimulaban su autenticidad: eran apenas filetes, frijoles negros y plátanos fritos.
También me hizo probar ese pantagruelismo que bien hacen en llamar "asquerosito", un perro caliente monumental que rellenan con repollo, papas fritas, salsa de ajo, pollo, aguacate, zanahoria, queso rallado, tocino en trozos, tomate picado, cátsup, mayonesa y mostaza. Y salchicha.
Para llegar a las empanadas de cazón recorrimos no sólo kilos innobles de grasa saturada, sino medio país, desde Caracas hasta una región que, anticipados a la impostura de la comida típica, bautizaron Barcelona. En los mercados del puerto, como turistas entre pescadores, probamos las empanadas fritas de cazón, tan habituales en el sureste mexicano. Fue el final de su aventura. Y de su credulidad.
En casa de Susan y de sus amigos más de una vez me recibieron con la pregunta de qué opinaba de Chávez. Eran los tiempos del "por qué no te callas" del Rey Juan Carlos y, cuales miembros de cierta aristocracia caraqueña, lo celebraban. Yo me limitaba a decir que aplaudía ciertos aspectos de su política exterior, y ni los venideros rones ni mi condición de turista extranjero hacían llevadero el comentario.
La clase acomodada venezolana estaba acostumbrada a un país favorable. El papá de Susan, por ejemplo, había pagado escuelas privadas a sus cuatro hijos, tenía casa de dos pisos en una marina, tres autos apilados en la cochera y aire acondicionado general, todo con su trabajo de mecánico de motores de borda.
Se quejaban de la violencia impulsada por Chávez (pese a que fue muy anterior a él), de sus proyectos urbanos que permitían a los ladrones transportarse más rápido a las zonas adineradas, de los recortes de electricidad en plazas comerciales, de las compras de pánico características de los países obstruidos por la democracia, de la censura a un canal de televisión de novelas y noticiarios matinales, de la fallida superposición de programas de salud (el ineficaz encima del corrupto), del mercado negro de dólares, de la inmigración de colombianos...
Su letanía molesta, delineada por la derecha conservadora, me permitió ver a otro Chávez, además del amigo del Presidente de Irán, del que llamaba "lacayo y cachorro" a Fox y "gran ignorante" a Calderón. En un país diezmado por la protesta y la inequidad, pero a su vez hermoso, caluroso y místico, gobernó por la igualdad, en contra del abuso de la clase adinerada, y es sorprendente que fuera la enfermedad y no una bala pagada por la CIA la que le arrebatara la vida.
No fue un hombre perfecto. De hecho, perteneció a esa clase de hombres superfluos y ególatras a los que les da por gobernar. Desde una triste Venezuela, a la que le espera tanta tristeza y tanta crueldad, supo herir a los poderosos dueños del mundo, que ya están preguntándose cómo intervendrán en la sucesión y cuánto de las empresas expropiadas podrán recuperar.
Se fue un hombre que logró poco por el mundo, pero que dio a todos sus rincones un motivo de sobremesa. Estoy seguro de que, pese a todas sus contradicciones, locuras y desfachateces, Chávez nos dio a todos algún regodeo, una mirada hacia la posibilidad de un mundo sin tiranías, aun cuando lo hizo desde una tiranía nueva.
Levantaré mi empanada en tu memoria (que tú querrías fuera de chigüiro), mientras otros se avorazan de tu petróleo y tu cemento. Espero que el lugar a donde hayas ido se te permita descansar en más cómodos y anchos aviones presidenciales.
jevalades@gmail.com