"El desmedido afán de juzgar"

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28/04/2015 00:00

    Sugey Estrada/Hugo Gómez

    Emitir juicios sobre las demás personas es una práctica recurrente. La carne de prójimo es un manjar frecuentemente degustado y ampliamente apetecido. Hacer tiritas y pedacitos las vidas ajenas es un pasatiempo de lo más trillado y común, aunque no reditúe bienestar personal ni comunitario.
    "No juzguen y no serán juzgados, no condenen y no serán condenados, perdonen y serán perdonados", es una sabia y conocida recomendación de Jesús, pero poco observada y atendida.
    Quien juzga a los demás no se ocupa de sí mismo, sino que vive pendiente de las vidas ajenas. "Hay velas que lo alumbran todo, menos su propio candelabro", expresó el poeta Friedrich Hebbel.
    El desentenderse de sí mismo conduce inexorablemente a un estancamiento existencial. No hay motivación ni aliciente para mejorar. Todo se vuelve caótico y sombrío. El horizonte se difumina, la sonrisa se exilia y el carácter se avinagra.
    Si la persona se ocupara de sí misma, no le quedaría tiempo para entrometerse en la vida de los demás. "El tiempo que debemos pasar en la tierra es demasiado corto para que podamos ocuparnos de algo más que de nosotros mismos", dijo Samuel Beckett.
    En una ocasión, se acercaron a un maestro oriental dos discípulos para preguntar su opinión sobre una persona, esperando con ansia su certero y ponderado juicio.
    El sabio, alzando la mirada, cuestionó si era una persona que todavía vivía. Los alumnos dijeron que sí. Entonces, el maestro repuso: Si vive, no se le puede juzgar porque todavía no ha terminado su obra.
    Maravillados, los discípulos le preguntaron su opinión sobre otra persona que ya había fallecido. El maestro respondió: "Si ya terminó su obra, no le toca juzgarlo a los hombres, sino a Dios".
    ¿Juzgo a los demás? ¿Me ocupo de mí mismo?


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    Twitter: @rodolfodiazf