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"Análisis: Felipe Amarrado"

"El nuevo Presidente sabe que no tiene el lujo de dormir tumbado al sol como lo hiciera Fox."

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12/03/2007 00:00

    SAÚL VALDEZ / MARIANA LEY

    "Prudente", "programático", "mesurado", "con oficio político", artífice de un "buen arranque". Palabras con las cuales es posible calificar a Felipe Calderón y sus primeros 100 días de gobierno. Palabras certeras porque describen el logro inequívoco de sentarse a gobernar cuando parecía que no podría hacerlo. Pero una evaluación incompleta tanto por el poco tiempo transcurrido, como por lo que deja de revelar. En tres meses, Calderón logra recuperar parte de la autoridad presidencial pero no la suficiente para permitir el país que prometió. Porque la imagen de fuerza personal que proyecta al combatir la inseguridad, oculta una presidencia aún amarrada. Todavía maniatada. Atada al suelo por cien cuerdas que limitan su margen de acción, como Gulliver por los Liliputenses.

    Como Gulliver arrojado a la playa después de un naufragio, quien despierta y se descubre prisionero de hombres pequeños con mucho poder. Así Felipe, sobreviviente de las tempestades y los ciclones y los motines producidos por la elección del 2006. Alguien que muchos pensaron sería incapaz de resistir un mar tan embravecido y sin embargo lo hizo. Alguien que abre los ojos después de la tormenta poselectoral y no puede mover las manos o los pies. Capitán de barco pero atrapado en la playa. Atracado en un entorno agreste con herramientas escasas. Donde el poder que el Presidente de México ha perdido, los narcotraficantes y los gobernadores y los partidos y los monopolistas y los sindicatos y los poderes informales se han aprestado a acumular. Donde un Congreso dividido no tiene incentivos para colaborar con el Ejecutivo, pero sí tiene incentivos para no hacerlo. Donde un Estado fiscalmente débil no puede atender demandas sociales cada vez más fuertes.

    Felipe forzosamente postrado por un sistema que ya no puede procesar, negociar, cooptar, convencer, reprimir o asimilar como lo hacía. Felipe forzosamente acostado pero incómodo así, a diferencia de su predecesor. El nuevo Presidente sabe que no tiene el lujo de dormir tumbado al sol como lo hiciera Fox, justificando la falta de acción con las ataduras que no quiere desmantelar. Calderón entiende que necesita liberarse y el combate a la inseguridad, junto con otras acciones, busca ese objetivo. Se vuelve una manera de actuar para poder gobernar. Una forma de romper algunas ataduras que constriñen al Presidente y dificultan su actuación. Una forma de recuperar al Estado para después promover su transformación.

    Por eso, durante los primeros 100 días apela al Ejército y con ello recupera la capacidad de mover la cabeza. Negocia el presupuesto con el Congreso y con ello regresa el movimiento a su mano derecha. Anuncia algunos programas sociales y libera el meñique de su mano izquierda. Exige la reducción y la homologación de los sueldos públicos y así comienza a estirar un brazo. Propone una reforma judicial que le permitirá atender los pleitos perennes entre Liliputenses y Blefuscudanos, entre mexicanos y mexicanos. Atiende la crisis de la tortilla en vez de cerrar los ojos ante ella, como lo hubiera hecho el prisionero anterior. Poco a poco y desanudando cuerda tras cuerda, amarre tras amarre, demuestra que una presidencia paralizada puede dejar de serlo.

    La pregunta obligada después de 100 días es si el Gulliver mexicano podrá liberarse lo suficiente para empezar a andar. O si querrá incluso hacerlo porque no todo indica que esa será su preferencia. Mucho de lo anunciado es tangencial y no central. Parte de lo promovido no está bien financiado o ha sido concebido mal. Ciertas metas parecen diseñadas para generar aplausos y no para resolver problemas. Algunas decisiones tomadas, como el concesionamiento de carreteras a manos privadas, revelan malas respuestas ante viejos dilemas. Varias decisiones adoptadas, como el espaldarazo a la gerontocracia sindical o la claudicación ante el SNTE, sugieren que el Presidente prefiere vivir con las ataduras en vez de cortarlas.
    La lógica del equipo de Calderón, hasta el momento, ha sido pelear sólo las batallas que puedan ganar y promover no las reformas que se "deban" sacar sino las que se "puedan" sacar. Un enfoque de bajo riesgo justificado por las condiciones contenciosas en las cuales Calderón arribó a la playa política. Un enfoque minimalista apropiado para los primeros 100 días pero quizás cuestionable para los miles por venir. Una forma de actuar que le permitirá a Calderón dar la impresión de movimiento cuando no ha podido asegurarlo. Y es crucial que lo haga porque a México se le está acabando el petróleo con el cual ha financiado la parálisis. Al Estado mexicano se le están terminando los recursos que le han comprado tiempo a México, posponiendo su remodelación.

    Una remodelación indispensable si el objetivo es, como propone Agustín Carstens en entrevista con el Financial Times, "volver a México un país desarrollado como Irlanda y España en veinte años". Y eso nunca ocurrirá si Felipe Calderón pasa el sexenio cortando las ataduras menores e ignorando las mayores. Si el combate necesario a la inseguridad se vuelve pretexto para postergar otras decisiones indispensables. Si el Presidente sigue pensando que podrá obtener acuerdos en el Congreso, voto por voto, priista por priista, sin la necesidad de un cambio de régimen para obligar a la colaboración. Si el Presidente se empeña tanto en no abrir flancos que olvida la necesidad de abrir los suficientes para que el país cambie. Si Felipe recupera, a través del activismo y el decretismo presidencial, la posibilidad de mover los dedos pero deja pendiente el imperativo de mover las manos y los pies.

    La presidencia amarrada sólo dejará de serlo cuando promueva una reforma fiscal que "despetrolice" los ingresos sin castigar a los pobres. Cuando convenza a los "centros de veto", tanto públicos como privados, que le apuesten a la modernización en vez de obstaculizarla. Cuando comprenda que la oferta de continuidad económica sólo ganó por 240 mil votos y el país necesitará mucho más. Es decir, una presidencia con mano firme y mano extendida. Mano que fortalece al Estado y mano que nivela al mercado. Mano que promueve la competencia y mano que promueve la equidad. Mano que crea riqueza y mano que se empeña en distribuirla mejor. Y pies que corren para regular la existencia de Liliputenses privilegiados con más atributos que el gobierno, con más impacto que los electores, con más peso que el interés público. Si Felipe Calderón no logra desamarrarse lo suficiente para actuar de esa manera, México será un país ganador donde sólo ganan los mismos de siempre.