"El problema es que el narcotráfico produce corrupción y la corrupción produce impunidad y ésta es una gran satisfacción para quien la disfruta."
Gilberto Yáñez
Las noticias de la última semana son preocupantes. El conflicto legal por la dirigencia del sindicato de mineros, con el uso de documentos aparentemente falsificados y la participación imprudente, innecesaria y sospechosamente diligente del Secretario del Trabajo del Presidente Fox, es sin duda ejemplo perfecto de la manera cómo la autoridad se brinca las barreras de la legalidad y de la imparcialidad.
Las decenas de muertos en homicidios que jamás de resolverán, porque la investigación policiaca en México es primitiva, son un ingrediente perfecto al ambiente de inseguridad que la nueva administración federal trata de contrarrestar, pero sin tener los elementos que permitan avanzar en un problema que requiere la participación de muchas dependencias de gobierno de los tres niveles: federal, estatal y municipal, pero que todas carecen de la preparación y de la capacidad de enfrentar el problema complejo que es la delincuencia en todas sus complicadas manifestaciones.
Tribunales federales en los cuales la opinión pública no confía y una Procuraduría General de la República que sufre el robo de documentos que son prueba en juicio, nos presentan los dos lados del problema: acusadores negligentes y jueces federales que tardan en atender problemas que podrían resolverse rápidamente.
Las cosas de palacio van despacio, decía un refrán marrullero del Siglo 19, para evidenciar la corrupción, la espera de ofertas de las partes involucradas y la tardía sentencia administrativa o judicial que no convencía a nadie, porque era una solución política de caciquismo y corrupción, aunque hay quien afirma que ambos conceptos son sinónimos.
El aficionado a la historia recuerda que en la Europa de la primera mitad del Siglo 20 y en Estados Unidos en la misma época, la política convertida en instrumento de enriquecimiento enlodaba al mundo occidental, regalando argumentos de propaganda a la Rusia comunista en la cual cuando menos no se informaba de la represión masiva del impasible Stalin, tal vez el asesino mayor de la historia moderna. Pero Europa tenía la gran disculpa de la experiencia de la Gran Guerra (1914-1918), con la desesperación que produce la muerte de más de 8 millones de jóvenes soldados en ambos bandos combatientes y de 21 millones de heridos.
Antes de la Segunda Guerra Mundial, en ambos lados del Atlántico, la corrupción de políticos y policía a la par, marcaban el paso de la corrupción con gran ventaja para la de Estados Unidos, por la absurda prohibición del alcohol, que se convirtió en el motor de la corrupción y de la impunidad durante 14 largos años, entre 1919 y 1933.
Caciquismo, justicia vendida al mejor postor, discriminación racial y la impunidad producida por la corrupción política, caracterizaron a nuestro vecino en un período de crecimiento económico en el que todos querían participar, sin importarles los medios ilegales y el daño causado a las víctimas de la depredación económica.
Nuestro país y gran parte de Latinoamérica se encuentra en una situación similar a la que prevalecía en Estados Unidos durante la primera mitad del siglo pasado, pero especialmente antes de la Segunda Guerra (1938-1945). La corrupción derivada de la producción y consumo de narcóticos primero y de toda clase de drogas después, ha convertido a nuestra región en productor y proveedor del mayor consumidor de drogas del mundo por su capacidad de compra y por la dificultad de impedir la llegada ilícita de toda clase de sustancias químicas, que forman parte de la diversión de la ociosidad próspera de Estados Unidos.
Empeñados en mantener una prohibición hipócrita que resulta la mejor política para las utilidades de los narcotraficantes de la región, la corrupción resultante se ha convertido en la alternativa promisoria para los jóvenes que no encuentran acomodo en el mundo normal de la economía de los países productores de marihuana, opio y cocaína.
El problema es que estamos frente a un contaminante que es imposible de detener porque produce una derrama de dinero que cubre a sus beneficiarios de dinero fácil, sin que los participantes de esa prosperidad conozcan los efectos de las drogas que ayudan a producir y a comercializar y en última instancia, los drogadictos no causan daño sino a su familia.
Como sucedió en Europa después de la Segunda Guerra, las autoridades hacen suyos los argumentos de los traficantes y aprecian los beneficios económicos que se derivan del comercio ilícito de drogas.
Italia tuvo a sus autoridades bajo el miedo de las represalias durante muchas décadas, hasta que se percataron del daño que la complacencia había causado a la sociedad toda y se propusieron eliminar la corrupción de las autoridades encargadas de la justicia.
Sin embargo, el consumo en Europa se incrementa y debemos recordar que Italia no es productor de cocaína, la droga con mayor demanda en el mundo entero y por ello, su estructura administrativa pudo aguantar los años de corrupción y el proceso regenerativo que no ha terminado, pero puede decirse que las cosas son ahora mejor que hace 20 años.
Las ideas inoperantes sólo revelan la desesperación de las autoridades. Los jueces sin rostro, con identidad ocultada para evitar las represalias; los testigos protegidos y sobornados para delatar a sus cómplices a cambio de sentencias leves, son ejemplo claro del grado de complicación del mundo corrompido por la prohibición del narcotráfico, aún en contra del sentido común y de las normas de la lógica jurídica.
Otro ejemplo patético. Los amigos nos aconsejan con gravedad de expertos, que cuando un automovilista es detenido por la arbitrariedad de quien conduce el vehículo delantero y éste es un automóvil o camioneta de gran valor, lo mejor es no usar el claxon y esperar pacientemente a que el probable narcotraficante tenga a bien mover su costoso vehículo, para no despertar la ira que puede provocar nuestra impaciencia. Si el conductor que nos detiene usa sombrero, entonces nuestra paciencia debe ser mayor y si notamos que el conductor y sus acompañantes están bebiendo cerveza, debemos según nuestros consejeros improvisados, resignarnos a permanecer todo el tiempo que sea el gusto de quien ha bloqueado la calle para demostrar su capacidad de hacer lo que se le antoja, sobre todo si notamos que el policía de tránsito que estaba en la esquina se apresuró a esconderse.
El problema es que el narcotráfico produce corrupción y la corrupción produce impunidad y ésta es una gran satisfacción para quien la disfruta, sobre todo si es menor a 30 años y encontró en ese trabajo la posibilidad de evitar tener que irse a Estados Unidos a trabajar como obrero o jornalero ilegal en el campo de California o de más arriba.
La música regional, la cercanía de las jóvenes hermosas y la facilidad de tener dinero suficiente para gastar en todo lo anterior, es un incentivo que motiva a muchos jóvenes a inventar pretextos para no irse al Norte. El amigo de su tío que le ofreció trabajo en su rancho es la mejor alternativa, cuando se sabe o supone los negocios informales del amigo del tío y todo lo que ello implica.
Ante la corrupción generalizada, la impunidad no debe extrañarnos. Homicidios por venganzas y disputas de los narcotraficantes o por eliminación de competidores molestos, son delitos cuya investigación es difícil para una policía científica y preparada, pero es algo imposible cuando la policía investigadora es reclutada entre los jóvenes sin preparación razonable.
Recuerdo que hace algunos años, cuando se discutió en el seno del Consejo Estatal de Seguridad los requisitos de los policías preventivos y judiciales, un alto funcionario estatal trató de justificar el requisito de secundaria como escolaridad mínima aceptable, sin atender las buenas razones que rechazaban una decisión elemental tan importante como equivocada.
El funcionario era incapaz, a pesar de su preparación universitaria, de entender que un policía es un empleado público importante, en cuyas manos está la seguridad pública y la investigación de los delitos por los medios científicos que en México nunca se han aplicado, precisamente por la incapacidad de los "policías", que en realidad son personas sin preparación alguna, con una placa y una pistola.
La costumbre de emplear como policías a personas sin preparación ni capacidad para adquirirla, contrasta con la calidad de los policías de los países civilizados. Su escolaridad mínima, la preparación a la que es sometido durante varios meses, el alto porcentaje de egresados universitarios entre los policías preventivos y los estudios complementarios de investigación científica del delito que reciben los policías de esos países, nos colocan en Sinaloa y en todo México en un nivel de atraso que no queremos reconocer a pesar de la evidencia.
Basta ver a un policía preventivo municipal de Italia, España o Francia, para no mencionar a Inglaterra o Estados Unidos y entendemos porqué en esos países, a pesar de que hay un alto comercio de drogas, no hay corrupción ni impunidad en los delitos "de alto impacto", como se denomina en México a los homicidios que no se resolverán, aunque la persona asesinada haya sido un policía o un jefe de policía.
El mensaje implícito acostumbrado de las autoridades es que la persona asesinada estaba envuelta en el narcotráfico y por ello, es imposible descubrir la identidad del asesino material y sobre todo, del asesino intelectual. Todos los homicidios pueden aclararse, si se investiga científicamente. Lo que puede ser imposible es capturar al homicida por estar oculto, pero esa es la consecuencia menor, porque lo que importa es aclarar el móvil del delito y la identidad del asesino. En México, nunca aclaramos ni lo uno ni lo otro, lo cual estimula la imitación para esconder o disfrazar delitos comunes.
Todos los expertos coinciden que la impunidad es el elemento corrosivo de la sociedad más peligroso que existe, porque convierte a la sociedad en una selva en la que el más fuerte prevalece sobre todos los demás. Al mantener nuestra costumbre de no atender las necesidades de policía eficaz que padecemos, estamos abriendo el camino para que la impunidad sea permanente y la sociedad se proteja a sí misma, sin ayuda de las autoridades.
Necesitamos darnos cuenta de que el régimen autoritario de la larga era del PRI que rigió en México durante siete décadas mantuvo el control de la fuerza pública hasta la llegada del narcotráfico, que le quitó a la autoridad el dominio de la fuerza y se la apropió de tal forma que la misma autoridad es ahora impotente frente a la fuerza adquirida por los delincuentes. Se ha creado una fuerza que no es necesariamente enemiga de la autoridad, pero que no acepta que la autoridad le limite sus actividades y que ha logrado impunidad en todos sus actos ilegales. Cuidado.