"El remedio que Felipe Calderón ha encontrado para nuestros males es el acrecentamiento de las fuerzas de seguridad del Estado: más policías y militares en las calles"
Aunque se que existen, cada vez me cuesta más trabajo creer en las casualidades y coincidencias, en las frases dichas sin querer. No creo por lo tanto que, en este particular momento de nuestra vida política, una llamada anónima desencadene una acción policial como la encabezada por el Ejército en Tijuana, para aprehender en la madrugada a Jorge Hank.
Tampoco me parece un desliz verbal el que Felipe Calderón haya dicho en la conmemoración del Día del Policía que esa profesión debe convertirse en un "verdadero sacerdocio cívico".
No me pronuncio sobre la culpabilidad o inocencia del empresario y político tijuanense; únicamente insisto en que no es una casualidad que esto suceda en tiempos electorales.
Tampoco quiero condenar o elogiar la frase del Presidente ante los policías; solamente la constato como un hecho que, consciente o inconsciente, establece una determinada visión del mundo. Pero hay una liga que une ambos hechos: una "policialización" y una "militarización" de nuestra vida social y política.
El remedio que Felipe Calderón ha encontrado para nuestros males es el acrecentamiento de las fuerzas de seguridad del Estado: más policías y militares en las calles. Pero además ahora les encomienda una tarea que, así sea de manera metafórica, se convierte en una cruzada o, por lo menos, en una misión salvadora.
No es la primera vez que en nuestro país se le encomienda a un gremio determinado una misión cívica o civilizadora. Lo que es interesante es el giro en la profesión a la que se encarga dicha misión. Si durante el periodo posrevolucionario los maestros de escuela eran los apóstoles modernos que transformarían al País, ahora quienes deben convertirse en "sacerdotes cívicos" son los policías. No deja de ser una visión muy castrense de la sociedad. Pero además, refleja una perspectiva de la importancia de ciertos liderazgos morales.
No estoy seguro, por ejemplo, que el sacerdocio religioso en la actualidad sea una profesión sumamente prestigiada y honorable. Todavía hasta hace poco, los propios militares, los maestros de escuela y los médicos aparecían en las encuestas como profesiones dignas de consideración social. Por lo mismo, no creo que a los policías les ayude mucho ser considerados "sacerdotes" cívicos. Sería suficiente con que fuesen considerados honestos y verdaderos protectores de la ciudadanía.
La carga moral del sacerdocio, aunque sea cívico, no ayuda para nada a la visión que los propios policías deberían de tener acerca de su actividad. Ellos no deberían decidir acerca del bien y del mal, sino ser exclusivamente quienes imponen la ley y ofrecen seguridad al ciudadano.
Entiendo que el mensaje central es que la policía deje de ser una ocupación desprestigiada y que se convierta en "una profesión honorable, que goce del respeto de la gente".
Por lo mismo, la invitación a los jóvenes y en particular a los universitarios mexicanos, tiene un sesgo preocupante: de alguna manera, se les está mostrando que su futuro, si quieren tener alguno, es el de ser policías. Y en virtud de que casi no hay trabajo en otras áreas, forma parte de esa policialización y militarización de la vida social.
Entiendo muy bien la reacción negativa que en este contexto tuvo el Rector de la UNAM, el Doctor José Narro: las universidades no están para formar policías, ni militares. Y eso no es contradictorio con el loable objetivo gubernamental de tener policías y militares bien capacitados y bien pagados. El problema es hacia dónde se dirigirán los recursos para capacitar a los jóvenes mexicanos: ¿tendremos más y mejores universidades o fortaleceremos cada día más a los cuerpos de seguridad? Si además de lo anterior, los policías se van a convertir en los nuevos sacerdotes cívicos, los nuevos líderes morales de la sociedad, la policialización se vuelve todavía más preocupante.
El otro elemento de preocupación es que a la policialización social le corresponde una creciente militarización de la política. El caso de Jorge Hank Rhon es la muestra más evidente de ello, pero no el único. Como dije antes, no creo en esta coincidencia, en la que muchos años después de ser señalado como probable responsable de muchos delitos, ahora una llamada anónima llevó al Ejército a catear su casa.
El famoso "quinazo" no es el mejor ejemplo del manejo de la justicia en México, aunque políticamente muchos lo justificaran, pues se hizo precisamente hace casi 20 años en medio de un régimen autoritario. Se supone que en estas dos décadas por lo menos en eso deberíamos haber avanzado. Aunado a lo anterior surge otro problema: en este ambiente político policializado y militarizado, este tipo de acciones no tienen credibilidad, lo que repercute en el blanqueamiento de probables criminales.
El problema principal sin embargo es el enorme riesgo de policialización y militarización de la vida política, cuando los gobiernos, en su desesperación ante la pérdida de poder, comienzan a utilizar a las policías y fuerzas armadas con fines políticos. Es un riesgo monumental que, estoy seguro, a nadie le interesa correr. Las consecuencias para nuestra vida democrática, así como para la paz y la justicia que se quieren alcanzar, serían desastrosas.
*blancart@colmex.mx