Héctor Tomás Jiménez
Todos los seres humanos tenemos una lámpara escondida dentro de nuestro ser, misma que nos sirve para iluminar con certeza todo aquello que nos rodea y que vamos encontrando a lo largo de nuestra vida.
Es una lámpara que debemos mantener encendida permanentemente pues nos recuerda la luz del mundo, esa que nos fue heredada por Dios para bien nuestro y de nuestros semejantes y para desechar las tinieblas y la maldad de nuestros corazones.
Mientras que las lámparas comunes y corrientes requieren de aceite para ser encendidas ya que es la única forma como podemos iluminar la oscuridad de nuestra casa, la lámpara que tenemos dentro de nosotros mismos se nutre de buenas obras y buenas acciones hacia nuestro prójimo, y entre más y mejores sean éstas, la luz que reflejaremos ante los demás será una luz que brillará y le permitirá a los demás encontrar su propio camino.
En ese sentido, siendo buenas personas, seremos siempre un ejemplo para los demás.
Por el contrario, en la medida en la que nuestra lámpara interna permanezca apagada, será el fiel reflejo de que lejos de cultivar los buenos hábitos y el amor por nuestro prójimo, alimentamos nuestra alma de necedades y maledicencia, y así con la lámpara apagada, vamos por el mundo sin saber el camino que recorremos y nos perdemos en las fatuidades de la vida.
Estando en la oscuridad, nos dedicamos a hablar mal de nuestro prójimo, a maldecir a nuestros hermanos, y dejamos que nos corroa la envidia deseando las cosas ajenas y las virtudes de los demás, cuando lo único que debemos hacer es encender nuestra propia lámpara con el fin de aprender a vernos tal cual somos e iniciar la reconciliación de nuestras vidas como un símbolo de fe de paz y amor.
La reconciliación debe comenzar por nosotros mismos, pues en el momento en el que nos reconozcamos con nuestros defectos y virtudes, empezaremos a sanar nuestras heridas espirituales y a dejar de hablar mal de nuestro prójimo y en la medida en que lo vayamos haciendo, nuestra percepción hacia los demás, a quienes hasta ahora hemos visto como enemigos, cambiara y empezaremos a crear lazos energéticos que promoverán la unidad de paz y amor, y cuando esto ocurra, comenzaremos a pensar mas en los puntos comunes que en las diferencias y podremos entonces iniciar el camino del perdón con la seguridad de no perdernos pues estamos iluminados con la lámpara de nuestra propia vida.
Mantener encendida nuestra lámpara de amor significa irradiar luz para los demás, y significa también que nuestro corazón permanece abierto tanto como es posible amar como Dios nos enseñó, sin condiciones y sin distingos de ninguna especie. Mantener nuestro corazón lleno de buenas obras es el mayor regalo que podemos ofrecemos a nosotros mismos y al mundo.
Encender nuestra lámpara y abrir nuestro corazón tiene un efecto sanador muy profundo que afecta a todos los niveles de nuestro ser, así como en nuestras familias y comunidades.
Cuanto más le permitimos a nuestros corazones abrirse, más podremos compartir el amor, la paz, y la alegría, y el amor irradia desde el centro de nuestros corazones.
Si nosotros realmente escuchamos y sentimos nuestro llamado interno, nos daremos cuenta de que nuestro corazón esta deseoso de abrirse y dejar que el amor y la luz hagan cosas maravillosas para nosotros, nuestras familias y nuestros semejantes.
Cuando abrimos nuestros corazones, profundizamos en nuestra conexión espiritual con la fuente verdadera de luz, esa fuente que como la fe, mantiene encendida nuestra lámpara interna y que nos permite vivir auténtica y genuinamente en el carácter más sagrado del amor.
Entonces podemos empezar a darnos cuenta de que la fuente verdadera, es la fuente máxima de amor y luz, que nos ha amado completamente en cada momento de nuestra existencia.
De hecho, nunca ha habido un momento en nuestra vida, en el cual esto no fuera la verdad, porque la lámpara de Dios, fuente verdadera nunca puede dejar de amarnos a nosotros y a todos los seres.
JM Desde la Universidad de San Miguel.
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