"Es la ideología de privilegiar las dudas por sobre las certidumbres, y por sobre las mismas dudas"
SUGEY ESTRADA / JESÚS LÓPEZ / HUGO GÓMEZ
El sospechosismo: un drama de nuestro tiempo LAS VÍSPERAS DE LA PESADILLA Felicidad. Ríos de leche y miel. Bonanza. Seguridad que se esparce a la orilla de la dicha. Crédito a la palabra y al silencio... Esto sucedía en la nación más carente de signos de interrogación en la mirada, hasta que, de pronto, se divulgó pérfidamente la doctrina del sospechosismo. LAS MALAS NUEVAS En fechas recientes, Santiago Creel, Secretario de Gobernación, denunció la cultura del sospechosismo, que politiza las relaciones de los poderes Ejecutivo y Judicial. La noticia parecía sin interés, un mero comentario a las críticas por la reunión del Presidente Fox, don Santiago y don Mariano Azuela, presidente de la Suprema Corte de Justicia, para discutir (planear) (concertar) el desafuero del Jefe de Gobierno de la Ciudad de México. Sin embargo, y como es ya sabido, nadie hizo caso del probable compló, y la atención unánime fue para el término (la ideología) (la tendencia) del sospechosismo, una noticia trepidante en estos lares tan confiados. EL ORIGEN Emilio Sospecho, hijo de un asturiano de Piedras Negras y una criolla de Guadalajara, nació en 1910 y murió en 1960, en Celaya y la capital de la República, respectivamente. Desde muy niño vio con temor a quienes lo rodeaban, sus padres incluidos, a los que acusó de haberlo engendrado sólo para no ser calificados de estériles. Perturbados, los padres de Emilio se fueron de la casa para ya no volver y, hasta el final de sus días, él albergó un presentimiento: ¡querían dejarlo solo! Ya en la universidad, guiado por sus pálpitos, nunca fue a clases. ¿Para qué? La institución y los maestros lo querían engañar infundiéndole conocimientos falsos. Por entonces esbozó la teoría histórica y sociológica que lleva su nombre, el sospechosismo, que explicó en una breve carta a los periódicos que, qué casualidad, no la publicaron jamás. En resumen la explicación iba así: Siempre he sospechado que todos cumplimos en la vida un doble propósito, aquel para el que fuimos destinados y otro absolutamente distinto, y siempre, también, he sospechado que bien a bien no sabemos de qué se trata ninguno de los dos. Ni tenemos idea de para qué vivimos, ni de para qué dejamos de respirar. Animado por esa intuición, y suspicaz ante la posibilidad de que fuese falsa, o, peor aún, fuese verdadera, he fraguado en los últimos 40 años una tesis filosófica que revolucionará el mundo: ¡el sospechosismo!, la filosofía, que surge avalada por grandes pensadores: Jean Paul Sartre (A mí se me hace que en esta teoría hay gato encerrado), Emmanuel Kant (El que no sospecha de su razón, no consigue razonar sus sospechas) y Karl Marx (Esta teoría sí es científica, recelar de todo es sobrevivir a la ilusión. Si yo hubiera sabido en qué manos caería mi doctrina, hago que le pongan engelsismo, para que otro se llevara el desprestigio). En síntesis, afirma Emilio Sospecho, luego de 7 mil 234 cuartillas, el sospechosismo es la ideología de privilegiar las dudas por sobre las certidumbres, y por sobre las mismas dudas. Ambas, las dudas y las certidumbres, son nefastas pero unas tienen la ventaja de no ser candorosas (no se sabe cuáles), y otras, de ser producto de la lucha entre el bien y el mal (entidades indefinidas). Sólo el que sospecha de todo podrá creer en algo, concluye, y pone ejemplos drásticos a propósito del amor: ¿para qué surge la pareja sino para mostrar la desconfianza ante los resultados nefastos de la orgía?, ¿no es verdad que el matrimonio apareció como institución para reparar los daños del adulterio? El que peca primero peca dos veces, dice el refrán, y por eso, concluye don Emilio, sospechar de todo es la única actitud sensata. De allí el sospechosismo, y su premisa fundadora: el principio de toda filosofía de la acción es la inmovilidad que, por lo menos, no da lugar a suspicacias. LA APARICIÓN DE LA TORMENTA El libro del gran Sospecho, intitulado sobriamente El sospechosismo, un peso sobre la conciencia libre, se publicó en 1952 y no llamó la atención porque el ruiderío de los cañones y los ayes de los moribundos perturbaba las reflexiones vespertinas. (Corea entonces era la señal de alerta) Y el polvo inundó los 200 ejemplares de la primera edición (intacta). Pero las circunstancias, esa ayuda invaluable de la casualidad, pusieron su parte y en años recientes algunos ejemplares de este libro han circulado en sitios donde se congrega la gente más influyente del país, y sus guaruras, que son los únicos que leen. Y como lepra, gangrena o temporada de saldos y rebajas, cundió la nefasta doctrina. Hasta ese momento todos los mexicanos vivían confiados, y no era insólito que comunidades enteras le encargasen su voto al alcalde, convencidas de su rectitud. Así éramos en tiempos felices. De golpe, el sospechosismo transformó la paz idílica de la nación. Cada uno vio con malos ojos a los demás, se puso entre paréntesis la honradez de los funcionarios y el apego a la ley de los policías, se esparcieron rumores sobre el origen de las fortunas inmensas (antes, toda fortuna desmedida era su propio aval de pureza en los métodos para conseguirla), y la niebla de la duda se esparció sobre las reuniones en la madrugada de políticos que trataban temas tan baladíes como el desafuero de un adversario. La historia del presentimiento de algo fatal en las conductas de los funcionarios provocó críticas como la contenida en el poema de Esperanza Caridad Godínez: A Sospecho ¡Sospecho, Sospecho, qué mal hiciste! Ha muchos años que busco el yermo, ha muchos años que vivo triste, ha muchos años que estoy enfermo, y es por el libro que tú escribiste. Y causó también el dístico célebre de C. C. Sánchez: Si quieres precisar maligna fecha, pregunta cuándo nace la sospecha. El sospechosismo, al impedirle a la gente la entrega ciega a las decisiones de sus autoridades, ha paralizado la República. Nadie hace nada en la espera de sus propias decisiones arteras, la economía yace en ruinas y en la Cámara de Diputados todos aferran sus carteras en cuanto ven a otro legislador. Por eso, el llamado de Santiago Creel contra la cultura del sospechosismo es un aviso de salvación y redención. Ya no sospechemos de las autoridades y la felicidad vendrá por sí sola.