"Esa tarde, tuve ganas de poner la televisión y buscar el Teatro Fantástico. No lo encontré. Y como hace 46 años me fui a la cama, con una profunda tristeza"
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´Hay muchos grandes políticos que no me vieron y sin embargo son idiotas´, Enrique Alonso, Cachirulo Cuando era niña no había nada que odiara más que los domingos por la tarde. Además de ponerme medio tristona, me ponía de mal humor, seguramente porque conforme pasaban las horas, sentía que el lunes estaba a la vuelta de la esquina. En efecto, a partir de las ocho de la noche tenía la impresión de que San Lunes estaba a punto de instalarse justo en la esquina de Nazas y Río Sena donde solía tomar el camión del colegio. ¿Por qué llegaste tan tarde? ¿Hiciste tu tarea? ¿Cómo es posible que tu uniforme no esté completo? De seguro se te olvidó el trabajo de la bandera que te pidió tu maestra de historia, parecía escuchar cada ocho días a las 7:10 de la mañana. Siempre he pensado que el domingo es el día de la melancolía. Será porque en realidad es un día aburrido, con muchas obligaciones familiares y que por añadidura nos recuerda todo lo que no hicimos en los seis días que pasaron y que debemos hacer en los seis días que vienen. Conozco a muchos neuróticos domingueros. Son los que se despiertan muy tarde, comen mucho y mal, digieren pésimo y se pasan el día frente a la tele con el control entre las manos. Son, asimismo, los que sienten que se les viene encima toda la soledad del mundo. ¿Por qué nadie me quiere? ¿Por qué mis amigas no me invitaron a comer?, se preguntan con un rictus en los labios. Tienen la impresión que el domingo está del lado de la eternidad y de la permanencia, que está fuera del tiempo. A estos habría que recordarles que de todos los días de la semana, es precisamente el domingo el más fiel; siempre nos está esperando. El domingo es un día de campanas. El domingo una tiene ganas de hacer la siesta, de depilarse, de cortarse las uñas, de arreglar los cajones, de flojear y de no acordarse de nada. En suma, es el día en que el tiempo no existe; es cuando se nos permite reconciliarse con nuestro tiempo interior. Por algo dicen que es el día preferido de los pintores y los poetas. Además, es el día en que hay que honrar al Señor. Esto fue así, explica el padre Busso en el libro de Fernando Savater Los diez mandamientos, porque a la semana misma de la resurrección de Cristo, el domingo, los apóstoles se reunieron para celebrar el milagro. Pero por otro lado, qué importa el día. Uno llega a Jesucristo los viernes y están los musulmanes, el sábado los hebreos y el domingo los cristianos. Lo importante es que la religión tenga la unión concreta del hombre con Dios y se manifieste en un acto de culto, más allá del día elegido, aunque para los cristianos sigue siendo el domingo el día de santificación. Dicho lo anterior, el domingo, es un día perfecto para las regresiones personales. Hagamos de cuenta que hoy jueves, es domingo y permítanme, invitarlos a una de esas tardesitas domingueras que tanto me hacían sufrir. Estamos en 1958. Vemos a una niña peinada con su melenita y su fleco perfectamente bien cortado. Está aburrida. Más bien está angustiada. En la mañana, perdió el tiempo y no pudo ir a misa. Ya iré a la de las ocho en la Sagrada Familia, le promete a su mamá. Son las siete de la tarde y todavía no ha hecho su tarea. La hago más tarde, se promete. Llama por teléfono a una de sus amiguitas. Las dos se ríen, critican a sus demás compañeras. Ya nos vamos a misa, le grita su madre desde abajo. Pero la niña no hace caso. Si no vienes, te vas a quedar en la casa solita, le vuelve a gritar. Es que me duele mucho el estómago y además tengo que hacer mi tarea..., contesta la niña con una mentira media blanca. Mejor me quedo... agrega haciendo voz de enferma. Sus papás y sus hermanos se van. La dejan sola. Cierran la puerta. La niña está sola y su alma. Aunque sabe que es pecado no ir a misa, no le importa. Tiene otros planes. Continúa hablando por teléfono. Está divertida, hasta se le olvida que está sola en la casa. De pronto la amiga la interrumpe: Bueno, ya voy a colgar. Voy a ver Teatro Fantástico. Nuestra niña se queda sorprendida. ¿A poco ya son las ocho? Bueno, adiós... Cuelga la bocina y corre frente a su televisor Mejestic. Pone el canal 2 de Televicentro. Este es el trenecito de Chocolate Exprés...púpú..., alegre y muy bonito y que rápido es... dice la publicidad. Se pone contenta. Ya va a empezar su programa predilecto, el único que le logra quitar el aburrimiento de todos los domingos. El único, que le da un poquito de magia y le permite hacer volar su imaginación. De repente en la pantalla, aparece Cachirulo con su peluca roja, su camisa blanca y sus pantalones rayados. Empieza el cuento. Érase que se era...Es el de La Bella Durmiente. Ella quiere ser la princesa, también ella quiere que un día un príncipe azul, igual al que sale en la televisión, le dé un beso en la mejilla y la despierte de su aburrimiento y soledad. Se mete en el cuento. Ya no es domingo. El tiempo no existe. En ese lugar donde se escapó con su imaginación no existen las tareas, ni las monjas, ni las mamás regañonas, ni tampoco tiene que ir a misa. Está feliz. Está físicamente sola, pero en su fuero interno se siente muy acompañada por Cachirulo y todos los actores. Cuando sea grande quiero trabajar en el teatro. Quiero vivir muchas vidas y conocer muchos príncipes, piensa ilusionada. Vuelven a pasar la publicidad del Chocolate Expréssssss, ¡¡¡qué bueno essssssss!!! Tiene hambre pero no quiere bajar a la cocina. ¿Por qué no vendrán las muchachas los domingos? ¿También ellas verán Teatro Fantástico?, se pregunta. De nuevo empieza el cuento. Le gusta tanto su programa, que piensa escribirle una carta a Cachirulo, para decirle que quiere trabajar con él. Aunque salga de La Muñeca fea, se dice. Súbitamente se acuerda, que no ha hecho su tarea. Creo que ni la apunté... Sufre. Tiene remordimientos. Tampoco fue a misa y esto, también la hace sentir muy mal. Y todo para ver el Teatro Fantástico, piensa. Por lo menos no estoy viendo una de esas películas donde las señoras salen bailando mambo... ¿Qué le va a decir a la maestra? ¿Qué le va a decir al padre cuando se confiese? ¿Que no fue a misa el domingo, ni hizo su tarea? ¿Qué está enamorada del que sale de príncipe con Cachirulo? ¿Qué de grande quiere ser actriz? Se siente culpable. ¡¡¡Odia los domingos!!! Siempre es lo mismo. A pesar de que se trata de un día de asueto, no descansa y ni siquiera puede disfrutar de su programa predilecto. Se acaba Teatro Fantástico. Se acaba la magia. Se acaba la diversión y la evasión. No sabe si apagar la televisión, o merendar o irse a acostar. Tiene miedo. ¿Qué tal si se me aparece Fanfarrón, o la bruja Escaldufa?, se pregunta. Asimismo siente pavor de que se le aparezca el Diablo. Pues a mi Ángel de la Guarda también le gusta mucho el Teatro Fantástico. Él fue el que me aconsejó que me quedara en la casa y no fuera a misa, reflexiona. Decide por irse a dormir. Se pone su pijama y se mete en la cama. A lo lejos se escuchan pasar los coches. Mientras tanto, ella sigue pensando de que un día un príncipe azul vendrá a buscarla, le dará un beso en la mejilla y se la llevará muy lejos. El día en que me enteré que Enrique Alonso, Cachirulo, había muerto, fue precisamente el domingo antepasado. Esa tarde, justo a las ocho de la noche, tuve ganas de poner la televisión y buscar el Teatro Fantástico. No lo encontré. Y como hace 46 años me fui a la cama, con una profunda tristeza.