|
"Cancún: éxito turístico, fracaso ambiental"

"Ese crecimiento compulsivo e ilógico que se dio en Cancún es la principal causa del tamaño de la destrucción que derivó de la fuerza de ´Wilma´. Por más poderoso que hubiese sido el huracán, la destrucción no hubiera sido tanta"

""
29/10/2005 00:00

    Noroeste / Pedro Guevara

    En 1985, el huracán "Gilberto" se llevó más de la mitad de las playas de Cancún, pero la lección no se aprendió: "Wilma" lo ha arrasado por segunda ocasión porque los responsables del desarrollo turístico de este destino violentaron una y otra vez las normas de sustentabilidad más elementales.
    "Gilberto" engulló el 60 por ciento de las finas arenas cancunenses y la erosión que se ha acelerado en el planeta acabó con un 20 por ciento. De las playas que había hace 31 años, cuando se inició este desmesurado destino turístico, sólo restaba una quinta parte de ellas, pero "Wilma" acabó con ellas, al menos temporalmente. Cancún ya no es un destino turístico de sol, mar y playa. Solo quedan el mar, sol y rocas.
    Cancún genera para el país el 35 por ciento del impuesto que pagan los turistas por ingresar a territorio mexicano y esto solo hecho debería haber hecho sonar la alarma del desmesurado crecimiento turístico concentrado en un solo destino. Sale de toda lógica y planeación que, en un país con miles de kilómetros de costas al este y al oeste, más de la tercera parte de los turistas extranjeros que lo visitan se dirijan a un solo lugar.
    Pues, justamente, ese crecimiento compulsivo e ilógico que se dio en Cancún es la principal causa del tamaño de la destrucción que derivó de la fuerza de "Wilma". Por más poderoso que hubiese sido el huracán, la destrucción no hubiera sido tanta si no es porque el crecimiento turístico se realizó sin ton ni son; sin respetar la más elemental racionalidad urbana. Cancún fue un éxito de la industria turística y un fracaso del desarrollo sustentable.
    Cancún es el principal recaudador de divisas de la federación y contribuye con el 10 por ciento del PIB nacional en materia de turismo, pero después del huracán "Wilma", si hubiese sensatez y un mínimo de racionalidad estratégica, se debería poner fin a su crecimiento hotelero.
    Simplemente, para darse cuenta de los ritmos irracionales de crecimiento de Cancún y la Riviera Maya, habrá que decir que Quintana Roo aumentó su población 10 veces de 1970 a 2000, mientras que el conjunto del país sólo se duplicó; es decir, mientras que la población de la República creció 100 por ciento, Quintana Roo lo hizo en 1000 por ciento.
    Es cierto que la planta hotelera ha registrado por muchos años el porcentaje de ocupación más alto de la República, con niveles de 90 por ciento en temporada alta y 65 por ciento en temporada baja, lo cual le ha permitido a Quintana Roo tener un promedio de 4.3 millones de turistas cada año en el último lustro, pero cada cuarto construido ha llevado a Cancún 20 inmigrantes, lo cual rompe todo desarrollo equilibrado y planificado.
    La crisis ambiental de Cancún, diagnosticada desde hace varios años, aun antes de "Gilberto", finalmente tuvo su comprobación abrumadora e irrebatible con la aparición destructora de "Wilma".
    En 2001, la Secretaría del Medio Ambiente, el Fondo Nacional de Fomento al Turismo y el municipio de Benito Juárez, cuya cabecera es Cancún, se comprometieron a emprender un proyecto global para la recuperación de 12 kilómetros de playas en la principal zona hotelera de esa ciudad; pero la reacción fue demasiado tardía porque Cancún ya había perdido mucha competitividad ante otros destinos caribeños.
    Después de "Wilma", el desafío es infinitamente superior. Ahoya ya no son 12 kilómetros los que hay que recuperar sino 29 más. Aunado a ello está el inconmensurable gasto en la recuperación de la infraestructura hotelera y urbana.
    El modelo turístico de Cancún no debe imitarse más porque no tiene futuro; sin embargo, esta invitación no tiene ninguna posibilidad de ser escuchada en ningún destino de playa mexicano. Por lo pronto, en Los Cabos han imitado irresponsablemente la misma vía de crecimiento del centro vacacional maya.
    Ya hace tres o cuatro años, un periodista de temas turísticos del Angeles Times, en un amplio reportaje hablaba de la "Cancunización de Los Cabos"; es decir, describía la construcción de megaproyectos, la destrucción del medio ambiente, la masiva inmigración, los crecientes problemas urbanos, etc.
    Mazatlán, a pesar de que detuvo su rápido crecimiento desde mediados de los 80, no por seguir la senda de un desarrollo sustentable sino porque ya no fue capaz de competir exitosamente dentro de un nuevo modelo de crecimiento económico desregulado y porque su ciclo de expansión ya se había agotado después de 30 años, está justo en el límite de experimentar una crisis ambiental y social de grandes dimensiones cuando padezca en el futuro el primer huracán que arremeta contra sus costas.
    Las marismas, esteros y lagunas terraplenadas a lo largo de la historia del puerto, pero sobre todo las eliminadas después del huracán "Olivia", que desató su furia en estos lares en 1975, las cuales eran los amortiguadores naturales de las grandes precipitaciones pluviales ya no estarán para salvarnos de una catástrofe.
    Ya sea por inconsciencia, ambición, ignorancia, violación de la ley y de las más elementales recomendaciones de los especialistas y de las advertencias de la naturaleza, en Mazatlán se han destruido casi todas sus defensas naturales en beneficio del desarrollo turístico y urbano.
    Ya hay muy poco que hacer para preservar los escudos naturales que han sobrevivido a las toneladas de concreto y asfalto, pero aun así no se detiene la destrucción de ellos. Ni "Wilma" es capaz de decirles a nuestras autoridades municipales, estatales y federales que ya no es posible continuar atentando contra las lagunas y áreas verdes que nos restan.
    Los estudiosos de los destinos turísticos de playa, quienes han elaborado modelos de análisis matemáticos para tal propósito, establecen que después de 30 años de uso un destino de sol y mar entra en una etapa de madurez máxima en la que es necesaria una nueva estrategia de desarrollo, distinta en lo esencial, del modelo desgastado.
    Mazatlán y Acapulco, desde principios de los 80 han experimentado esa crisis de crecimiento sin encontrar una salida funcional y reconstituyente que posibilite un nuevo tipo de desarrollo turístico. Cancún había ya entrado a esa etapa madura, pero ahora con los estragos del huracán "Wilma" se ha acelerado su desgaste al límite.
    Los Cabos, por su lado, se aproxima muy rápidamente a un estado de crecimiento en el que los problemas ambientales, urbanos, sociales y económicos reflejan la explotación intensiva y expansiva del turismo.
    Así como el tsunami ha generado un debate sobre las características que debe adoptar el desarrollo turístico en los países afectados, los huracanes del Golfo de México y del Océano Pacífico de este año obligan a una reflexión y análisis muy cuidadosos de los que ahora en adelante debe hacerse en nuestros destinos de playa.
    Para nuestra mala fortuna, no es algo que normalmente les preocupa a los empresarios del ramo, pero a las autoridades de la Sectur y a las universidades, así como a las organizaciones ambientalistas les debe caer el 20 de que urge iniciar el estudio y la discusión sistemática del rumbo que ha tomado el crecimiento turístico en Sinaloa en particular y el crecimiento de las ciudades en general.
    "Wilma" es ya sinónimo de tragedia, pero también argumento para propiciar la reflexión.