"Éste podría ser el nombre de muchos hombres del sur de Sinaloa. Los Osuna, como los Lizárraga, abundan en los alrededores de Mazatlán más que en ningún otro municipio del estado y en el mismo puerto."
Noroeste / Pedro Guevara
Éste podría ser el nombre de muchos hombres del sur de Sinaloa. Los Osuna, como los Lizárraga, abundan en los alrededores de Mazatlán más que en ningún otro municipio del estado y en el mismo puerto. El apellido Brito, quizá no se reproduce tanto como los dos anteriores pero es muy propio de la región de Concordia. Si uno va a otros estados del país y escucha a alguien que se apellide Lizárraga, Osuna o Brito, es altamente probable que sus orígenes estén en Sinaloa. Y sabrá que en ellos podrá encontrar alguien que le tienda la mano. Otro Pedro Brito, pero éste no Osuna, sino Lizárraga, como miles de hombres de sombrero de palma y huaraches de las poblaciones sureñas, emigró hace varias décadas a Mazatlán en búsqueda de mejor fortuna. Y lo logró. Pedro Brito Lizárraga no llenó sus bolsas de monedas ni tantito, pero ésa no era la fortuna que buscaba. Tuvo toda su vida un pequeño negocios de frutas y verduras, primero en el mercado Pino Suárez y después en el de la Colonia Juárez. Es decir, su fortuna no fue monetaria, sino humana: encontró en el puerto a la compañera de toda su vida, Doña María Osuna, y a sus seis hijos. Creía, al igual que mi suegro Armando López Zepeda (del meritito Surutato, pueblo situado en lo más empinado de la sierra de Badiraguato) y quien tuvo ocho hijos, que no había millonario más grande que él en Sinaloa porque su media docena de hijos lo habían enriquecido más a que nadie. Les creo; yo tan solo tengo dos y me siento tan afortunado como don Pedro Brito Lizárraga y mi suegro Armando López Zepeda. Sólo conozco a uno de los hijos de don Pedro, quien lleva el mismo nombre de su padre. Al Pedro, el nuevo, como se dice a los jóvenes en buen español sinaloense, el cual es amigo mío, puedo conocer, sin haberlo visto nunca, a ese hombre esforzado y afortunado. No muchas letras, y dinero menos, le pudo heredar don Pedro a su hijo porque en Zavala, municipio de Concordia, lugar de su nacimiento, no había donde aprenderlas más allá de la primaria; pero digo que puedo conocer al primer Pedro a través del segundo, porque apuesto que su tenaz afán de superación lo heredó de él. Lo armó con semillas que dan para que su vida transcurra con plena dignidad. De doña María, Pedro amamantó mucho. Sin conocerla tampoco también apuesto a que de ella tomó la alimentación para poder decir que sabe lo que es la rectitud, algo cada vez más escaso en este México alicaído. Don Pedro creía tanto en el trabajo que, al igual que sus paisanos de Zavala, al terminar la primaria lo correspondiente era ganarse el sustento para ser hombres de bien desde pequeños. Y eso le pidió a su primogénito: que se metiera a trabajar. Y Pedro, el nuevo, lo hizo. Se empleó en la ferretería "La Casa Colorada", cuando estaba enfrente del mercado Pino Suárez, en pleno centro de Mazatlán. Nomás que el nuevo quería estudiar más porque en el puerto se podía estudiar más; pero para hacerlo, pues tenía que chambear porque un puesto en el mercado de la Juárez para seis hijos no daba para tanto. La Casa Colorada lo tuvo como trabajador desde la secundaria hasta la universidad. En la UAS de los 70 lo más común era que sus estudiantes fueran de familias pobres y de medianos ingresos. La radicalización de esa época hizo que las familias de clase media alejaran a sus hijos de la más antigua universidad sinaloense. Los pobres, por identificación con los estudiantes radicales o porque no había otra, solo tenían la opción de la única universidad pública que había en el estado. Esta UAS radicalizada, de los 70 y de principios de los 80, tenía muchas carencias y defectos, pero una gran virtud: le abrió las puertas a miles de muchachas y muchachos pobres que de otra manera prácticamente jamás hubiesen sabido lo que es la educación superior. A través de la UAS miles de jóvenes superaron la pobreza y muchos de ellos se convirtieron en destacados profesionistas en empresas privadas, otros se transformaron en destacados académicos y varios más en brillantes científicos. Pedro Brito, el nuevo, aun con el diario trabajo en la Casa Colorada, al igual que otros jóvenes esforzados, demostraban ser los mejores estudiantes de sus escuelas. Tales resultados no eran resultado de una generación espontánea, sino más bien, digo yo, de la cosecha de una larga y rica tradición sinaloense preñada de esfuerzo, tenacidad y honestidad. Es decir, los viejos, aun sin saberlo, les enseñaron a los nuevos que para salir adelante en la vida, en este caso estudiando, lo más importante es el esfuerzo tenaz y honrado. Pero, dentro de muchos de esos jóvenes de origen humilde que llegaron a la universidad en la misma época de Pedro, algo sucedió en los años más recientes porque traicionaron la rectitud de sus familias y su tradición de lucha y esfuerzo. De fieros e inclaudicables combatientes de la antidemocracia y la corrupción que se habían enquistado en el país durante el priiato, empezaron a pasarse al mismísimo tricolor, no hace mucho, primero por goteo y después a torrentes. En uno de los momentos más oscuros en la historia de Sinaloa, debido al poder del crimen organizado, el cinismo de la política hegemónica y el debilitamiento en el respeto al trabajo, la rectitud y la franqueza en amplias capas de la sociedad, no deja de sorprender y contagiar que mujeres y hombres de la generación universitaria de los 70, entre los que se encuentra Pedro Brito Osuna, se debatan prácticamente solos en las discusiones de las reuniones uaseñas para, con la congruencia que viene de lo más profundo de Sinaloa, recordarles a sus antiguos compañeros que la inteligencia y la honradez consigo mismo todavía tienen valor. Sé perfectamente, al igual que Pedro Brito Osuna, que a la clase política apoderada de la UAS este rezongo le importa un bledo, pero también con la misma ingenuidad que teníamos en los 70, todavía nos alientan (si no imagínense, que miserable sería la vida) muchos jóvenes estudiantes que con mucha inteligencia, honestidad (¡otra vez la honestidad!) y valor creen que la vida se puede vivir dignamente. Me imagino que los padres de estos muchachos bebieron de la misma savia que Pedro Brito Lizárraga y Armando López Zepeda. En este tipo de estudiantes nos inspiramos y depositamos nuestras esperanzas de que ellos siembren nuevos y briosos sauces y huanacaxtles en Sinaloa, y no se arrimen a árboles torcidos y desenraizados. ¡Salud por Don Pedro y Don Armando!