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"El Bronx francés"

"Francia aún no soluciona el problema de la represión;pero ciertos anglosajones deberían verse en el espejo."

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27/11/2005 00:00

    BELIZARIO REYES /VERENICE PERAZA

    EL gran incendio ha terminado (por un tiempo) en los suburbios de París y la guerra nocturna de coches ha retomado su ritmo "normal" (100 por noche; 36 mil anuales en los últimos años de las Galias).
    Por lo tanto puedo escribir con la cabeza fría, y no al vapor, sobre un tema que por lo demás me resulta muy familiar.
    A finales de los años 70 y principios de los 80, el The New York Times, en la página 2 ó 3 de su sección local (la ciudad de Nueva York) publicaba todos los días, en un marco, la lista de los edificios incendiados en la noche anterior, casi todos en el Bronx.
    Los lectores le decían "la sección de las ruinas" y era la que leían primero. Del mundo entero no tardaron en llegar periodistas y camarógrafos. La televisión soviética pudo denunciar "el capitalismo sinvergüenza y racista".
    A lo largo de esos años, en promedio, se incendiaron en el Bronx mil edificios por año, tres o cuatro por noche.
    Un célebre comentarista de beisbol pudo exclamar con indignación, a la hora de las series mundiales en el Yankee Stadium: "¿Qué trae esa gente?"; al fondo, a un kilómetro del estadio, se levantaba la inevitable columna de humo.
    La televisión enseñaba familias, llorando frente a las ruinas, que preguntaban: "¿Qué hemos hecho para merecer esto?"
    Pero la gente más visible en las calles del South Bronx eran los muchachos, adolescentes, niños de 10 a 18 años, casi todos varones. Una fiesta para los periodistas, sociólogos, politólogos y otros especialistas en bla, bla, bla.
    Los únicos que entendían lo que pasaba eran los bomberos, algunos policías especializados, la izquierda urbana tipo The Village Voice, unos curas conocedores de la guerra de pandillas, del tráfico de drogas, de la epidemia de sida.
    En 1984 Marshall Berman, si mal no recuerdo, inventó la palabra y el concepto de "urbicidio": el asesinato de una ciudad.
    El espectáculo de un incendio nocturno es fascinante, terrorífico pero magnífico. Por eso la piromanía es una enfermedad que toma las formas de la adicción y de la epidemia.
    Se puede propagar como el fuego mismo en un pajar. Lo que acaba de ocurrir en Francia. El espectáculo de las ruinas al día siguiente del siniestro es terrorífico, pero deprimente y nada fascinante.
    La dura cruda. Hay que botar el fuego en la noche siguiente para alejar a la depresión y olvidar las cenizas.
    Conozco esos suburbios parisinos, el antiguo "cinturón rojo" de París, ciudadela proletaria del partido comunista desde 1925 hasta... la desaparición de dicho partido como gran fuerza sociopolítica.
    Los turistas mexicanos, que toman el supermetro RER, desde el aeropuerto internacional de Roissy-Charles de Gaulle hasta el centro de París, los atraviesan y pueden ver los tags, esos grafitis, motivos gráficos esotéricos que invaden todas las superficies planas a lo largo de la vía y los propios carros del RER.
    Esos tags que proliferan también en México, Zamora, Aguascalientes, Oaxaca (pero nunca en esa escala) han sido importados en nuestro país por los "cholos" de California. Nació ese arte rupestre en medio del urbicidio del Bronx hace 30 años y conquistaron el mundo.
    El Bronx fue también la incubadora muy caliente del rap. Fue adoptado hace 20, hace 15 años por los muchachos de los suburbios calientes de Francia. Hubo un grupo famoso, NTM (acrónimo franco-árabe de "Ch... tu m...") que cantaba: "¿Pero qué esperas para botar el fuego?", y también "¡Échate un poli!".
    Esa última canción escandalizó mucho, pero la inculpación en la Corte no prosperó. Era el eco de la canción rap "Message", del grupo los Furiosos Cinco que cantaba en New York: "No me empujes, porque estoy al bordo, intentando no perder la cabeza".
    Y también "Venimos de las ruinas, pero no somos unas ruinas". El rap celebra la violencia, el caos, pero también la fraternidad (masculina) de la vida de la calle.
    Me costó trabajo, en su tiempo, entender y aceptar al rap. Un amigo y mis hijos me hicieron ver que si el rap, con su invitación cruel al odio es parte del problema, es también parte de la solución.
    Ustedes pudieron ver en televisión a esos muchachos (varones todos) de 10 a 20 años, blancos, negros, morenos, franceses todos, hijos y nietos de inmigrantes.
    No tienen nada que ver con Al Qaeda (uno lo dijo muy filosóficamente: "No nos manipula nadie, ni la mafia, ni los barbudos, quemo coches, entonces existo") y tiene todo que ver con el Bronx cuando era una ciudad moribunda, asesinada.
    Digo "era" porque el Bronx renació de sus cenizas, lo que me vuelve optimista (sin ilusiones) para el futuro de Francia.
    Sí, esos muchachos, como nuestros "cholos", encuentran su dignidad "adoptando las poses y visiones del mando del hip hop y el gansta rap (...) utilizan los mismos gestos que los raperos de Estados Unidos, llevan la misma ropa y collares, juegan a los mismos videojuegos (...) adoptan las mismas poses de hombría exagerada, idénticas actitudes hacia las mujeres, el dinero y la policía".
    Lo había notado hace años pero me da gusto leer eso bajo la pluma de David Brooks, columnista de mi buen viejo The New York Times.
    Quien estuvo alguna vez, como niño o como joven adulto, en "un movimiento de juventud", puede ver que el incendio que acaba de arder en Francia, de quemar a Francia, es un movimiento de juventud.
    Y que si la juventud puede apreciar (y pedir) la verdadera autoridad, necesita primero una relación recíproca de intercambio, negociación, aprecio.
    Trabajar con los jóvenes es buscar, sin descanso, la mediación. Buscar la solución únicamente en la represión y descargar todas las responsabilidades de toda la sociedad sobre la policía es la peor de las soluciones, es literalmente echar gasolina en la hoguera.
    El Primer Ministro Villepin ha prometido muchas medidas generosas (¿aceptarán los franceses pagar su alto costo?).
    ¡Ojalá y cumpla y pueda cumplir! Hace 30 años que la república francesa, en su doble versión, la izquierda y la derecha, intenta resolver el problema. Aún no encuentra la solución. Pero ciertos anglosajones que se regocijan frente al problema francés harían bien en verse en el espejo.
    jean.meyer@cide.edu
    *Profesor investigador del CIDE