Suana Guevara
Como están bajo el agua los corales adheridos a la roca, así permanece y ha crecido la blanca construcción del ITESM Guaymas, unida a las grandes rocas del sureste, clavando en ellas sus largas espigas de hierro, para quedar anclada junto al acantilado como nave varada desde la cual ellos y mi hijo, se asomarán al paisaje, y en lo íntimo, al ideal de su futuro.
Arriba sobre la cabezas, alto, en su tallo de metal, ondeaba la bandera con movimientos de pez en el agua, simulando los que ellos han estudiado y observado a través de varios años; se movía haciendo ondulaciones sin quiebres, obedeciendo al aire sin forcejear contra él.
En el escudo el águila parecía cobrar vida al flexionar sus alas, dominando desde lo alto las cumbres de las montañas que casi cerrando el círculo, forman el tazón para la hermosa bahía con el agua tan azul primero, tan roja después como el cielo en el ocaso.
Ellos también han divisado cada día las puntas delgadas que la erosión va tallando en los cerros, dejando puntos elevados como muchas de sus aspiraciones; han visto en el croquis de esas montañas lo que es una pendiente difícil de escalar si se quiere alcanzar una cumbre elegida.
Análogamente, podrán comprar cada relieve o metro de altura con una de sus experiencias o sus logros difícilmente realizados a los largos del esfuerzo.
Estábamos en la gran terraza con telón de lejanías cambiantes, al aire libre para que ningún techo detuviera la alegría y la actitud agradecida de quienes nos uníamos por el mismo motivo: era la graduación de setenta nuevos profesionistas que salían para servir a su pueblo.
Que tratarían de ser útiles a su país y a los demás, lo aseguraron a una sola voz cuando rindieron la protesta que a nosotros sus padres ahí reunidos, nos llenó el corazón de gozo y de esperanza.
Nuestros hijos, estaban dispuestos para hacer algo por sus semejantes, y sus profesores, ahí presentes, respondían de que estaban capacitados para hacerlo.
Podíamos comprar al grupo con una espiga que madura y se desgrana para que cada una de sus semillas germine: se dispersarían por toda la República y algunos llegarían a otros países hermanos y así, en lugares distantes, harían realidad su independencia y su servicio a la comunidad.
La tarde bajaba llenándose de ocres luminosos duplicados en el agua y la Enseña Patria parecía recibir complacida, en nombre de México, aquel ofrecimiento de sus hijos jóvenes en cuyas mentes podrá estar el diseño o la buena marcha de futuras negociaciones que favorezcan a la Nación o le den trabajo compatriotas necesitados de él para vivir.
Ese pensamiento positivo con relación a los hijos, mueve blandamente el sentimiento de los padres para bendecir, con ternura, al adulto que se conoció niño y ahora extendió la mano para recibir un crédito y una responsabilidad, ante testigos de tanta significación como son el cielo inmenso de misterios interminables, igual a los poderes que les dieron vida e inteligencia para llegar a ese podio.
Testigos sólidos, enormes y serenos son las grandes montañas recordando con su presencia la tierra que pisamos, morada común de los hombres sin distinción de credos ni colores y con un factor común de necesidades y sueños, tan elevados a veces como las cimas entre las nubes.
Las montañas evocan a Dios que las creó y al hombre, que no podría formarlas, al que como ellas, es creación, al que necesita ayuda, cariño y compañía durante toda su vida porque es mucho más que materia sola, más que tierra....
Tercer testigo lleno de significación en ese acto fue la Bandera símbolo de la Patria a la cual se le canta, como en esa ocasión, la fase repetida: "...el cielo un soldado en cada hijo te dio...".
En los nuevos profesionistas tiene ya otros soldados para luchar contra lo que el mundo padece: hambre, pobreza, ignorancia.
La Patria saludó a los nuevos ingenieros; nosotros sus padres, bajo el mismo cielo y frente a las mismas montañas que vigilaron su carrera, le pedimos a Dios la bendición para ellos y para todos su desempeño profesional.
