"Hay mucho, en la historia reciente de Estados Unidos, Osama bin Laden y Al Qaeda, de una de las ideas centrales que desarrolla la novela de María Shelley"
Hay mucho, en la historia reciente de Estados Unidos, Osama bin Laden y Al Qaeda, de una de las ideas centrales que desarrolla la novela de María Shelley, Frankenstein
o el moderno Prometeo: Victor Frankenstein, el creador del monstruo,
después de sufrir la muerte de su hermano, su amigo, su padre y su esposa, persigue a su engendro hasta el fin del mundo (el Polo Norte), en busca de venganza y expiación. En la novela original, no en las versiones fílmicas a las que Hollywood nos acostumbró, la verdadera trama gira
alrededor del científico que crea una bestia humana, de lo que luego se arrepiente, para observar con el tiempo cómo su creación se convierte
en su peor amenaza. En un momento en que el monstruo confronta
al doctor Victor Frankenstein,
éste le exige que le cree también una compañera y le aclara: "Tú eres mi creador, pero yo soy tu dueño. ¡Obedece!" Al principio el científico acepta, para luego destruir a la compañera
que estaba creando, lo que provoca la reacción del monstruo, la persecución y el enfrentamiento final en el que ambos mueren. La historia de Bin Laden y el terrorismo
islámico se parecen mucho a la novela de Shelley: Estados Unidos y las potencias occidentales crearon a un monstruo, que luego se voltearía contra ellos. En el afán de combatir a la Unión Soviética en Afganistán, armaron, alimentaron y promovieron
con todos los recursos posibles a una guerrilla islámica, misma que luego, ante el vacío de poder y en medio
de procesos de radicalización, terminaría por voltearse contra sus creadores.
La historia no comenzó el 11 de septiembre de 2001. Se inició por lo menos veinte años antes, cuando el 27 de diciembre de 1979 la Unión Soviética invadió Afganistán. Lo recuerdo muy bien porque en ese momento yo me encontraba estudiando
relaciones internacionales y decidí que era un muy buen tema para mi tesis de licenciatura, la cual debía preparar en los siguientes años. Me interesaba saber sobre todo
por qué una potencia como la soviética
quería invadir una pequeña nación perdida entre el Asia Central y la India. Algunos lo explicaban por el expansionismo o la búsqueda de una salida a mares calientes. A mí me costaba trabajo creerlo. Al final, después de una revisión histórica y una lectura de los acontecimientos recientes, aventuré mi hipótesis: la invasión soviética era, más que una acción agresiva, una medida defensiva
destinada a contener la expansión
del entonces llamado "Islam político" en las repúblicas soviéticas
de Asia Central. El gran cambio se había iniciado con la caída del Sha de Irán y la llegada al poder en ese país del Imám Jomeini, entre 1978 y 1979. Entendí desde entonces la importancia
que tenía lo religioso en la vida social de las naciones, por lo que desde esos años me he dedicado a estudiar este tema.
El destino de Afganistán, uno de los países más pobres del planeta,
estaría ligado al de las primeras potencias mundiales. Estados Unidos
alentó en la década de los 80 del siglo pasado la resistencia armada a la "intervención" soviética. Armó
a los mujahedines y, después de una década, logró que el imperio soviético, en plena descomposición, pidiera el fin de las hostilidades y abandonara el territorio. Entre esos "luchadores de Dios" estaban algunos
combatientes radicales que, animados por una visión islámica fundamentalista, verían el debacle
ruso como el inicio del fin de la ocupación occidental en la zona. El monstruo ya estaba creado y las semillas del fundamentalismo habrían
de crecer sin ningún reparo en Afganistán, con la llegada del talibán, o en otros lugares donde el islamismo radical creció, como Pakistán, Irán, Líbano u otros lugares
del Medio Oriente. Pero así como
Victor Frankenstein pretendió olvidarse de su engendro después de haberlo creado, Estados Unidos quiso ignorar lo que había plantado, hasta que llegó el 11 de septiembre.
Curiosamente, mi tesis también se quedó esperando su publicación, prometida y programada por una editorial que luego cerró sus puertas
en los ochentas. El ataque a las Torres Gemelas del WTC en Nueva
York me obligó a repasar lo que había sucedido en las dos décadas entre 1981, año de mi titulación, y 2001. Revisé lo allí propuesto y le agregué un capítulo titulado: "De los mujahedín a los talibán". El libro
fue finalmente publicado por El Colegio de México en ese mismo año, bajo el título: Afganistán; La revolución islámica frente al mundo occidental. En dicho país, al final, el círculo se cerraba y el creador del monstruo habría de perseguirlo para destruirlo. Durante diez años la persecución fue implacable, hasta que se consiguió el objetivo.
La moraleja de esta historia es que no hay acciones sin consecuencias.
En el fondo, el terrorismo de Al Qaeda es el costo que a mediano plazo los Estados Unidos de América
y el mundo occidental han tenido que pagar por la caída del bloque soviético.
Lo cual no debe alegrarnos, porque, a pesar de todo, nosotros somos vecinos, amigos y aliados de la primera potencia mundial. La bestia fundamentalista religiosa también mató a muchos mexicanos. Y si bien es cierto que el ciclo parece haberse cerrado, en realidad todavía
andan pululando en el mundo muchos monstruos integristas y fundamentalistas de todas las religiones.
roberto.blancarte@milenio.com