Manuel Antonio Díaz Cid
Tenemos que discutir abiertamente algunos pasajes de la historia patria. No es que nos pondremos de acuerdo, sin embargo, por escuchar los argumentos de quienes piensan diferente matizaremos nuestras opiniones y podremos seguir adelante sin el lastre del pasado.
Las principales máximas que definen nuestra historia son: que los indios hicieron la Conquista, que los españoles la Independencia, los clérigos la Reforma y los hacendados la Revolución.
Efectivamente la opresión que los mechicas ejercían sobre el Anahuac provocó que los pueblos vecinos se aliaran a Cortés para lograr la Conquista; cierto que los padres de la patria eran, casi todos, criollos de pura sangre española; indudable que ex-seminaristas lectores de Rousseau y Voltaire propusieron la soberanía del gobierno civil sobre los asuntos públicos de la nación y que Madero, Carranza y los hacendados del norte del país armaron a sus peones para derrotar al ejercito porfirista.
No obstante lo anterior, es necesario calificar las anteriores afirmaciones.
Cortés forma alianza con tlaxcaltecas y otras naciones indias que lo siguen porque la superioridad del armamento español les auguraba el triunfo; Padre Mier, Hidalgo, Allende, doña Josefa y Aldama están convencidos de que el absolutismo real ha llegado a su fin y que la autoridad deberá emanar del pueblo que los escucha y entiende que tendrá que pelear por su liberación; los países de Europa se habían sacudido, desde hacía siglos, la tutela eclesial que continuaba en México asfixiando su paso a la modernidad, los reformistas tienen razón histórica al buscar el cambio pero logran armar ejércitos porque prometen liberar al pueblo de la subyugación que sufría; el acaparamiento del gobierno por los "científicos" lleva a la clase hacendada del norte del país a protestar primero y a levantarse después en contra de los abusos sufridos, pero el pueblo los sigue porque cree que conseguirá trabajo y tierras.
Estamos de acuerdo, en términos generales sobre estos hitos de nuestra historia. Quedan pendientes otros pasajes sobre los que discrepamos. Que los conquistadores eran sifilíticos enloquecidos buscando el oro, que Hidalgo era apostador y mujeriego, que Iturbide traicionó su juramento de soldado de la Reina; que Guerrero era un ignorante tozudo al igual que Guadalupe Victoria; que Juárez firmó los tratados de McLane-Ocampo y que el general Juan Álvarez volteó los cañones hacia el pueblo de la Ciudad de México que pretendía defenderla porque los liberales ya habían convenido entregarla sin luchar en la guerra contra los EU; que Zapata era más bandolero que guerrillero; Villa un sanguinario asaltante, Madero un debilucho ingenuo y Carranza un porfirista disfrazado.
Al acercarnos a nuestros tiempos he escuchado que los cristeros mataban a los pobres y respetaban a los ricos, que el padre Pro murió suplicando que no lo fusilaran y que el 68 era un complot comunista que Díaz Ordaz tuvo que desbaratar aun al costo de Tlaltelolco.
Muchos queridos amigos piensan de esta manera y creen con vehemencia que ésa y ninguna otra es la historia de México.
¿Cómo nos pondremos de acuerdo sobre nuestro futuro, incierto por naturaleza, si no podemos conciliar el pasado que debiera ser una simple relación de hechos?
Si los gringos son los sucesores de los ingleses de la pérfida Albión y peores que ellos, si nos robaron la mitad del territorio más las invenciones modernas de la ametralladora, la televisión a colores, las operaciones del corazón la mecánica de suelos y los motores que funcionan con agua: ¿Cómo vas a estar de acuerdo en una integración con ese país a través del Tratado de libre comercio de América del Norte?
Necesitamos entender las debilidades personales de nuestros héroes sin menoscabo del reconocimiento que merecen por su gesta en beneficio de la patria.
Hidalgo descubrió en el pueblo su ansia de libertad y es por lo tanto el Padre de la Patria.
Iturbide, no obstante ser el consumador de la Independencia, intenta el imperio como forma de gobierno y es expulsado de los altares cívicos.
Antonio de Padua Severiano López de Santana entra y sale del escenario nacional durante cuatro décadas pero cambia de bando tantas veces que lo hemos repudiado a pesar de que fue el más querido y también el más despreciado de los mexicanos.
Juárez se alía con el partido liberal en lucha contra el partido conservador reaccionario, propone la Ley Juárez y apoya la Ley Lerdo, antecedentes de las Leyes de Reforma, es coautor importante de la Constitución de 1857, es presidente provisional y después elegido, rechaza la Intervención, triunfa y restaura la República. Juárez es protagonista principal desde 1847 hasta 1872. Es nuestro más importante santo cívico, sin embargo, tiene detractores que lo odian.
Don Porfirio es militar, en 1858 pelea en las guerras de Reforma a favor de la causa liberal, en 1861 pelea contra los franceses en Puebla y en 1867 toma la Ciudad de México para entregarla a Juárez, en 1871 se levanta contra Juárez y es derrotado, se levanta contra Lerdo en 1876 y triunfa en las elecciones de 1877 para ser presidente de México, casi ininterrumpidamente, hasta que sale del país en 1811. La Revolución se hace contra Díaz y contra su equipo de gobierno. No hallamos qué hacer con el vencedor del 2 de abril, le tenemos al mismo tiempo admiración y desprecio. Ni siquiera podemos traer sus restos del exilio.
Entendemos el carácter de los insurgentes, nos explicamos la pasión de los reformistas en contra del yugo clerical y conocemos la corrupción de los revolucionarios pero los veneramos no obstante sus flaquezas, sin embargo, deberíamos poner límites a tal magnanimidad.
Podremos diferir en la interpretación de muchos eventos de nuestra historia, pero deberíamos expulsar del santoral nacional a quienes, en su lucha contra el oscurantismo religioso o contra los franceses o contra los hacendados, fueron instrumentos dóciles de intereses extranjeros.
Si tenemos expulsados a destacados héroes como Iturbide y Díaz por qué no limpiar el santoral de personajes menores cuya sumisión a representantes de potencias extranjeras es muy clara.
Nuestra historia patria es complicada. Tiene demasiados matices como para tener que aceptar una interpretación oficial, única y obligada. Necesitamos sacar a nuestros héroes a la luz no solamente por lo que nos dieron, sino también en toda su humanidad y en todos sus yerros. Mientras no lo hagamos seguiremos considerando importante que Fox sustituya, en su despacho, el retrato de Juárez por el de Madero.