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1. Un principio clásico de las inversiones económicas es que deben dar resultados, para que sean calificadas de exitosas. Por el contrario, un fracaso en este terreno consistirá en que lo gastado no correspondió a lo logrado. Hay actividades en las que el riesgo es muy grande: incursionar en la bolsa de valores, comprar a un futbolista muy joven suponiendo que llegará a ser un crack, adquirir un negocio que va a la baja con la esperanza de levantarlo, etc. ¿Qué porcentaje de éxito hay en esas negociaciones? ¿50/50?
2. Si lo invertido no regresa con frutos; si no encontramos el éxito que esperábamos, ya cualitativa, ya cuantitativamente; si los resultados son muy distintos a los ofrecidos por quien nos animó a invertir, nos sentimos defraudados, engañados insatisfechos. Los mexicanos hemos invertido, y mucho, en la democracia, y los resultados que hemos obtenido nos tienen muy desilusionados. Así lo indica el informe 2015 del Latinobarómetro, ONG sin fines de lucro, que acaba de realizar más de 20 mil encuestas en 18 países de América Latina.
3. Sólo el 19 por ciento de los mexicanos respondió que se siente satisfecho con nuestra democracia, ocupando el último lugar de los países latinoamericanos. Leyó usted bien. Somos la nación más desilusionada de la democracia en toda América Latina. Pues bien. Ese es el resultado de la inversión que hacemos, vía impuestos, para lograr el fruto de la democracia, y no nos gusta el resultado. ¿De cuánto fue la inversión? Según la Fundación Internacional para Sistemas Electorales, el promedio del financiamiento público
4. en México fue ¡18 veces! superior al de los países de América Latina, entre 2010 y 2014. Y no olvidemos que, para el 2016, el Instituto Nacional Electoral acaba de solicitar un presupuesto que excede los 15 mil millones de pesos, con la justificación de que el año próximo habrá 13 elecciones estatales, 12 para gobernador, que esa corporación tiene que organizar. Resulta, entonces, que somos el País de América Latina más gastador para lograr la democracia, y el que más insatisfecho se siente con lo obtenido por su inversión.
5. ¿A qué se debe este desencanto? Según el estudio mencionado, y entre varios factores determinantes, entre nosotros podemos señalar dos, que inciden de manera clara en nuestra insatisfacción: las desigualdades sociales, cuya brecha debería disminuir en una democracia y que entre nosotros no sólo no baja sino que sube, y la corrupción en la clase política dirigente. Somos, entonces, unos pésimos inversionistas. Hemos destinado carretadas de dinero para lograr un producto que no cuaja.
6. Pareciera, por desgracia, que nos sentimos incapaces de poder recuperar la inversión en la democracia. Pagamos nuestros impuestos que la sostienen, pero no le damos seguimiento a los réditos que quisiéramos obtener. De nosotros depende seguir invirtiendo en algo que no funciona, o ver qué hacemos para que nuestra inversión en verdad reditúe. El mensaje que se ha lanzado a los partidos políticos, con el creciente apoyo a las candidaturas independientes, es un aviso de que vamos a ser más cuidadosos de nuestra inversión. Ojalá.
7. Cierre ciclónico. Ni parece que se está llevando a cabo el Sínodo de las Familias en Roma, me comenta un amigo. Faltan noticias espectaculares, que cimbren a la opinión pública, insiste. Trato de desalentarlo, pues no creo que se lleguen a dar esas notas. Le sería muy fácil a Francisco de Roma imponer su voluntad, pero prefiere que los padres sinodales discutan el futuro de nuestras familias, que también es el futuro de nuestra Iglesia, y que se logre un consenso. No se dictará una mayor apertura si no nos convencemos de su necesidad.
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