BELIZARIO REYES /VERENICE PERAZA
Pocas, muy pocas veces leo la "Biblia", esa biblioteca de libros extravagantes. Cuando la leo, me quedo con unas pocas palabras, con un cuento. Nada que ver con la lectura del periódico, lectura negra, espesa, inmóvil. La "Biblia" es una lectura blanca, luminosa, en movimiento. En el diario puedo leer todo, porque nada es esencial: voy de las piernas de los atletas a las de las actrices, de la cara de los presidentes a la caída del petróleo y del peso. Es una lectura seria y, por lo tanto, no tiene la menor consecuencia en la vida, como tantas cosas serias.
En la "Biblia", un párrafo es como una copa de tequila o de mezcal. Algunos abusan de su lectura y se emborrachan o se vuelven locos, locos bienaventurados o furiosos. Les voy a hacer el cuento breve. En estos días de Guadalupe-Reyes, caí y nadé en "El libro de Jonás". Dios, con "D" alta o "d" chica, no importa, habla a cada rato, con palabras y sin palabras, con la tormenta y con la ola, con la ballena y con Jonás.
Y me di cuenta que ese cuento va para nosotros, los que vivimos en ese "Como México no hay dos", y "¡Qué bueno! Con uno basta". ¿Se acuerdan de esta historieta fabulosa? Un buen día, Dios le dice a Jonás: "Jonás, vas a ir a hablar a los habitantes de esa ciudad, grande y malvada ciudad, llena de corrupción y de crimen organizado, les vas a decir que ya no los aguanto más, que hartaron mi paciencia y ennegrecieron mi sangre, llenaron de ira mi corazón. Van a morir todos". La ciudad se llama Nínive, existió, en lo que hoy es Irak. Jonás no quiere ir, menos hablar, porque tiene miedo. Huye, se embarca para huir, huir de Dios. Y la tormenta no tarda en golpear el barco de tal manera que los marineros razonan que en el barco hay alguien perseguido por Dios o sus ángeles, alguien que les va a traer la muerte a todos. Dicen que hay que lanzarlo al agua. Jonás les confiesa su historia, lo tiran al mar, lo traga una ballena y la tempestad se calma.
Jonás se queda tres días y tres noches en la negrura de la panza del animal, canta y le dice a Dios que, ahora sí, cumplirá, irá a Nínive y dará el mensaje de muerte. La gentil ballena lo desembarca en la playa. No tarda en hablar a los habitantes de la gran metrópoli: "Están perdidos, tan perdidos que ni cuenta se dan. Les anuncio que llega la catástrofe sobre ustedes". Jonás se va y no sé qué ha sido de él. Lo asombroso es que la gente cree la noticia que dio, piensan que Dios no cambiará de parecer, pero hay un rey, puede ser un presidente, que les dice: "A hacer penitencia todos, hasta los animales, a arrepentirnos todos, a cambiar de vida, y, quizá, Dios tendrá piedad". Y la gente hace caso, deja sus negocios, ayuna, entra en sí mismo. Porque todos, directa o indirectamente, por acción u omisión, son culpables. Como nosotros.
Y lo increíble, para nuestra seca razón humana, es la inconsecuencia de Dios. ¿A poco no había prometido la destrucción total de Nínive, como la de Sodoma y Gomorra? Pues sí, eso había jurado. Se deja ablandar, cancela su decreto, dios débil contra dios fuerte, dios loco contra dios sabio... Pero es que los ninivitas han cambiado. ¿Cambiaremos, nosotros los mexicanos? Los milagros existen, no solamente en los libros bíblicos.
¿Tendrá que hablarnos Dios para que imitemos a los habitantes de Nínive, la gran ciudad? ¿Tendrá que mandarnos un Jonás? Más de una vez, Jonás ha visitado México y le ha entregado un mensaje amenazador. No hicimos caso. La ausencia del tan cacareado "Estado de derecho" es tan vieja como nuestra Independencia; la venalidad de los jueces y de las autoridades, la complicidad entre policía y crimen es una historia muy antigua. Acuérdense de los Bandidos de Río Frío que recibían información del coronel edecán del Presidente de la República; y de los bandidos de la Revolución nuestra que hacían mancuerna con los generales. Nada nuevo bajo el sol. ¡Jonás, ven!
Investigador del Centro de Investigación y Docencia Económicajean.meyer@cide.edu