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"Análisis: Bitácora mexicana"

"José Martí decía que la diplomacia aleja el conflicto porque ensancha los cauces de la comprensión e induce el respeto y el conocimiento."

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13/07/2007 00:00

    Joel Díaz Fonseca

    Diplomacia de pueblos

    Durante sus travesías por la sociedad norteamericana, "las entrañas del monstruo", José Martí hablaba de la diplomacia de pueblos para distinguirla de la que se lleva sólo entre gobiernos. Decía que aquélla aleja el conflicto porque ensancha los cauces de la comprensión e induce el respeto y el conocimiento.
    Recordaba esa reflexión con motivo de las calurosas despedidas de mi amigo, el Embajador de Cuba, Jorge Bolaños. Cómo, a pesar de las ofensas políticas, las agresiones verbales, la mala fe y la torpeza de la administración anterior, se mantuvieron intactas las relaciones humanas y la solidaridad esencial entre nuestros pueblos.
    Viene a cuento también con motivo de la próxima visita a nuestro país del Presidente del Gobierno español. No porque haya existido en este caso algún incidente que fuese menester reparar.
    Por el contrario, podría afirmarse que los vínculos diplomáticos entre nuestros países son inmejorables y que en sólo tres décadas nuestros intercambios han alcanzado una intensidad inimaginable en tiempos de la ruptura.
    Sin embargo, el viaje coincide con un aniversario relevante, que obliga a mirar el camino andado y a pensar el futuro con mayor equilibrio y genuina actitud de cooperación.
    La fecha oficial de la reanudación es el 28 de marzo de 1977, 10 días después de que el gobierno clausurara unilateralmente la República, de la que México era la honrosa capital. Pero si tomamos como referencia el encuentro entre el Presidente de México y el Rey de España, el cumpleaños sería el 12 de octubre.
    Recuerdo haberle sugerido vivamente al Ejecutivo que se fijara para el reencuentro una fecha equidistante entre ésa y el 16 de septiembre: el 29 de ese mes. El profundo simbolismo histórico lo ameritaba.
    Le ganaron sin embargo las ganas a nuestro Mandatario, alimentadas por la nostalgia de aquel legendario viaje de juventud a Caparroso, tierra de sus ancestros, en donde fue identificado como "un hombre que se fue hace 400 años".
    Recuerdo todavía que el monarca, desde su perspectiva dinástica, se refirió en esa ocasión a nuestro país como "la gema que le faltaba a la corona de la Reina Isabel". A partir de entonces nos incorporamos a todo género de organizaciones iberoamericanas existentes, incubadas en la parafernalia franquista, posteriormente transformadas por los nuevos gobiernos de ese país.
    Montamos inclusive la justificación teórica de la reforma política iniciada ese año en la ola de la exitosa transición democrática española y tal vez nos convertimos en sus primeros apologistas; aunque esa operación dejara en el olvido los orígenes ideológicos y la naturaleza de los sistemas autoritarios que intentábamos superar: el nuestro proveniente de la Revolución Mexicana y el suyo del afrentoso golpe de un caudillo fascista.
    Tristes avatares determinaron poco después que el régimen mexicano virara a la derecha, "cambio de rumbo" lo llamaría Miguel de la Madrid, mientras allá se instalaban por 14 años los gobiernos socialistas de Felipe González.
    Como es natural en la pluralidad, las relaciones diplomáticas y económicas no se alteraron, sino antes bien se acrecentaron. Lo que salió del libreto fue la sorpresiva cercanía ideológica y la inocultable complicidad política entre partidos y gobiernos.
    La ruptura del partido hegemónico en México y el escandaloso fraude electoral de 1988 fueron determinantes en ese maridaje. A pesar de que en la corriente democrática, y después en el PRD, militaban los sectores más afines a la socialdemocracia, como lo reconocieron Willy Brandt y sus principales colegas europeos, el Mandatario español optó por asociarse con Carlos Salinas y obstruir sistemáticamente nuestro ingreso a la Internacional socialista.
    De nada valió la antigua amistad ni la racionalidad del argumento. El pragmatismo, disfrazado de razón de Estado, y tal vez una íntima predilección, sellaron el pacto.
    Así se gestó una impensable paradoja: los gobiernos que habían sido fruto del cambio político en que nuestra transición se inspiraba, se convirtieron en aliados de un régimen moribundo y en abiertos promotores de una deriva neoliberal que a la postre se tornó catastrófica.
    Con los años y como resultado indirecto de semejante inconsistencia, en ambos países se instalaron gobiernos de derecha pura y dura. Los tecnócratas del PRI dejaron aquí los restos del poder público a un amasijo de intereses sectarios a los que Fox sirvió de mascarón y allá volvió por sus fueros, en la rijosidad de Aznar, el espíritu ultramontano de la falange que la democracia española nunca se decidió a sepultar, por tolerancia e imprevisión.
    El "caballerito de hierro" acaba de estar en México con el propósito de alinear al PAN en la cruzada de opereta que encabeza contra las izquierdas de la región. Entre peón de la Casa Blanca y discípulo civil del generalísimo, pregona que "América Latina ha quedado al margen de la familia de naciones occidentales" y denuncia las "ideas caducas" que nos han llevado a esa orfandad : "el populismo revolucionario, el neoestatismo, el indigenismo racista y el militarismo nacionalista".
    En ese contexto ocurre la visita del dirigente socialista español. Se trata del mismo enfrentamiento ideológico que se libra en su territorio, pero en un campo más dilatado, como es propio de la era global.
    Y para colmo, su anfitrión oficial está sentado en una silla postiza: dos tercios de la población abrigan serias dudas sobre la legalidad de su elección y más de un tercio no considera legítimo el cargo que ostenta.
    Pienso que Zapatero debiera practicar esta vez la diplomacia de pueblos.
    Deslindarse rotundamente de la prédica neocolonial de su antecesor y evitar cualquier confusión intencionada entre la lucha nacional contra el ETA y la mascarada castrense contra los sicarios del narcotráfico. Recuperar sobre todo la pista extraviada de nuestra batalla inconclusa por la democracia.
    No olvidar que, como parte sustantiva de nuestra búsqueda de identidad, en el imaginario colectivo del mexicano viven dos Españas. La heráldica, clerical y discriminatoria que nos ofende y la generosa, ilustrada y libertaria que nos redime. Eso fue para nosotros la República y eso anhelamos que pudiera ser el socialismo.