Aunque soy un escéptico de las cifras que alarman acerca de la obesidad en algunos países, comprendo que algo de cierto hay en todo esto. No hace mucho que escuché a una persona proponer que todo se debía a la comida chatarra y que retirándola del mercado, el problema sería resuelto: la gente tendría que comer otras cosas porque ya no habría comida chatarra.
La propuesta es demasiado simple e incluso peligrosa. Añadiría aún más poder a los gobiernos como una especie de censura alimenticia: no puedes leer algunas cosas y tampoco puedes comer otras, porque te hacen daño y yo estoy para cuidarte. Conviene examinar esto un poco más a fondo.
Primero, la obesidad no tiene una causa única. Son varias. Y si puede culparse a cierto tipo de comida, también puede culparse a cierto tipo de hábitos, como falta de ejercicio corporal, la que puede tener otras causas. Mi punto es no ver esto con simpleza errónea.
Segundo, conviene tener una definición de comida chatarra: todos aquellos comestibles que poseen escaso valor nutrimental al mismo tiempo que elevados contenidos de grasas que se acumulan en el cuerpo produciendo obesidad y enfermedades relacionadas. Mi punto aquí es que la existencia misma de la comida chatarra no es suficiente para producir obesidad.
La comida chatarra, para que produzca efectos negativos en la salud, debe de ser ingerida en cantidades elevadas. Eso abre la posibilidad de un consumo moderado que no ocasiona problema alguno. Es decir, el problema de la comida chatarra no es que exista, ni que sea consumida, sino que algunas personas la ingieren en exceso.
Tercero, podemos combinar los dos puntos anteriores y definir mejor el problema. La obesidad producida por la comida chatarra se debe a un consumo excesivo de ella por parte de un grupo de personas que al mismo tiempo no tienen hábitos sanos de cuidado personal.
Esto está mucho mejor y define claramente el problema que no es la existencia de comida chatarra, sino el consumo exagerado de ella. Y más aún, admite la posibilidad de que un consumo exagerado de ella no sea dañino dependiendo de la calidad de hábitos de las personas. Un atleta podrá comer grandes cantidades de carbohidratos, por ejemplo, sin que eso le cause problemas.
El tema bien vale una segunda opinión porque es un ejemplo de una mentalidad que lleva a decisiones erróneas. Si el problema de la obesidad se entiende por parte de algunos, como uno causado por la mera existencia de comida chatarra, será perfectamente lógico concluir que el problema se remediaría retirando la opción de ese tipo de comida.
Pero, si el problema se entiende como uno de malos hábitos alimenticios y de vida, el retiro de la comida chatarra del mercado ya no tiene sentido. Los malos hábitos seguirían existiendo y las personas conseguirían su propia comida chatarra de maneras no previstas.
La mentalidad que pide la prohibición de la comida chatarra es una común y pertenece a la que, en general, piensa que los gobiernos son la respuesta a todos los problemas si usa su poder para reglamentar algo, lo que sea que se crea que es un problema, como las bebidas alcohólicas, el fumar en restaurantes, la comida chatarra.
Un ejemplo muy concreto de esta mentalidad: el escritor Carlos Fuentes escribió el 6 de octubre (Grupo Reforma) sobre la crisis financiera que, "La falta de reglamentación de la banca creó una pirámide de papel?". ¿Falta de regulación? Si la banca y las instituciones financieras son una industria regulada hasta los detalles menores. Sin duda hay culpas en los banqueros, pero el meollo del error es estatal.
Esa es la mentalidad a la que me refiero. Es una que a todo suceso malo asigna una culpa de falta de reglamentación gubernamental, sea una crisis financiera o una obesidad creciente o lo que a usted se le ocurra. Por eso, no extraña que Fuentes evoque a Roosevelt y el New Deal como la esperanza salvadora, aunque haya argumentos convincentes para demostrar que la Depresión duró más precisamente por las medidas intervencionistas de ese plan.
No creo que se trate de una ideología clara y desarrollada, sino más bien el producto de falta de imaginación. No es un socialismo convencido y auténtico, sino más bien una inercia mental perezosa.