"La contrademocracia: ¿El nuevo siglo mexicano?"

""
07/12/2014 00:00

    BELIZARIO REYES / SAÚL VALDEZ

    Como fenómeno po­líticosocial, lo más interesante de la crisis que azota al Estado mexicano en la actua­lidad es que nadie puede decir dónde, ni cómo va a terminar; incluso, ni siquiera cuando comenzó.
    Para Octavio Paz, es inútil buscar una fecha que sirva co­mo parteaguas entre la vieja y la nueva época. El cambio, según Paz, sucede gradual y progresivamente, deno­ta menos el impacto de un evento determinante que los efectos acumulados de una transformación profunda en nuestra experiencia a través del tiempo.
    El actual Presidente de la República comparte con sus antecesores la confusión so­bre su tiempo, aunque se dis­tinguen por sus efectos. Tanto Peña como los ex presidentes Vicente Fox y Felipe Calderón actúan como lo que son, hijos de una época que no tiene na­da que ver con lo que parece definirse como el nuevo siglo mexicano; pertenecen al pa­sado, no al presente.
    Su confusión ha tenido efectos devastadores, aunque ellos no hayan sido los cau­santes; contribuyeron con sus inercias, con las prácticas que los llevaron al poder y que no supieron romper para ade­cuarse a los nuevos tiempos. Gobernaron para la próxima elección, no para la siguiente generación.
    Mientras Peña Nieto creyó haber regresado al PRI a Los Pinos para gobernar el mismo País que gobernaron durante más de 70 años, Fox y Calderón pensaron que con su arribo el País se había democratizado. Al primero le estalló una bom­ba en las manos y ni siquiera la vio venir; todavía clama porque "México debe de cam­biar (después de Iguala)", sin percatarse que su regreso al poder es consecuencia de un País que ¡ya cambió!
    Los segundos nunca su­pieron deshacerse de ese ra­ro fenómeno donde el pasado nunca terminó por morir y lo nuevo se desvaneció en el intento; el impasse caracte­rizó sus gobiernos, porque después de conquistar la de­mocracia, no supieron qué hacer con ella y terminaron por ahogar la convocatoria. No convocaron a nada.
    Cada vez es más común preguntarse sobre las conse­cuencias de todo lo que acon­tece en nuestro País. Más allá del impresionante despresti­gio internacional de México en la actualidad, de la deva­luación del peso mexicano, de la crisis de los partidos, está el hartazgo de una sociedad vapuleada.
    El malestar social que aqueja a la sociedad mexi­cana, así como el anquilosa­miento de sus instituciones está sirviendo para descifrar ese "nuevo siglo mexicano", donde la democracia electo­ral ha dejado de ser funcional para el ciudadano de "a pie". Simplemente, se tornó insos­tenible, insuficiente. Luego entonces, la pregunta es: ¿Qué forma está tomando esa "es­peranza presente"?
    Si bien es cierto que nadie cuestiona el ideal democráti­co en México, por lo menos en el discurso, también es cierto que esta forma de gobierno está siendo hoy objeto de las críticas más severas en años recientes. La razón: los gober­nados no confían en quienes los gobiernan.
    Más allá del Decálogo de Peña Nieto; de la viabilidad de sus propuestas; del reciclaje de las mismas; de su abdica­ción como Poder Ejecutivo para actuar; de su preferencia para que el Congreso legisle; de la supuesta disposición de otros partidos por una fiscalía anticorrupción, etc, etc y etc; el problema es que la ciuda­danía NO les cree. La erosión de la confianza en los repre­sentantes populares es uno de los mayores problemas de nuestra época.
    Pero, si los ciudadanos frecuentan menos las urnas, se identifican menos con los partidos políticos, les confían menos, eso no quiere decir por ello que se hayan vuelto pasivos: ahora se manifiestan en las calles (aunque inten­ten impedírselos con leyes cuestionables), reprochan, se movilizan en las redes so­ciales. En pocas palabras, la política en el Siglo 21 mexi­cano está destinada a carac­terizarse por el desafío que los ciudadanos le presenten a las instituciones; en palabras del historiador francés Pierre Rosanvallon, a este fenómeno se le conoce como "contrade­mocracia".
    Lo que acontece en México está ligado a un fenómeno de tintes globales, resultado de un conjunto de prácticas des­de la sociedad civil dirigidas hacia la vigilancia, la denun­cia y los controles. A través de estas nuevas prácticas, el ciudadano pretende presio­nar y corregir las acciones de sus gobernantes.
    Frente al ciudadano elec­tor, la contrademocracia propone un ciudadano que se organice para vigilar, de­nunciar y servir al equilibrio de fuerzas que trabajan para sí mismas. Esta es su virtud, aunque también su pecado. Al centrarse en demasía en las propiedades del control y la resistencia del espacio público, terminan por favo­recer opciones populistas y la renuncia a la política.
    Estos son los desafíos que plantea el nuevo siglo mexi­cano, al que no llegamos por la vía de Ayotzinapa, pero sí tenemos claro que no quere­mos regresar a él.
    Que así sea.
    juanalfonsomejia@hot­mail.comTwitter: @juanmejia_mzt