Sugey Estrada/Hugo Gómez
"La claridad es la cortesía del filósofo", dijo Ortega y Gasset. Sin embargo, debemos reconocer que algunos filósofos no son corteses, como Heráclito y Hegel, a quienes tildaban de oscuros por lo difícil de su pensamiento.
Sin ser filósofos, algunos de nosotros ni tenemos claridad, ni mostramos caridad para nuestros semejantes, más bien sobresalimos por claridosos. Es cierto que hay que llamar a las cosas por su nombre, pero a veces olvidamos la más elemental cortesía.
Dice un conocido refrán que lo cortés no quita lo valiente, así que no deberíamos tener reparo en actuar con cortesía, que es como un aceite que suaviza y facilita nuestras relaciones.
"La cortesía cubre las asperezas de nuestro carácter e impide que podamos herir con ellas a otras personas. Nunca deberíamos prescindir de ella, ni siquiera cuando tengamos que enfrentarnos a los seres humanos más rudos... Es la flor de la humanidad y el que no es suficientemente cortés, no es suficientemente humano", señaló el ensayista y moralista francés Joseph Joubert.
Cortesía es una palabra que proviene de la corte del rey. Quien se desempeñaba bien en la corte recibía el calificativo de cortés. De ahí también deriva la palabra cortejar, que es el proceso mediante el cual un varón trata de conquistar a una dama. Lógicamente, la conquista no se va a realizar con insultos, grosería o malos modales.
"La educación y la cortesía abren todas las puertas", dijo Thomas Carlyle. Por desgracia, algunos somos muy reacios a practicar las "palabras y reglas mágicas" que aprendimos desde niños: por favor, gracias, buenos días, después de usted, y muchas otras que son claves para mostrar gentileza, atención, amabilidad, puntualidad, corrección y comedimiento.
¿Soy cortés? ¿Trato a los demás como me gusta que me traten?
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@rodolfodiazf