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"Falsocracia"

"La estrategia de Kutuzov"

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19/12/2014 00:00

    El General Mihail Ku­tuzov, honrado con el título de prínci­pe de Smolensk, fue famoso por haber dirigido al ejército ruso durante la inva­sión naopoleónica, y haber logrado la expulsión de los franceses. La mayoría de su carrera la hizo tras sobrevi­vir un disparo de bala que le atravesó la cabeza en Crimea, cosa que no se contaba fácil­mente en el Siglo 18.
    En La Guerra y la Paz, Tolstoi lo inmortalizó co­mo un viejo regordete que dormitaba en los consejos de guerra para al final ordenar la retirada. Fue, sin embargo, el único que supo vencer a Bonaparte, quien había de­mostrado ser mejor estrate­ga que todos los rusos, y que esperaba la capitulación ru­sa en las puertas de Moscú.
    Pero Tolstoi entiende la sagacidad oculta en la parsimonia de Kutuzov, el único que no tenía prisa por demostrar su inteligencia militar, su brío y su porfía ante el que era el rival más poderoso del mundo.
    Para Tolstoi, y por lo tan­to también para Kutuzov, la guerra no la ganaban las estrategias sino los hom­bres. Napoleón no había conquistado nada porque él no había disparado una sola bala. La batalla dependía de los espíritus de cientos de miles de hombres, que indi­vidualmente, habían acep­tado ir a la guerra. Pese a la verticalidad de la jerarquía militar, en el fragor de la batalla, nadie manda sobre el miedo o el heroísmo de un soldado.
    Por lo tanto, Kutuzov re­trocedía porque nada de lo que planeara podía impedir la derrota de los rusos, que estaban dominados por el miedo a Napoleón, o la vic­toria de los franceses, que se sabían invencibles. Al ir hacia atrás, Kutuzov acumu­laba el odio y la indignación rusa, y llenaba de incerti­dumbre y agotamiento a los franceses, aún más ávidos de batalla.
    Kutuzov aceptó el peso de la memoria al dejar que Napoleón tomará Moscú. Un Moscú en ruinas, quemado y abandonado por los rusos, que no significó la capitulación que Francia espera­ba. Una de las ciudades más bellas de Europa, otrora le­vantada en madera, se había saqueado a sí misma y vuelto cenizas para el conquistador. Moscú ennegrecido fue el precio a pagar para ven­cer a Napoleón. Kutuzov lo sabía. La ofensa cambió la historia. Los franceses lle­garon a la ciudad anhelada y se llenaron de sueños vacíos. Kutuzov notó que el espíritu de sus hombres flotaba por encima del de los franceses, y entonces, simplemente, los liberó.
    Así, con paciencia, con frío y con hambre, un viejo débil pero sabio supo vencer a su rival invencible. No lo confrontó a la primera opor­tunidad. No lo desgastó en derrotas consecutivas que más confianza y osadía da­ban al enemigo. Hizo buen uso de la desesperanza y el odio, que en lugar de escapar a gotas, se acumularon hasta desbordar.
    Y yo pienso, a como es­tán las cosas, bastan un par de Kutuzov para cambiar a México.
    jevalades@gmail.com