"La fábula del erizo"

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15/08/2015 00:00

    Sugey Estrada/Hugo Gómez

    Los seres humanos se realizan plenamente en la medida en que establecen relaciones y se comparten. No fueron creados para vivir aislados ni en exilio permanente, sino para intercambiar su vida y entregarse recíprocamente.
    Si buscan la complementariedad no es solamente para lograr comunión, trabajo en equipo y excelencia, sino también para mitigar precariedad, soledad y contingencia.
    Son muchas las necesidades que una persona debe atender y que no puede, a sí misma, solucionar. Abraham Maslow resaltó una pirámide de necesidades, partiendo de las más elementales o básicas hasta ascender a la cúspide: fisiológicas o de supervivencia, seguridad, afiliación, reconocimiento o estima, autorrealización.
    Aun cuando sea discutible la dependencia piramidal de necesidades que planteó Maslow, es preciso volver a subrayar que el ser humano no puede realizarse ni salir adelante con sus solas fuerzas.
    Sin embargo, aunque la relación y convivencia sea la mejor fórmula para la supervivencia, se debe recordar que en cualquier relación no todo es vida y dulzura, pues el convivir también conlleva renuncias y sacrificios. Se deben aceptar tanto las cualidades como los defectos.
    Durante la Edad de Hielo, narra la fábula del erizo, muchos animales murieron por el intenso frío. Ante esta situación, los erizos decidieron unirse en grupos y calentarse mutuamente, pero las espinas de cada uno herían a los compañeros más cercanos.
    Decidieron, entonces, alejarse unos de otros y empezaron a morir congelados. Por lo que tuvieron que hacer una elección: aceptar las espinas de sus compañeros o desaparecer de la tierra.
    Con sabiduría, decidieron volver a estar juntos. Aprendieron a convivir con las pequeñas heridas que la relación con una persona cercana puede ocasionar, ya que lo más importante es el calor del otro. De esa forma pudieron sobrevivir.
    ¿Acepto las virtudes y defectos del otro?