"La inmoralidad de la desigualdad"

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05/07/2015 00:00

    Éric Vega

    El 23 de junio "Animal Político" publicó un reportaje que, seguramente, dejará marcada su estela: "La distribución del ingreso: una cuestión de vértigo". De esa primera entrega se desprendió la "calculadora de la desigualdad", instrumento interactivo que en cuestión de segundos aguijonea nuestra conciencia moral. La forma en que opera la calculadora de la desigualdad salarial es relativamente sencilla. Basta que Usted teclee su ingreso mensual y la entidad federativa donde vive, para que la "abstracción" que encarna la palabra injusticia comience a desvanecerse. La calculadora tiene la misma función y efecto que el telón en el teatro: desvela realidades dramáticamente insospechadas. Me explico.
    Según el Inegi, la configuración de las clases sociales en México está organizada de la siguiente manera: si una persona vive en la ciudad y su ingreso es de entre cero y 4,050 pesos al mes pertenece a la clase baja (la cuestión se agrava cuando se vive en el campo); quien vive en la ciudad y gana entre 4,051 y 21,800 pesos es parte de la clase media; quien gana más de 21,800 pesos, "con orgullo", puede decir que pertenece a la clase alta de nuestro País. Aunque claramente delimitados los rangos, la distribución de los ingresos divulgada por Inegi, más que revelar la condición de vida de los y las trabajadoras, la esconde, de ahí el poder esclarecedor de la calculadora de la desigualdad salarial.
    A decir de las cuentas que ésta saca, quien vive en el estado de Nuevo León y percibe 5,000 pesos al mes gana más que el 60 por ciento restante de los mexicanos; quien percibe 21,800 pesos en esa misma entidad pertenece al cinco por ciento que mejor gana en el País. Lo paradójico de la cuestión es que ambas personas "pertenecen a la clase media", donde la que gana los 21,800 forma parte del cinco por ciento de la población mejor pagada en el País. He ahí la primera muestra de lo humanamente torcido, inmoral, de la desigualdad económica.
    Al día de hoy México es el segundo País más inequitativo en América Latina de los 34 que conforman la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Los casos que vuelven cotidiana una desigualdad abyecta sobran. Por ejemplo, el 10 por ciento más rico gana 30.5 más veces que el 10 por ciento más pobre; 25 millones de pobres perciben sólo el 4.9 por ciento del PIB, mientras que alrededor de 2,500 mexicanos concentran más del 43 por ciento de éste; en una organización empresarial quien tiene un puesto directivo puede ganar más de 25 veces más que las personas que se encargan de hacer la limpieza, vigilar el inmueble, y así un largo etcétera de vidas desiguales producto de sus ingresos salariales.
    En muchas otras ocasiones he señalado que la cuestión de la pobreza y la desigualdad en el mundo y en México, más que un asunto de recursos materiales y técnicos, es una cuestión humana, específicamente un tema moral, porque bastaría con que nos propusiéramos un diseño institucional distinto para que las cosas fueran de otro modo, de ahí que el no haber dado un garrotazo definitivo a la pobreza se debe a nuestra profunda falta de sensibilidad moral. La pobreza extrema, como bien señala Thomas Pogge, "puede persistir porque no sentimos que su erradicación sea moralmente imperiosa. Y no podremos reconocer la imperiosidad moral de dicha erradicación hasta que aceptemos que tanto la persistencia de la pobreza, como el incesante aumento de la desigualdad global son lo suficientemente preocupantes como para merecer una seria reflexión moral". Si lo dicho por Pogge le parece una exageración, piense en lo sucedido en las últimas ofensas morales que han tenido sin paz, ni sosiego a muchos sectores de nuestra sociedad.
    No entraré en la discusión moral referente a la legalización de los matrimonios entre homosexuales en México, ya que no es el objetivo de esta reflexión. Más bien, lo que quiero destacar es que una cuestión de derechos negados indigna de sobremanera en un caso y resulta irrelevante en otro. Con relación al tema de la pobreza y la desigualdad, la Declaración Universal de los Derechos Humanos señala en su Artículo 25: "Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar y, en especial, la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios necesarios". ¿Por qué la condición de vida de las familias de los más de 17 millones de personas que viven en pobreza alimentaria no resulta ser un escándalo moral tan grave como el de las familias que conformarán las parejas homosexuales? Proporciones guardadas, pero de que estamos ante un doble escándalo es indudable.
    La gran mayoría de los pobres abyectos en México no han elegido ese tipo de vida. Por el contrario, su cotidianidad transcurre en contra de lo que su voluntad les hubiese ordenado. Cuando se vive en la pobreza más tenaz mantener la dignidad se vuelve una tarea tan ardua como el hecho mismo de preservar la vida, de ahí que muchas veces la supervivencia deba ser puesta por encima de la dignidad. Por favor no quiero que se me malentienda. Piense usted en las muchas mujeres y hombres que llevan a cabo labores remuneradas indignas, ya que su falta de educación, edad, género, raza, etc., no les deja otra salida. No es que la actividad en sí genere un "disfrute" particular o alimente su alma o bagaje moral, más bien, la falta de oportunidades es la que condujo a esa persona a no disponer de más alternativas que las que pueden ofrecerle actividades laborales sencillas que en México están tan infravaloradas que parece prácticamente imposible dejar de relacionarlas con salarios bajos, condiciones laborales precarias, falta de oportunidades y un largo etcétera derivado de la "poca relevancia" que tienen dichos empleos. En buena medida, tal "costumbre" ha provocado que la forma bajo la cual transcurre la vida de todos los y las trabajadoras pobres no resulte ser un motivo suficiente de indignación.
    Por humanidad, sensibilidad, civilidad o sentido común, la desigualdad económica y la pobreza en México debería ser uno de los temas que más nos moleste, indigne y apremie. Más aberrante, espantoso e insensato resulta que en nuestro País muchas familias estén al borde de la descomposición, la locura y la desesperanza al tener que enfrentarse al riesgo de morir producto de una serie de enfermedades prevenibles derivadas de la pobreza. Si ello es tan real como la riqueza acumulada por tan solo 2,500 mexicanos, ¿por qué la gente no ha salido a las calles a manifestarse? La respuesta es simple: porque su apatía moral ya les obnubiló la conciencia.
    En la siguiente entrega hablaré de "los cómos" podemos paliar este problema desde el ámbito universitario.
    Por último, si Usted quiere saber en qué nivel se encuentra su salario actual, entre a la siguiente página electrónica y sorpréndase: http://www.animalpolitico.com/2015/06/que-tanto-dinero-ganas-este-interactivo-te-lo-dice/