"La involución moral de nuestra especie"

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26/04/2014 00:00

    Éric Vega

    Parte de lo que me gusta de las vacacio­nes es que dispongo de algunos días pa­ra ponerme al corriente con lecturas aplazadas. Uno de esos disfrutes fue "El cuerpo expuesto", de Rosa Beltrán. Debo confesar que la estruc­tura con la cual abre el libro hizo que no me enganchara en él de modo inmediato; mi encantamiento vino pasadas las primeras 50 páginas.
    En resumen, el libro es la narración de dos historias de vida: la de Charles Darwin, el célebre científico natura­lista creador de "El origen de las especies por medio de la selección natural o la pre­servación de las razas en el esfuerzo por la vida" (El ori­gen de las especies), y la de un biólogo neodarwiniano, que está empeñado en de­mostrar que la evolución de las especies tiene su ocaso en la "inteligencia adquiri­da", la cual es el reflejo de la involución. Más allá de lo interesante de la trama, la forma en que Beltrán abor­da el término "involución" me pareció muy sugerente, porque desde él podríamos entender parte del quiebre moral que vive la humanidad actual. Me explico.
    En "El origen de las es­pecies", Charles Darwin defendió la idea de que és­tas provienen de una misma familia que se divide en dis­tintas ramas y evoluciona a través de distintos procesos adaptativos que posibilitan su supervivencia, reproduc­ción, adaptación al medio ambiente y la transmisión de sus rasgos hereditarios a las generaciones futuras. Las fases expuestas cierran con un largo y lento proce­so que Darwin denominó "selección natural". Está de más decir el revuelo que en 1859 desató la publicación de su obra, sin embargo, más allá de los prejuicios, el en­tusiasmo de las voces a favor hicieron que para 1872 "El origen de las especies" fuera editada por sexta ocasión, erigiéndose como una de las principales precursoras de la biología evolutiva y el na­turalismo científico, lo que hoy entendemos como las ciencias de la vida.
    Por el revuelo que causó, Darwin intuyó que su obra estaba llamada a tener un lugar en el Parnaso de la ciencia, aunque ello nunca la salvó de los señalamien­tos cáusticos y las interpre­taciones inadecuadas. Por sus implicaciones humanas, sé que resulta polémico de­fender que sólo sobreviven los más aptos, es decir, los poseedores de una mayor ca­pacidad de adaptarse al me­dio, reproducirse y dejar su herencia en las generaciones futuras. Sobran los ejemplos de quienes han interpretado de modo muy lamentable la tesis darwiniana, sin embar­go, quisiera ir más allá de los sitios comunes de la crítica a través de la segunda historia que nos narra Rosa Beltrán, la del biólogo que buscó ac­tualizar la obra de Darwin.
    El científico en cuestión tenía un propósito en mente: demostrar cómo la especie de los homínidos, los hom­bres, nos encontrábamos en una etapa letal de "involu­ción". Nuestra especie dejó atrás la selección natural para adentrarse a otra de "autodestrucción", de ahí que seamos testigos de una etapa de la humanidad que niega la lógica evolucionis­ta. La demostración cientí­fica se realiza a través de un laboratorio virtual que va recogiendo las evidencias a través de un programa de radio donde los radioescu­chas cuentan sus historias, las cuales se presentan como la prueba irrefutable de que la especie humana atravie­sa por una degradación que es el reflejo de su "involu­ción". Los radioescuchas se reconocen e identifican en las miserias relatadas; cada caso abona a la debacle del sentido humano.
    Ciertamente desde una mirada filosófica, la formu­lación de Beltrán no encarna novedad. "Los diálogos" de Platón, "El Cándido" de Vol­taire, "La náusea" de Sartre, "La metamorfosis" de Kafka y "El extranjero" de Camus, son claros ejemplos de una preocupación añeja por la pérdida de nuestro sentido humano, pero el biólogo re­tratado por Rosa Beltrán de­ja en claro que, a diferencia de otras especies animales, muchos hombres y mujeres están haciendo hasta lo in­decible para autodestruirse.
    Muchos animales matan, torturan, "despojan e inclu­so disfrutan haciendo sufrir a su víctima antes de acabar con ella. Basta ver a un gato 'jugando' con un ratoncillo o con un escorpión. En cam­bio ninguno se causa daño a sí mismo voluntariamente con un objeto punzocortante como es tan usual en chicas de todo el orbe, y en algu­nos chicos. Ni se hiere o se lastima por el solo gusto de hacer sufrir al otro, princi­palmente a su progenitor, ni deja de comer si no es por estar enfermo". Debido a que el anonimato de la red ayuda a dejar de lado el pu­dor, el llamado del científico a que cualquier voluntario subiera su caso al laborato­rio virtual, provocó que éste "estallara de especímenes" deseosos de mostrar sus de­sastrosas vivencias. Cuer­po y alma como miseria ex­puesta. Este último rasgo, el del exhibicionismo, también nos distingue y separa de muchas especies animales altamente evolucionadas. Por ejemplo, los leones, pa­vos reales, pulpos y cama­leones se pintan o adornan sólo con fines reproductivos o de supervivencia, nunca por el afán de que los demás "admiren" la debilidad, la desgracia o lo torcido de una especie. De este modo el la­boratorio virtual del joven biólogo, como en su tiempo fue el de Darwin, destapa la punta del iceberg del opues­to al progreso humano: la involución moral.
    Si trasladamos el labora­torio a la realidad mexicana, el bestiario de la involución es muy amplio: apatía hacia la condición y necesidades de los demás, desafección para actuar conforme orde­na el marco legal, búsqueda irrefrenable del interés in­dividual, indiferencia ante eventos enfermizamente sá­dicos, indolencia ante el des­empeño de muchos líderes políticos que se perpetúan en el poder, desinterés por participar activamente en la vida pública y un sinfín de manifestaciones que dan cuenta de algunos "retroce­sos morales" que los mexica­nos hemos venido haciendo en los últimos tiempos.
    ¿Es posible revertir di­cha involución moral? ¿Hay rutas que nos pondrían de nuevo en el camino del pro­greso moral? Adelanto dos, de entre otras que existen: a) educar en la conciencia y la sensibilidad moral, es decir, en la capacidad para "darnos cuenta" del lugar que ocu­pamos en el mundo, nuestro entorno, trabajo, familia, etc. y lo que hacemos para convi­vir armónica y pacíficamente en dichos ámbitos. b) "Culti­var la simpatía", es decir, la capacidad para reconocer la situación que viven las perso­nas que nos rodean, especial­mente las más vulnerables, con el fin de mediante nues­tra imaginación entrar en su realidad y desde esa posición actuar en consecuencia.
    Dos pasos simples y, a la vez complejos, que nos ponen en la senda de la considera­ción de los demás y contra­pesan el desmedido egoísmo que prevalece en la sociedad actual; quizá una de las afec­ciones más graves que aque­jan a nuestra especie animal.
    @pabloayalae