"La mentalidad mexicana, es sumamente simuladora. La tesis de Octavio Paz, de las máscaras mexicanas, aún sigue siendo cierta"
Noroeste / Pedro Guevara
Jorge Castañeda ha visitado Sinaloa en varias ocasiones despertando siempre el interés de un público diverso; ayer viernes estuvo en Mazatlán invitado por la Feliart.
Este ilustre personaje nos ha visitado como académico y como político. En ambas facetas reunió audiencias numerosas. Pero, si no me equivoco, es como académico cuando más se le escucha, lee y respeta.
El autor de La Herencia, La Utopía Desarmada, La Vida en Rojo, La Diferencia y varias obras más, no es, digamos, un intelectual "puro" o un académico de claustro, sino, como sucede muchas veces en América Latina, es un intelectual comprometido con alguna causa política y/o social.
Hasta principios de los ochenta fue un intelectual muy influyente en diferentes círculos y organizaciones revolucionarias latinoamericanas. Su relación con el recientemente triunfador FMLN, en El Salvador, fue muy estrecha, y lo mismo sucedió con Rubén Aguilar, quien llegó a ser miembro de la dirección de la guerrilla salvadoreña. Ambos, años después, ya lejos de la izquierda, coincidirían en el equipo de gobierno de Vicente Fox.
Con lo anterior, queremos decir que Jorge Castañeda reúne una amplia experiencia como profesor universitario, investigador de las ciencias sociales, asesor de diferentes organizaciones y personalidades políticas, ex Secretario de Relaciones Exteriores, columnista de diferentes medios, y activista político por la defensa de las candidaturas ciudadanas a puestos de elección popular en México. A Castañeda no se le puede separar en una división clásica de intelectual, por un lado, y político, por otro. Cumple con ambas facetas.
Su obra más reciente, que fue escrita al alimón con Manuel Rodríguez Woog, y presentada en las instalaciones de la UAS y en la Feria del Libro de Mazatlán, conjuga una visión y militancia política guiadas por una sólida formación académica.
Su libro "Y México por qué no?" es un sugerente análisis de la cultura organizativa mexicana y, a la vez, una especie de propuesta programática para el cambio social y político en nuestro país.
Para estos autores el principal problema de México es el corporativismo que impera en sus principales atmósferas políticas, económicas, sindicales y mediáticas, así como en el carácter "monopólico de la intelectualidad mexicana".
Estas atmósferas corporativas serían los principales obstáculos para el crecimiento económico, la distribución más equilibrada de la riqueza, la falta de competencia en todos los ámbitos del país y la no consolidación de la democracia. Por otro lado, ese sistema corporativo es la principal causa de "la desigualdad eterna, inseguridad e informalidad galopantes".
Comparto con Castañeda y Rodríguez Woog el análisis de que ese conjunto de subsistemas corporativos son las más férreas trabas para una sociedad sana. Pero hay una pregunta que está pendiente de responder y que los autores solo abordan solo de paso y al final de su libro. ¿Cuál es o cuáles podrían ser los orígenes de ese sistema corporativo?
La respuesta es muy compleja, o más bien, las respuestas deben ser varias.
A mi juicio una respuesta es la que han ensayado desde hace muchas décadas, en algunos casos, desde hace más de un siglo, diferentes estudiosos de la sociedad mexicana: la mentalidad o el sistema de creencias, juicios y prácticas socioculturales que dominan en la sociedad mexicana y que no han podido realizarse como plenamente modernas.
Castañeda y su colega, lo dicen de otra manera en el capítulo que intitulan "La meritocracia y la comentocracia". En esta parte del libro, cuando se refieren a la intelectualidad mexicana, señalan y acusan que en el terreno académico, como en prácticamente todas las organizaciones y atmósferas mexicanas "brilla por su ausencia la competencia. Y esto sucede por la carencia concomitante y previa de un ingrediente fundamental para que impere la competencia: la meritocracia".
En efecto, una sociedad y mentalidades modernas funcionan, en lo fundamental, movidas por una competencia alimentada por capacidades probadas, logros demostrados, transparencia de recursos y actos, y apego a los reglamentos y leyes. Sin méritos no se avanza en una sociedad abierta y competitiva.
En México, en general, eso no sucede así.
La mentalidad mexicana, es sumamente simuladora. La tesis de Octavio Paz, de las máscaras mexicanas, aún sigue siendo cierta. Simulamos democracia, simulamos competencia, simulamos transparencia, simulamos tolerancia, simulamos honestidad, simulamos calidad, simulamos justicia; simulamos muchas cosas.
Jorge Castañeda no lo dice abiertamente en su libro, pero eso sucedió también en el gobierno de Vicente Fox. Aunque, para él y su colega, esos años y los siete anteriores, han sido los mejores en términos económicos de los últimos cincuenta, a pesar de haber sido "insuficientes, insatisfactorios y decepcionantes".
La principal tarea y compromiso de Fox era la de consolidar la democracia y no lo hizo porque no confrontó el sistema corporativo mexicano; antes bien, se apoyó en él.
Dicen Castañeda y Rodríguez:
"Lo que no se hizo ni bajo Salinas, ni bajo Zedillo, ni bajo Fox, fue desmantelar el sistema corporativista mexicano, indisociablemente ligado al PRI en sus orígenes pero que, como las gallinas degolladas, seguía ambulando después de la agonía de sus fundadores y verdugos".
La sociedad civil mexicana, sobre todo de 1968 en adelante, ha hecho lo suyo para desmantelar al sistema corporativo. Sin ella hubiese sido impensable el triunfo electoral de Vicente Fox. Pero el primer panista en llegar a Los Pinos no dio ni un solo paso para enfrentar los corporativismos económicos, más bien los reforzó; no enfrentó a los sindicales, a los cuales refuncionalizó; ni desafió a los mediáticos con los que se hermanó.
Vicente Calderón tampoco lo intentará; sólo lo insinuó con Pemex. El segundo panista en la Presidencia de la República seleccionó como su principal objetivo en el sexenio la guerra al narco y ahí invertirá sus mayores esfuerzos. La crisis económica, por si fuera poco, le deja muy poco margen de acción para cualquier otra cosa. Lo peor de todo es que Calderón se alió con dos de los poderes corporativos más dañinos al país: el de Elba Esther, de la que, paradójicamente, Castañeda habla muy bien, y el de los monopolios televisivos.
En esas circunstancias, sólo quedan dos probabilidades de cambio, dicen Castañeda y Rodríguez: "uno imposible, el otro improbable".
La primera, es la presión externa. La segunda "es la presión desde abajo: obviamente no una revolución, pero sí una gran movilización de la sociedad civil, que termine por imponerle a la sociedad política sus exigencias"() "Se necesitaría, concluye Castañeda, lo que Roberto Mangabeira Unger ha llamado una política de alta intensidad o de alta energía: audacia en los intelectuales, movilización por parte de los activistas, visión empresarial de largo plazo, una dirección política diferente, de preferencia joven y desprovista de los vicios de las generaciones anteriores, pero sobre todo innovadora y valiente; y por último, una catarsis provocada por algún acontecimiento imprevisible e imprevisto. ¿Es posible esto en el México de hoy? Quién sabe".